Capítulo 29

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AVA PAIGE

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AVA PAIGE

Mirándola mi estomago se retorció. Ya no comprendía la situación tan irreal que estaba viviendo. Quería a toda costa verme infeliz, verme sufrir por sus propias manos, se me pasaba por la cabeza todas las veces que pude denunciarla y no lo hice.

—¿Tengo razón? —volvió a preguntar, por segunda vez.

Yo estaba en silencio observando sus gestos, creyendo que podía leer su mente y encontrar que estaba pensando. Tomé aire y con todas mis defensas en alto, hablé.

—Quiero que canceles tu inscripción a la universidad donde yo iré.

Ladeó la cabeza y me dio una sonrisa sarcástica. Daba miedo.

—Yo no vine a hablar sobre eso. Tú tienes que escucharme, Ava. De verdad creo que podemos intentarlo —agregó, tornando su cara triste, como si en realidad lo estuviera.

Ya quería irme. A la salida me tomó por la muñeca con fuerza, me arrastró hasta el baño de chicas con rapidez; no me dio tiempo a pensar o siquiera darme cuenta que era ella.

—¿Eso crees? —reí. Ella asintió a mi pregunta retórica. —Eso no va a pasar en la puta vida, ¡entiéndelo! —me estaba calentando.

Su rostro triste pasó a ser uno serio en un segundo.

—Sabes de ante mano que yo puedo hacer cualquier cosa por ti, lo que sea. —dijo, en tono amenazante.

Mire alrededor del baño buscando una salida rápida. Estaba harta de esta situación.

—¡Jodete, Cinthia! ¡Jodete tú y tu maldita necesidad de tenerme a la fuerza! ¡No va pasar porque me das asco! ¡Asco! —grité, con todas las fuerzas que acumule en mi estomago.

Cada oración la gritaba amenazándola con mi cuerpo, llevándola a dar varios pasos atrás. Chasqueó la lengua, con la intención de negación.

—No me grites —agitó su dedo índice negando de nuevo. Se acercó aún más de lo que estaba al principio.

Me sujeto de la muñeca, jadee de dolor, lo estaba haciendo con mucha fuerza, la apretaba cada vez más. Me inclinaba del brazo por la fuerza que hacía.

—Suelt-suéltame... —apenas formulaba una palabra, el dolor que estaba sintiendo era insoportable, llegue a creer que estaba apunto de romperme la muñeca.

—O vuelves conmigo o... —la puerta del baño interrumpió lo que iba a decir.

Se azoto de una manera que por fin me había soltado la muñeca. Hice masajes en ella tratando de amortiguar el intenso calor y dolor que sentía. Todo alrededor estaba de un tono rojo. Volví mi vista a la puerta, el chico de ojos avellana estaba caminando hacia mí con su bulto al hombro. Se puso delante de mí. Mis oídos zumbaban.

Otro atardecer Donde viven las historias. Descúbrelo ahora