Capítulo 27

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31 De Diciembre

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31 De Diciembre.


AVA PAIGE


—Esa no, no porque tenga dinero debo gastarlo a lo estúpido —regañó la castaña a la rubia.

Me reía viendo la escena de aquellas dos, estaban discutiendo sobre qué champán llevarnos para la noche, una quería el más caro porque según su lógica era de mejor calidad y sabría mejor, la otra que estaba forrada en billetes se molestaba porque su amiga quería aprovecharse de su bolsillo.

—¡Tú! ¡di algo! —me chillo, sacándome de mis pensamientos, la miré dudosa.

—No siempre lo más caro sabe mejor. —agregué, desinteresada de la conversación.

No me interesaba mucho esa discusión, ni siquiera pensaba en tomar. Amelia sonrió victoriosa, agarró la botella de la estantería de licores para ponerla en el carrito rojo. La otra me miraba amenazante, con los brazos cruzados sobre su pecho. Me acerqué, rodeé su cintura con mis brazos atrayéndola a mí con diversión.

—Entiéndela, es una tacaña. —le susurré para que la otra adelante de nosotras no nos escuchara.

Las ayude a dejar las cosas en casa de Ame, que más tarde pasaríamos fin de año allí. Pase por la casa de mi madre, aprovechando que tenía el día libre. Tenía la impresión de que papá estaba en casa, además de que llegando al porche vi su camioneta estaba afuera. Toque la puerta con una botella de vino blanco entre la axila. Mi madre la abrió, tenía su delantal sucio de harina y salsa roja. Lucia cansada y a la vez enfada por algo. Di pasos hasta adentro, me encontré con el pelirrojo tumbado en el sofá. La volví a mirar, se adentraba a la cocina.

—Pues su cordura no duró mucho. —soltó.

Me acerqué hasta el sofá, dejé la botella en aquella mesa del centro. Lo observé, estaba rendido y desprendía olor a alcohol, whiskey para ser exactos. Me daba mucha tristeza verlo así. Tomé asiento en el desayunador.

—¿Quiere morirse? —pregunté, con un tono suave.

Ella volteó por encima de su hombro.

—Solo sé que estoy harta —me miró con miedo, rabia y dolor ligado.

—Entiendo... —dejé la frase en el aire pues sentí los pequeños brazos del niño rodear mi cintura desde atrás.

Se paró a mi lado pudiéndolo ver mejor. Alboroté como siempre su cabello ondulado, me dio una sonrisa amplia.

—¿Te quedarás a cenar?

Otro atardecer Donde viven las historias. Descúbrelo ahora