Capítulo 36

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AVA PAIGE

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AVA PAIGE


Cada día veía más cerca mi futuro, y por primera vez no tenía miedo, por primera en vez en muchos años estaba decidida por completo. Hoy iniciaba junio y sentía que el mes iba a ser uno dentro de los mejores meses que he pasado. Mi andar por los pasillos de la escuela podían soltar destellos, como los efectos especiales de Disney, como en esos dibujos animados. Eso expresaba lo bien que había sido la semana.

Me crucé con Cinthia un par de veces, lo que me daba totalmente igual, pero lo raro fue, que esta vez ni se inmutaba en hacer contacto visual, era como si su mundo la estuviera consumiendo y no había nada más alrededor de ella, otras veces me había dado una de sus miradas penetrantes, pero estaba bien, me alegraba que me haya dejado en paz.

—¿Por qué en tu café no venden Matcha? —cuestionó la rubia.

Parece que ahora se ha dado cuenta de que no vendíamos esa bebida y me ha estado torturando toda la mañana con ello.

—Te dije que no lo sé.

—Eso es una bazofia, deberías hablar con tu jefe —expreso, arrugando la nariz.

—¿Por qué tanta importancia a eso? —caminamos juntas hacia nuestra clase compartida.

—¡Es la mejor bebida de toda la tierra! Y te lo digo porque voy muy lejos a comprarla, si estuviera en tu café me sería más fácil —comentó.

—Lo tomaré en cuenta —le sonreí para dar por terminado el tema.

Pasamos a nuestra clase, como siempre. La señora con el corte hasta las orejas empezó a dar su tema de Francés, idiomas era mi favorita entre otras. A la salida me detuve en la casa de mi madre, quería ayuda con algo. Me abrió la puerta llena de pintura, ¿es que ahora todas las madres están haciendo arreglos?

—¿Qué estás haciendo?

Me adentré a la sala de estar, el panorama me dio la respuesta que ella no me dio. Mi padre también estaba pintando subido en una escalera, la cocina estaba siendo cubierta de un color blanco. Y bueno, le favorecía más, ya que los utensilios de allí eran negros, blancos y plateado, y la anterior pintura era amarillenta.

—¡Hola, corazón! —saludó, mirándome por encima del hombro.

—¿Para qué quieres mi ayuda? —dejé mi mochila en el sofá.

Ella me señaló con la mirada una caja donde se veía que era algo para armar.

—Ay no —refunfuñe. —¿En serio?

Otro atardecer Donde viven las historias. Descúbrelo ahora