Capítulo Seis

8.6K 525 9
                                    

Boston,
23 de mayo 2013.

Jugué con mis dedos con nerviosismo sobre mi regazo mientras sentía como José apagaba el motor del coche donde le había indicado que parará, estaba bastante nerviosa, después de tantos años vería al hombre que salvo mi vida pero que sin embargo fue condenado por hacerlo.

—No tardaré José.–dije tan bajo que dudaba que me hubiera escuchado.

–No se preocupe señorita, aquí la espero.–me regaló una sonrisa tranquilizadora.

Le regrese la sonrisa y con la mano sudada tome la agarradera para abrir la puerta, la suela de mi tacón toco el pavimento que iluminaba el sol con toda su potencia, arregle las arrugas de mi vestido y comencé a caminar hacías los escalones de cemento donde había una señora y una chica abrazadas esperando a que saliera alguien, seguramente la misma persona por la que yo me encontraba ahí.

Golpeé mi tacón contra el piso con nerviosismo esperando a que las puertas de aquel lugar se abrieran y dejaran ver a mi salvador que tal vez me odiaba.

Un chirrido llamo mi atención haciendo que levantara mi vista encontrándome con un hombre pelinegro, tez blanca, musculoso y un rostro serio hasta que miro a la señora y a la chica.

No debería estar ahí, carajo.

Estaba dispuesta a darme media vuelta e irme, pero no lo haría tenía que agradecer y explicar todo lo que había pasado.

–¡Hijo!–corrió hasta aquel hombre.

Un nudo se formó en mi garganta al ver a aquella señora entre sus brazos rota en llanto, baje la mirada acomodando un mechón de cabello tras de mi oreja evitando mirar más la escena.

Seguramente pasaron minutos hasta que sentí unas pisadas acercarse hacia mí, levante la mirada y choque con sus ojos color azul, respingue cuando se paró frente a mí.

–¿Por qué siento que te conozco?–su voz mando corrientes eléctricas por mi espina dorsal.

–Porque lo haces.–arrastre las palabras.

–¿Perdón?–alzó las cejas.

Aclare mi garganta.

–Aline Davis.–estire mi mano.

Miro mi mano unos segundos y después mis ojos fijamente mientras tomaba mi mano estrechándolas algo que provoco un cosquilleo en mi vientre.

–Soy...

–Se quién eres.–me corto apretando la mandíbula.

–Siento todo esto.-mi voz tembló.

–¿El que exactamente?–se cruzó de brazos.

Las ganas de echarme a llorar inundaron todo mi sistema, lo que hizo que volteara un poco mi rostro para limpiarlas antes de que salieran sin permiso.

–Todo. También quiero agradecerte por salvarme ese día.–dije poniendo una máscara ocultando así mi vulnerabilidad.

–Salvarte me costó mucho.–su intensa mirada me hizo saber tanto y a la vez nada.

–Juro que intenté que ella te sacara de aquí pero nunca pude, cuando la estaba convenciendo papá murió y ella cambio todos los planes decidiendo que debías pagar, apenas hace unos meses comencé con un abogado a analizar tu libertad.–dije todo aquello sin respirar.

Suspiro pasando una mano por su cabello.

–Se lo que paso con tu madre.–dijo en voz baja.

–¿Que?–lo mire confundida.

–Vino a verme un día. Dijo que si no me quedaba aquí pagando el delito dejaría a mi familia en la quiebra, algo que no iba a permitir.–confesó relajando sus brazos metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón.

¡Oh, madre!

–Así que acepte.–alzó los hombros.

–Carajo.–dije dentro de mi sorpresa por lo que mi madre le había hecho.

–Si, carajo.–hizo una mueca.

–Por favor, permite me invitarte un café.–sacudí la cabeza saliendo de mi trance.

–No creo que sea conveniente que alguien te vea con un ex convicto.–dijo con burla.

–No me importa lo que piensen los demás.–elevé el mentón.

El hombre miro sobre su hombro a su madre y a la chica que nos miraban fijamente tratando de saber que hablábamos.

–Piénsalo, por favor.–susurré sabiendo que nuestra conversación llegaba a su fin.

–Por supuesto.

–Adiós.–me di la vuelta, pero pare– Siento esto.

–Tranquila.–movió ligeramente la cabeza.

Con un nudo en mi vientre comencé a caminar de vuelta al coche donde me esperaba José con el coche encendido, me subí y miré por la ventana como él miraba con detenimiento el coche antes de girarse e ir con su familia.

¿Cómo mi madre pudo hacer eso?

Sabía que era mala pero no creí que pudiera serlo a tal grado de destrozar a alguien. Necesitaba pensar en cómo podría ayudar a aquel hombre que me había ayudado a mi cuando lo necesite.

Se lo debía.

Peligroso Amor. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora