Capítulo Siete

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Boston,
28 de mayo 2013.

Pude ver de reojo como Eve me miraba, se le veía tranquila sin embargo a mí las ganas de llorar me estaban inundando, un nudo en la garganta me estaba matando y sentía el estómago revuelto. Estaba en la tienda donde estaban diseñando mi vestido de novia para mi boda, algo que me ponía nerviosa, el vestido era hermoso, tenía un escote donde tenía diamantes incrustados, mangas de encaje y la falda larga y ampona.

Eve decía que me miraba como una princesa sacada de cuento, que ella deseaba estar en mi posición en ese instante y por un momento me sentí triste; ella era la perfecta de la familia, la que se casaría y tendría hijos, pero el canalla que la embarazo apenas si lo supo se marchó, así como ella lo hizo semanas después de la casa.

—Te miras encantadora.–me sonrío desde su asiento.

–Gracias Eve.–le sonreí.

Me di la vuelta sobre el banco mirando mi reflejo en el espejo con el vestido blanco sobre mi cuerpo, estaba hecho a mi medida, era un diseño exclusivo hecho solo para mí.

–Está quedando perfecto Helen, gracias.–le sonreí a la diseñadora.

–Lo que se te ofrezca Aline.–me regreso la sonrisa.

Suspiré terminando de sacarme el vestido tomando mi blusa para ponérmela con rapidez para que no me miraran los pechos.

–Yo creo que solo faltan unos cuantos toque y estará listo.–dijo con la mirada puesta en su libreta dónde hacia unas anotaciones.

–Por supuesto que sí.–asentí de acuerdo.– Hasta la próxima Helen, gracias de nuevo.

Tome mi bolso y entrelace mi brazo con el de mi hermana para salir de la tienda con una sonrisa, me pare fuera de esta mirando hacia todos lados topándome con el hombre que me había salvado, aclare mi garganta y me voltee para quedar frente a frente con Eve.

–Recordé que tengo algo que hacer, ¿puedes ir a casa sola?–dije fingiendo que acababa de acordarme.

–Por supuesto Aline, hasta luego.–se despidió.

Le sonreí mirando como se daba la vuelta para comenzar a caminar hacia casa, me di la vuelta esta vez yo tomando una bocanada de aire para comenzar a caminar hacia la dirección donde él se encontraba mirando un folleto.

–Hey.–lo saludé sintiendo un nudo en el vientre.

Volteó con una de sus cejas alzada haciendo que luciera tremendamente irresistible, negué levemente sonriendo borrando ese pensamiento.

–Hola, que ciudad tan pequeña.–hizo una cara extraña por la coincidencia.

–Si, supongo.–me acomode el cabello detrás de las orejas.

–¿Necesitas algo?–ladeó la cabeza

–Bueno, sinceramente sí.–enderece los hombros.

Cruzo sus brazos bajo su pecho haciendo que unas venas se marcaran por sus brazos dificultando mi respiración, trague saliva.

–Te escuchó.–bajo su mirada para mirarme.

–Estuve esperando que me contactarás para eh... ya sabes, el café y eso.–hablé con torpeza.

–Lo siento señorita, pero hay personas que no tienen la vida resuelta y menos siendo exconvictos.–apareció un brillo extraño en su mirada.

–Lo siento y yo no tengo la vida resuelta, también tengo que trabajar.–pase mi peso a mi otro pierna.

–Pero no es ex convicta.–atacó.

Baje la mirada y lo escuche suspirar.

–Lo siento sé que no tuviste la culpa por lo que hizo tu madre.–se disculpó por su anterior comentario.

Con el ceño levemente fruncido y mis ojos empañados lo mire, me sentía tan malditamente culpable por que él tuviera que pasar tantos años encerrado por mi culpa.

Una lágrima solitaria rodó por mi mejilla, pero antes de que la limpiara él se adelantó limpiándola con suavidad como si me fuera a romper.

Entreabrí los labios y sin dejar que mi mente procesara lo que haría envolví mis brazos alrededor de su torso abrazándolo con las lágrimas advirtiendo derramarse. Antes de que me alejara por pena él me rodeo con sus brazos pegandome a su cuerpo como si quisiera que lo que él vivió y lo que yo viví se olvidara y quedara en el pasado.

–Acepta un café.–murmuré sobre su brazo.

–¿No te cansaras?–dijo con diversión.

–Lucharé hasta que aceptes.

–Aunque me gustaría verte hacerlo voy a aceptar.–la diversión aún seguía palpable en su voz.

Sonreí sobre su pecho para después separarme y mirar sus ojos azules, esos malditos ojos azules.

–¿Ahora?–quise saber.

Negó.

–Tengo almuerzo con mi madre.–se cruzó de brazos.

Sonreí rebuscando en mi bolso para sacar mi número de teléfono que estaba anotado en mi tarjeta de presentación.

–Llama, me das hora, día y lugar, ahí estaré.–dije con determinación.

Sonrió tomando la tarjeta.

–Hasta pronto.–se despidió.

Levante mi mano despidiéndome de él, mire como se alejaba de mi antes de soltar un suspiro del aire que estaba conteniendo.

Peligroso Amor. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora