Capítulo Treinta y Dos.

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Boston,
13 de septiembre.

El memorial de mi madre fue mucho peor de lo que imaginaba, casi podía sentir mi alma fuera de mi cuerpo durante aquellos eternos minutos en los que el sacerdote decía aquellas palabras que ya se sabía de memoria liberando el alma de mi madre de los pecados que cometió. El brazo de Demián me envolvía los hombros mientras yo lloraba en silencio sobre su pecho mirando como enterraban a mi madre.

Se mantuvo a mi lado incluso después de que todos se marchará quedando solo él y yo delante de la tumba de mi madre en la que tenía la mirada fija sintiendo como mi cabeza dolía.

—Lo he perdido todo Demián.–sollocé dejando que me consolara.

Se mantuvo en silencio dejando caricias en mi espalda.

–He perdido mi vida, he perdido a mi madre y estoy a punto de perder al hombre que amo.–dije aquello que había guardado para mí– ni siquiera puedo mirar a mi hermana. Me siento tan sola.

–Pero no lo estás.–me pegó a su pecho– siempre me vas a tener a mí y estoy seguro de que Aiden va a despertar.

Las palabras de su hermana se repitieron en mi cabeza logrando que más lágrimas cayeran por mis mejillas.

–Ya no estoy tan segura.–apreté los ojos con fuerza.

Aquel beso que dejó en mi frente me rompió un poco más el corazón, eso solía hacer mi padre.

–No sé que sigue después de hoy.–todo tenía sentido cuando Aiden estaba conmigo.

–¿Qué quieres hacer?–su pregunta me removió todo.

–Quiero irme de aquí pero con él, quiero irme con Aiden.–dije entre sollozos.

Me separó de él limpiando mis lágrimas con sus pulgares.

–Aferrate a lo que quieres cariño.–aconsejó.

Deje que Demián me acercará a mi departamento casi vacío después de que Louis se hubiera llevado sus cosas y me encerré en la oscuridad de aquel lugar sentandome delante del ventanal mirando la ciudad en completo silencio con el corazón adolorido.

Decidí darme una ducha intentado así calmar mi llanto desconsolado que solo hacia que todo el cuerpo me doliera más de lo que ya me dolía, pensé en Aiden, en sus bonitos ojos azules, en su cabello negro, en esa sonrisa torcida que tanto adoraba y un sollozó me desgarro la garganta.

Me vestí con mi pijama favorita y me detuve mirando dentro de mi closet observando su chaqueta, aquella chaqueta colgada junto al resto de mi ropa, la descolgue pegandola a mi pecho para inhalar su aroma que aún permanecía intacto.

–Te necesito.–un nudo se instalo en mi garganta.

Me deshice de mi pijama tomando lo primero que se cruzó en mi campo de visión luciendo presentable y me puse su chaqueta a pesar de que me quedaba enorme. Tome mi celular, las llaves de mi departamento y las de mi coche saliendo de mi departamento para dirigirme al estacionamiento donde se encontraba mi coche que encendí al instante en el que me monte.

Necesitaba verlo. Necesitaba saber que estaba bien.

Corrí al interior del hospital subiendo al elevador pulsando el número tres deseando no encontrarme con su hermana, no tenía fuerzas de desatar otra discusión.

Al verificar con una rápida mirada por el lugar que no se encontraba me encamine con rapidez a su habitación colocando mi mano en el pomo lista para abrir la puerta pero aquella acción se vio interrumpida cuando una mano me detuvo.

–Creí haberte dicho que no te quería ver por aquí.–me alejo de la puerta.

–Si y yo recuerdo decir que aquí me quedaría.–me puse a la defensiva al instante.

–Vete Davis, no tienes nada que hacer aquí.

–Eso no lo decides tú.–di un paso hacia ella amenazante.

–Vete de aquí Davis. ¡Largo!–exigió furiosa.

–No.–dije entredientes.

Me empujó logrando que mi equilibrio fallara.

–¿Qué es lo que quieres?–me miró desde su altura.

–Solo quiero saber si está bien.–me levanté del piso sacudiendo mi ropa.

–No, no lo está.–respondió tajante– ahora vete y no regreses.

La seguí con la mirada hasta que desapareció l interior de la habitación, me mantuve ahí un par de segundos antes de girarme y mirar a Elena que me miraba desde la recepción.

–Elena.–me acerque soltando un suspiro.

–Lamento lo de tu madre.–susurró.

Asentí sin decir algo más referente a ello.

–¿Puedes decirme cómo está él?–dije esperanzada.

Sus ojos brillaron un segundo, como un destello de esperanza que desapareció al instante.

–Lo siento, no puedo decírtelo.–dijo apenada.

Asentí retrocediendo, me dirigí a los elevadores con el corazón pesandome una tonelada.

–Aline.–su voz me detuvo.

–Ya me voy.–dije sin mirarlo.

–Espera.–me alcanzo tomándome de la muñeca.

–¿Qué?–me gire para enfrentar a Ethan.

Retiró su mano lentamente.

–¿Qué haces aquí?–dijo en un susurró.

–No hagas preguntas estúpidas, sabes lo que hago aquí.–me cruce de brazos irritada.

–Creí que la familia Wright había dicho...

–Si, ya me voy.–me volví a dar la vuelta.

–Será mejor que no regreses.–lo tome con una advertencia.

–¿Disculpa?–me gire hacia él colérica.

–La señora Wright quiere poner una orden de alejamiento.–dijo en voz baja.

Fue como recibir una puñalada, di un paso hacia atrás dolorida sintiendo como las lágrimas arrasaban conmigo, esto no podía ser verdad.

Peligroso Amor. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora