Capítulo 8: Echamos a perder un bus.

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Las Crónicas del Campamento Mestizo, fue escrito por Rick Riordan.

Clarisse tomó el libro, y le enseñó una sonrisa a su novia. —El octavo capítulo se llama: "Echamos a perder un bus". —Gimió, tan pronto como leyó el título. Lo mismo con Grover y Penny.

—Odio este capítulo, y ni siquiera hemos empezado a leer —gruñó Penny.


No me tomó demasiado tiempo, empacar. Una muda de ropa, algunos dólares, que había sustraído de la cabaña de Hermes, y mi arma: la vara fue encogida, gracias a un botón y guardar las hojas de tridente y espada, fue tan fácil, como meterlas en la bolsa de tela. Además, yo llevaba la ambrosia y el néctar, que ya Papá Poseidón, me había empacado, anteriormente, antes de llegar al Campamento.


—Primera vez, en muchos milenios, que te veo ser tan responsable, cara de caballo —felicitó Atenea sinceramente a Poseidón, por ser tan previsivo.

—Gracias, cara de lechuza —dijo Poseidón sonriente, y sacando pecho, causando la risa de todos.


La tienda del campamento me prestó cien dólares en dinero mortal y veinte dracmas de oro. Estas monedas eran tan grandes como galletas de las chicas exploradoras y tenía imágenes de diversos dioses grabadas por uno de los lados y el Edifico del Empire State en el otro. Los antiguos dracmas mortales habían sido de plata, Quirón nos lo dijo, pero los Olímpicos nunca usaban nada inferior al oro puro. Quirón dijo que las monedas podrían ser útiles para las transacciones no mortales, significará lo que significara.


Sally se preocupó.


Estaba segura de que nuestras armas nos joderían la primera vez, que pasáramos a través de un detector de metales.

Grover usaba sus pies postizos y sus pantalones para pasar por humano. Llevaba una gorra verde con rastas, porque, cuando llovía, su pelo rizado se aplastaba y tú justamente podías ver la punta de los cuernos. Su mochila de color naranja brillante estaba llena de chucherías y manzanas para merendar. En su bolsillo había un conjunto de flautillas de caña que su padre cabrío había tallado para él, aun así, sólo sabía dos canciones: Concierto de piano de Mozart No. 12 y So Yesterday de Hilary Duff, cualquiera de las dos sonaba muy mal en flautillas de caña.


Y una nueva carcajada, se escuchó en la sala, provocando el sonrojo de Grover, quien le arrojó a Penny, una lata de Coca-Cola vacía. Pero la rubia no perdió su sonrisa, y atrapó la lata en el aire.


Dijimos adiós a los otros campistas, tomamos un último vistazo a los campos de fresas, al océano, y a la Casa Grande, luego subimos la Colina de los Mestizos hasta el alto pino que solía ser Thalía, la hija de Zeus.


—Creo que ya está muy claro, quien es mi padre, Penny —le gruñó a su amiga. Todos se rieron de ella.


Quirón nos estaba esperando en su silla de ruedas. Junto a él estaba el tipo surfista que había visto cuando me estaba recuperando en la habitación del enfermo. Según Grover, el hombre era el jefe de seguridad del campamento.

Se supone que tenía ojos en todo su cuerpo, así él nunca podría ser sorprendido. Hoy, sin embargo, vestía un uniforme de chófer, por lo que sólo podía ver ojos extra en sus manos, cara y cuello.

Leyendo: La Última Hija del Mar (Fem-Percy Jackson x Harem)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora