PRÓLOGO

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Belén odiaba que se metieran con ella.

Resopló, una vez, tomando el cuchillo que antes había tirado hacia un blanco y que ni siquiera había pegado en la diana porque la fuerza con la cual lo tiró no alcanzó su objetivo.

Volvió a trenzar su cabello, dejando que la trenza le cayera hasta mitad de la espalda. Le gustaba llevarlo largo, le parecía que le hacía resaltar su rostro. Quizá una niña de doce años no debía de pensar en eso, pero lo hacía. Los muchachos comenzaban a atraerle, incluso se había imaginado siendo la compañera de su mejor amigo antes de desechar el pensamiento. Todavía faltaban años para que llegase a la etapa en la que encontraría el amor y las cosas serían muy incómodas con Fran de decirle que los había imaginado yendo por unas malteadas.

Sus ojos se desviaron al edificio a su lado, el lugar donde entrenaban las familias principales. Ella no cabía ahí, por supuesto. Su padre era un rango tan bajo en la manada que lo llamaban solo para que hiciera algunos trabajos sueltos. Incluso su madre, siendo humana, participaba más en la manada como herbolaria. No entendía por qué no podía quedarse en su casa y, en cambio, debía asistir a sus entrenamientos solo para que se burlaran de ella.

—Te cortarás si sigues cogiendo la cuchilla así. —Una voz detrás de ella la hizo soltar el cuchillo de nuevo, solo que la hoja pasó por su piel, lastimándola.

—Auch. —El chico se acercó para tomar su mano y verificar el daño. Belén se quedó con sus ojos prendidos en él, aunque el muchacho solo tuviera ojos para la sangre saliente.

—Lo siento, solo pretendía ayudarte.

La joven retiró su mano, apretándola para tener la hemorragia. Cuando llegase a casa le diría a su madre que le aplicase llantén en la herida o quizá sábila.

—No es nada, luego se curará... ¿No deberías estar en el edificio? Tienes prohibido pasar al campo de entrenamiento de los omegas.

La risa franca del chico le hizo volver a mirarlo. Su cabello negro estaba un tanto largo y se notaba que acababa de entrenar por el despeluque de este. A Belén se le hizo adorable, atractivo incluso, aunque supiera quién era él.

—Nosotros no tenemos prohibido pasar hacia aquí, son ustedes los que no pueden pasar a nuestro campo.

Belén resopló. Eso le parecía injusto, una tonta regla. Se quedó en silencio, volviendo a tomar el cuchillo, sin importarle la sangre secándose en su mano.

Escuchó el suspiro antes de sentir una mano adueñándose de la suya. El chico no era más alto que ella, solo un poquito más, pero aun así logró acaparar casi todo su espacio al pegarse a ella. Acomodó su mano de otra manera sobre la punta de la cuchilla, teniendo cuidado con el filo antes de apuntar y disparar.

La hoja quedó clavada en todo el centro.

Claro, como no.

—Todo va en la forma en la que lo agarres, no tendrás que usar mucha fuerza si sabes la técnica.

—A nosotros no nos enseñan tanto como a ustedes. —Él la miró de soslayo. Se había girado para tomar su mochila de nuevo y partir, pero ella le causaba curiosidad además de que le gustaba su cabello castaño largo y lacio. Los ojos color avellana de ella se cruzaron con los suyos castaños.

—Pareces saber mucho de mí, pero yo no sé nada de ti.

—¿Quién no sabría de ustedes? —preguntó Belén, acercándose mientras limpiaba su sangre en un paño. De la herida seguía saliendo sangre, pero no se molestaría en intentar quitarla, solo volvió a apretar más arriba para evitar que la sangre tuviera vía libre en sus venas—. Eres Adrián Lee, el hijo único de los Lee, familia beta. Entrenas todos los días hasta que tengas quince y yo... soy Belén.

Dijo sin más. No quería imaginar que él también ser burlara de ella por su cargo, así que evitó decir algo más sobre sí.

—Catorce —respondió él, confundiéndola—. Entreno hasta los catorce, comenzaré a pelear a los catorce, no a los quince.

—Eso es horrendo —dijo ella sin pensarlo. Luego se sonrojó y comenzó a disculparse—. Quiero decir... No será horrendo para ti, para mí sí, porque no me gusta entrenar, pero para ti debe ser... genial.

Adrián se rio a su costa, asintiendo.

—Puedo ayudarte si deseas, tengo media hora disponible todos los días, no es mucho, pero podría enseñarte técnicas.

¿Ayudarle? ¿A ella?

Asintió de inmediato. Así quizá le cerraría la boca a Julia.

—¡Sí, por favor! —dijo quizá con mucha más emoción de la que pretendía. Adrián le dio una última sonrisa antes de irse.

Belén decidió que esa era una bonita sonrisa para un chico de trece años. Al pensar en la edad que él tenía, comprendió que solo faltaba un año —o meses—, para que él saliera a luchar contra vampiros.

—¡Espera! —gritó, corriendo para darle alcance. Llegó a él jadeando, para la diversión de su acompañante—. Podría pagarte tus enseñanzas con curaciones. Mi madre es herbolaria, yo aprendo cosas de ella, por lo que si cuando comiences a luchar contra vampiros resultas heridos puedes llamar a mi casa y mi madre podrá atenderte.

—¿Por qué no tú? —La pregunta la hizo sonrojar.

—Porque yo no estoy capacitada... aún.

—¿Cuál es tu número? —preguntó él, descolgando su mochila para sacar un esfero. Belén lo tomó y anotó el número de su casa en el brazo de él—. Le diré también a mis padres. No tenemos un médico de cabeza ahora, creo que vendría bien.

Belén no pudo evitar reír.

—¿Ya me ayudarás a entrenar y ahora a conseguirle trabajo a mi madre? —Adrián también se rio.

—No es algo que me importe. La manada debe estar bien, así que, si le enseño a un miembro de ella a mejorar sus habilidades, también estoy mejorando a la manada. Si le doy trabajo a un integrante, también estoy ayudando. Mi deber es ese, con la manada.

Belén no entendió por qué las palabras de él le hicieron daño, pero prefirió ignorarlo a la vez que pensaba que Adrián parecía ser muy maduro para solo tener trece años.

—Claro, la manada... Te veo mañana, entonces.

Se despidió de él, volviendo a su lugar en el campo abierto para seguir intentando tirar los cuchillos. Al ver al pelinegro lejos, intentó tomar la cuchilla, así como él le había mostrado, en el mismo ángulo. Apuntó y tiró.

Dio un gritito emocionado cuando la hoja quedó pegada a la última línea. No había sido lo mejor, pero le había dado a la diana, eso era lo que le importaba.

Adrián, aun a lo lejos, pudo escuchar como Belén celebraba. Se miró la mano, al número de ella. ¿Sería mal visto llamarla a ella?

Sacudió la cabeza, siguiendo su caminata hacia su hogar. No quedaba nada lejos de ahí, por lo que su padre no lo recogía. Agradeció, sin saber muy bien por qué, que Chelem no lo hubiera acompañado esa tarde. Quiso creer que lo que agradecía era haber interactuado con otra integrante de su manada. Comenzaría un nuevo ciclo de clases, estaba un poquito nervioso porque conocía, más que todo, a los integrantes de las principales familias, pero en el instituto no estarían solo las principales, también habría otras personas. Además, en las familias los miembros eran mayores o menores que él, por lo tanto, no es que tuviera mucha relación con otros aparte de Chelem, el próximo sucesor de la manada.

En cuanto llegó a su casa corrió hacia la oficina de su padre, encerrándose en ella para garabatear el número en una hoja suelta sobre el escritorio. Ahí de dio cuenta de que no le había preguntado el nombre de su madre, ni su apellido ¿Cómo sabría por quién preguntar? ¿Preguntaba directamente por Belén?

Sus mejillas se sonrojaron de solo pensarlo.

Luna creciente (Precuela Cantos a la Luna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora