CAPÍTULO 37| Adrián

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Belén tenía los ojos rojos e hinchados mientras se cubría con un chal gris de lana que la hacía ver más pequeña porque estaba envuelta en él por completo. Se abrazaba a sí misma mientras evitaba mi mirada o, en realidad, mientras estaba perdida en su mundo. Hacía dos minutos que no decía nada, solo observaba la madera sin parpadear con normalidad.

El abogado me pidió ayuda con los ojos. El que habíamos conseguido para ella solo tenía el ceño fruncido y juzgaba a su cliente sin entender el estado en el que se encontraba.

Suspiré y me acerqué a ella luego de levantarme de la silla frente a ella. Sus párpados también estaban caídos, de lo hinchados y de la somnolencia que seguro sentía por el brebaje calmante que su madre le tenía que estar dando.

—¿Podrían dejarnos a solas? —pregunté por lo bajo y tomé la mano de la que se convertiría en mi novia de nuevo luego de ese momento... si es que ella quería portar ese título.

Retiró su mano con la poca fuerza que tenía y no pude evitar sentir un nudo en la garganta y las lágrimas agolparse en mis ojos.

Tragué toda emoción negativa porque no podíamos ser ambos los rotos en ese instante. No me haría el fuerte, Belén sabía y podía notar por mi estado que no estaba tomando tampoco muy bien la situación.

—¿Estarás por siempre enojada conmigo? —pregunté en un murmullo. Me recosté en la mesa, al lado de su silla mientras cruzaba los brazos. Por fin me miró.

—No estoy enojada contigo. —Sonreí un poco y me incliné hacia sus ojos.

—No, solo me estás mirando tan feo porque me amas demasiado —bromeé, pero solo logré que corriera sus pupilas de mí. Acaricié su rostro, devolviéndolo hacia mí—. ¿Estás de acuerdo con lo que leímos para ti?

Hizo un puchero inconsciente porque sus ojos se enlagunaron de nuevo.

—No estoy de acuerdo con la parte de firmar, pero supongo que no me queda de otra.

Acaricié su hombro y su clavícula. Recordé su risa cuando besaba o mordisqueaba esa parte de su cuerpo.

—Es por nuestro bien, Bel, lo sabes... Te veré en la noche algunos de los próximos días y ya saqué el viernes de la próxima semana para ir a tu graduación.

Soltó una risa vacía. Entendía la razón de ello; Belén siempre se esforzó por ser ejemplar y tener buenas notas a pesar de estar siempre pendiente de mí, pero con lo último, sucedido justo cuando debía presentar sus exámenes finales, se fue todo por la borda, menos, claro, la inscripción a la universidad que por fortuna había realizado antes de esos días tristes.

Gracias a su esfuerzo durante todo el periodo aprobó, de otra, con las calificaciones de sus exámenes, seguro hubiese reprobado.

—Hasta en eso fallé —susurró. Mis dedos se crisparon, tanto en la mesa como en su piel. Corrí de nuevo su rostro hacia mí para que no rehuyera de mi mirada, pero sus ojos no se fijaban en mí.

—Belén, no quiero escucharte decir eso más. No has fallado en nada.

Resopló y se alejó de mi tacto al correr su silla.

—Fallé en mis calificaciones, fallé en mi matrimonio, fallé en mi labor como herbolaria y tu sanadora... fallé al mentirle a mis padres sobre mi relación contigo y no quiero pensar en qué otras cosas más fallé.

Me dolió que lo dijera por dos razones: la primera es que no quería que ella tuviese ese pensamiento en su cabeza; la segunda porque cada una de las situaciones dichas estaban relacionadas conmigo.

No tuve que decirle más. Con los labios crispados hacia abajo y mirada melancólica, tomó el bolígrafo sobre la mesa y el acuerdo de divorcio, y firmó todo aquello que le habían indicado antes.

Luna creciente (Precuela Cantos a la Luna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora