CAPÍTULO 61| Adrián

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El sonido del timbre sonando insistente a las cinco de la mañana nos despertó.

Belén se quejó y giró en la cama hasta que tuvo su nariz cerca de mi cuello.

—Ve a abrir.

—Son las cinco de la mañana, un día entre semana, y pocos saben de esta dirección, quien sea debe haberse equivocado.

—Adrián, ve —mandó. Gruñí, sabiendo si no le hacía caso en su estado, se enojaría por toda la semana.

Cerré la puerta al salir de la habitación para poder refunfuñar con tranquilidad. Al abrir la puerta, aunque el llamado se había detenido, me sorprendí al ver una caja de regalo en la entrada.

No supe si tomarla, después de todo eso podría ser una trampa, así que la arrastré hacia adentro y la tomé luego de cerrar la puerta con suavidad, intentando no moverla mucho. Olfateé por si podía sentir el olor de algo que no avisara que fuese algo malo, pero no lo sentí.

—¿Quién era? —me asusté al escuchar la voz de Belén detrás de mí.

—Solo estaba esto —dije mostrando la caja. Ella frunció el ceño y se acercó a mí mientras ajustaba la bata.

—¿Un regalo? ¿De quién? —No decía, eso era lo extraño.

Belén se encargó de abrirla al ver que yo no hacía nada por hacerlo. Ambos nos sorprendimos al ver dos conjuntos de ropa para bebé, un vestido para Belén y, lo más extraño de todo, dos dagas de oro de empuñadura de cuero, una del color del bronce y otra negra. Al final de la empuñadura, en el inicio del oro, había runas hechiceras grabadas juntos a los dueños de cada una: Alan, en la negra y Trevor en la café.

—Familia Lee: puede parecer un regalo extraño para unos bebés, pero será la primera y única vez que sabrán de mí en mucho tiempo. Los felicito por sus bebés, estoy segura de que traerán muchos beneficios a la manada —leyó Belén una nota que había en fondo—. Gracias a los celos y a la situación, le he pedido a Nahsary que se aparte de los McCall y de ustedes por un tiempo, pero sé que para Belén es importante su bienestar, por lo que les diré que está bien, bajo la protección de una manada del norte. Expreso mi alegría hacia ustedes mandando un regalo que les servirá a la madre y a los hijos, la ropa por un tiempo, pero las dagas por siempre. Sé que Belén no se las dará hasta que no los vea en completa capacidad, lo que me deja mucho más tranquila.

»El vestido puede usarlo los días en los que el embarazo y sus síntomas te sobrepasen. Está hecho por un artesano al que le confiaría mi vida de ser necesario, encargado de hacer los mejores limitantes de magia; usamos nuestro conocimiento para confeccionar un vestido que puede dar alivio y confort a su dueña, siempre y cuando sea Belén. También lo puede utilizar en el parto, por supuesto y si lo permiten los encargados. Los mamelucos son un regalo para dentro de poco, indistintos. Sé que no les faltará nada, pero mi emoción me lleva a hacerles estos regalos. Ansiando saber de ustedes de nuevo, S.

—¿Quién es «S»? —pregunté, pero ella solo pudo encogerse de hombros.

—No lo sé, de verdad que no. ¿De pronto alguien del concejo? —Negué.

—Saben los nombres de nuestros hijos y que serán dos. El conejo no tiene esa información.

Lo pensó un momento. En realidad no era muy difícil saber quién podría ser.

—Seguro fue la hechicera que nunca nos dijo el nombre.

Sí, era muy posible que fuese ella, pero había otro detalle: la nota decía que era la primera y única vez que sabríamos de ella, así que tampoco podría ser esa hechicera de ojos verdes.

Luna creciente (Precuela Cantos a la Luna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora