Belén ni siquiera adolorida podía dejar sus bromas sutiles. Sonreí, dándole otra cucharada de sopa. Recibió haciéndose solo un poco hacia adelante para meter el cubierto a su boca.
—No te cocinaré, prefiero seguir pidiendo todo a restaurantes —respondí a su petición de cocinarle. Soltó una risa por lo bajo, quejándose luego de ello.
Me dolía verla así. Tenía moretones en su cuerpo por el cambio de sus huesos al convertirse. Su rostro estaba tan pálido que las ojeras que no solían estar ahí sobresalían con fuerza y sus labios... me preocupaba lastimarlos por lo pálidos y agrietados que estaban, pero Belén no se quejaba. Había pasado dos días y seguía en cama, casi sin poder hacer movimiento alguno por el dolor que seguía sintiendo.
—Algún día te enseñaré a cocinar —prometió en voz baja, aceptando la última cucharada de la sopa que había traído para ella desde un restaurante en el camino. Estábamos solos en su casa, sus padres siendo tan astutos para saber que no tendríamos sexo en su ausencia gracias al estado de Belén.
—Mejor ven a acostarte —refunfuñó, pero se dejó acostar en la cama. Me incliné para besar su mejilla antes de sentarme de nuevo a su lado de la cama.
Me tendió su mano con las pocas fuerzas que tenía.
—¿También te pasaba esto a ti en tus primeras transformaciones? —observé todo su rostro.
No, no había sido así. Mi primera transformación fue la que más dolió, pero luego de la segunda no sentía nada al convertirme. Nunca hubo moretones, al menos no que los hubiera notado. Había seguido mi vida normal y al poco tiempo la conocí.
Acaricié su mano, viendo con fijeza la vena en su piel.
—Bel...
—No tienes que decírmelo, ya sé lo que estás pensando —respondió a mi susurro—, no sé si hacerlo ahora; sería el mejor momento por estar en cama, pero a la vez... si siento mucha euforia quisiera saltar de la alegría o hacer algo y el dolor no me lo permitiría.
—Eso no pasará, lo sabes —contesté mientras daba un beso a su mano—. Todos lo han dicho: el vínculo se siente como una calidez o cosquilleo, no más que eso.
Se quedó en silencio, solo mirándome. Sonrió.
—Ayúdame a sentarme de nuevo y busca una cuchilla, debo tener en mi tocador.
Fruncí el ceño, ayudándola en lo que me dijo y también levantándome para buscar lo que pidió.
—¿Por qué tienes cuchillas en tu tocador?
—Porque cuando me aburro salgo a cazar con ellas, ¿no lo sabías?... Obvio para mis cejas, Adrián.
Refunfuñé por la obviedad con la que lo dijo. Busqué es su cajón y también fui hasta su baño para sacar una botellita de alcohol y unas gasas. Por sobre todas las cosas ella se aseguraría de que no se nos fuese a meter una bacteria por los cortes. Hice todo lo que me pidió e hice un corte pequeño en mi dedo, lo suficientemente grande como para que saliera poco más que solo una gota de sangre. Belén tragó cuando la puse frente a sus ojos y solo abrió la boca para que pudiera mi dedo en su lengua. Sus ojos se separaron de los míos cuando cerró sus labios alrededor de mi piel y succionó un tanto.
Jadeé, sorprendido y con recuerdos arremolinándose en mi mente.
—¿De verdad estás tentándome aun estando tan mal que ni te puedes mover? —Estiró los labios en una sonrisa macabra y sexy al mismo tiempo.
—Solo probé tu sangre —dijo, haciéndose la boba. Sonreí y me incliné hacia ella para tomar sus labios en los míos. Se quejó un poco, pero me respondió con la mayor fuerza que pudo reunir—. Es mi turno —susurró sobre mis labios.
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Luna creciente (Precuela Cantos a la Luna)
Hombres LoboBelén Saavedra no creía que su amor por Adrián Lee fuese correspondido, después de todo ella era solo una chica diminuta, débil mientras él era parte de la segunda familia más importante en su manada. Adrian sabía que su compañera en algún momento a...