CAPÍTULO 68| Adrián

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Belén y yo optamos por no celebrar nuestra boda al ver que los bebés necesitaban de nuestra atención y que Charlotte llegó, sin embargo, sí dijimos que celebraríamos nuestro aniversario de bodas con una renovación de votos que contase como esa ceremonia que nunca hicimos.

Como ya los niños estaban grandes como para dejarnos algo más de tiempo, nos dedicamos a enviar las invitaciones a las pocas personas que queríamos tener con nosotros y a organizar el lugar.

Tendríamos casi que tres celebraciones, dos de ellas en una.

Por fin nuestra casa estaba lista, así que pensamos utilizar el jardín como salón para la celebración de nuestra renovación de votos. Tuvimos, de nuevo, que pasarnos de casa, pero como sabía que esa sería la definitiva preferí comprar el terreno y construirla.

Se componía de dos partes: nuestro hogar y una casa secundaria para que Belén trabajara desde ahí. Tenía tres habitaciones, una que sería el consultorio y dos habitaciones para atender emergencias. Nuestra casa, por otro lado, tenía ocho habitaciones en dos plantas y, a pedido de mi madre por las remodelaciones que ellos hicieron en la casa donde me crie, pusimos antorchas en la entrada. Me gustaba mucho ese toque y a Belén también, así que todo esta bien.

En esa nueva casa Alan y Trevor ya tenían sus habitaciones separadas, más que todo porque ya comenzaban una etapa en la que sí necesitarían su propio espacio. La que se veía más emocionada era mi niña de apenas diez añitos, quien se dedicó a darle todos los detalles de cómo quería su habitación a la diseñadora contratada. Resultó con una cama gigante con dosel, muchísimos cojines, todo en tonos rosa y el suelo alfombrado por completo. Incluso tenía un columpio.

Mis hijos, por otro lado, estaban entrando a esa etapa de la preadolescencia que ya nos estaba generando dolor de cabeza a Belén y a mí, así que sus habitaciones se habían transformado de esas de bebé con camas pequeñas a ser unas que todo adolescente querría. Trevor incluso había montado un pequeño espacio solo para sus videojuegos que hacía ver su habitación atestada. Alan también se había metido en la onda adolescente, pero había sido algo más moderado con la decoración.

Y aunque mi familia solo eran cuatro personas, debía decir que las otras habitaciones también tenían su propósito. Una de ellas era una sala de estar aparte del recibidor, casi como uno de esos salones de té de antaño, solo que para mi familia y no solo para mi mujer. Otra habitación era para que Alan, Trevor y Charlotte recibieran sus clases y la última, esa que estaba vacía, por el momento, era la que esperábamos que en un tiempo se ocupara.

Queríamos otro hijo, fuese niño o niña, no importaba. No estábamos aun en búsqueda de ese bebé, queríamos tenerlo al menos unos dos años después, cuando todo estuviese en su lugar, porque la otra celebración eran los grados de mi mujer por fin graduada de medicina.

A Belén le había dado la fiebre maternal. No podía decir que antes la sintió porque mis tres primeros hijos fueron «accidentes» que amábamos, pero no deseamos en su momento. Nos estaba yendo muy bien, compartía la presidencia de la constructora con papá, las inversiones aumentaron, también los proyectos y las ventas de estos, así que nos estaba yendo excelente.

Abrí la puerta de la habitación de Alan, pero estaba vacía. Si mi hijo no estaba ahí y tampoco tenía entrenamiento o clases, solo podía significar que estaba con su hermano.

Charlotte se había ido con Belén a hacerse las uñas para el día siguiente. Los decoradores llegarían a la tarde para dejar algunas cosas listas antes de la ceremonia que se llevaría a la mañana.

Toqué la puerta antes de entrar a la habitación de Trevor. Mis dos hijos estaban pegados a la pantalla, o mejor dicho, a la consola de videojuegos.

Ni me miraron cuando entré, por lo que encendí la luz para desacostumbrar su vista y concentrarlos en otras cosas.

Luna creciente (Precuela Cantos a la Luna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora