CAPÍTULO 7| Belén

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Pasar tiempo encerrada en mi casa no era algo que me molestara. Me gustaba, más que todo porque me consentían y me dejaban estar quita solo viendo televisión mientras comía algo que mi madre preparara.

No debo decir que me gustó haberme lastimado cuando tocaron la puerta temprano a la mañana, tres días después de haberme lastimado.

Yo abrí, porque, aunque me gustaba que me consintieran, no me gustaba sentirme inútil y eso era lo que estaba pasando cuando no me dejaban ni siquiera acercarme a la puerta.

No me importaba que me viesen con los ojos amoratados y la nariz rota. Yo sabía que era linda en una situación normal.

Al abrir la puerta me encontré con un chico frente a mi puerta, con un uniforme y un auto detrás de él.

—¿La señorita Belén Saavedra? —Asentí, curiosa. El chico me pasó un bolígrafo y una hoja que necesitaba mi firma. Mientras yo firmaba él fue hasta la camioneta y salió de ella con un arreglo floral hermoso.

Una sonrisa partió mi rostro en dos. Se hizo el intercambio con el papel y el arreglo. Corrí hacia mi habitación, ignorando el llamado de mi mamá porque quería leer la tarjeta que tenían las flores en ellas. Las dejé en el suelo mientras hacia un espacio en mi mesa de noche. Mi madre entró a la habitación, secándose las manos en una toalla pequeña de la cocina.

—¿Las mandó Adrián? —Tenía que ser él. Pocas personas sabían que mis flores favoritas eran las peonias y ese ramo era uno donde la principal era ella. Además de que un arreglo era costoso, más que todo con esa flor. No sería tan fácil que otra persona aparte de él tuviera para pagarlo.

Tomé la tarjeta rosada que solo tenía unas pocas palabras:

Aunque no te pueda ver hoy, siempre encontraré la manera de estar presente.

A.

Sonreí, dejándola a un lado. Sentí mis mejillas sonrojadas mientras mi mamá analizaba las flores. No pude olerlas, por mi nariz y porque prefería evitar lastimarme, pero sí me puse feliz con ellas.

Adrián, según lo que me había dicho la noche anterior cuando hablamos por teléfono, no podía ir a verme ese día. Tenía una reunión con su grupo de la manada y luego saldría con Chelem. Como era probable que llegase luego de la hora permitida por mi padre para mis visitas, habíamos quedado en vernos al día siguiente. Pero aun así me alegró que me tuviera presente.

Mi madre me acarició el cabello.

—Baja a almorzar, cariño.

Asentí, pero me quedé uno segundos más admirando mis flores.

Me puso ansiosa de que llegase la noche para llamar a Adrián y agradecerle por el detalle.

Bajé con mi madre para comer. Luego de ello y, al no tener nada más por hacer, le ayudé a pulverizar plantas que ya había secado para hacer las medicinas y también a preparar unas cuantas, las que yo más necesitaba para curar a Adrián.

A la tarde, luego de clase, Miranda pasó por mi casa para llevarme los apuntes de las clases y ponerme al día con los chismes. Me contó que había visto a Adrián molesto, como todos esos días y que Francis estaba pensando en volver a visitarme.

En efecto lo hizo. Mi amigo se presentó en mi casa con una caja de chocolates, pero, para mi fortuna, fue a casa cuando Miranda todavía seguía allí y mi padre había vuelto de su trabajo.

—Es un buen chico, espero que sea tu compañero cuando lo encuentres. —Sí, papá tenía la esperanza de que Francis fuese mi compañero, mi alma gemela.

Luna creciente (Precuela Cantos a la Luna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora