CAPÍTULO 24| Belén

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—Ve frenando... —dijo Adrián a mi lado, su mano en la cabecera del asiento del conductor que yo estaba ocupando en ese instante.

El auto frenó con suavidad antes del resalto. Mantuve mi pie con firmeza sobre el freno mientras hacía el cambio y lo dejaba en neutra. Aun así, no solté el freno, porque estábamos en un sector recto, pero no quería arriesgarme a dañar el auto de mi novio.

Miré a Adrián, mis manos aferradas al volante. Los ojos de mi pareja relucían con orgullo y felicidad, lo que me hizo sentir aun más feliz y orgullosa de mí misma.

—Ahora viene lo más difícil: aprender a parquear.

Hice una mueca, suspirando, pero la mano que había estado detrás de mí paró en mi cabello y lo peinó un poco.

—Has estado maravillosa, Bel, lo harás fantástico. La próxima semana podremos ir a que te hagan el examen y te den tu licencia... y luego te regalaré un auto.

Mi cabeza giró con fuerza y mi mano paró en su pecho. Soltó una risotada, sus ojos entrecerrados por la risa.

—¡Ni se te ocurra comprarme un auto! Ya hiciste suficiente con las acciones.

Todavía no había tenido mi primer pago de eso, pero hacía una semana había abierto mi cuenta bancaria, así que estaba esperando. Adrián había sido un buen maestro al enseñarme a manejar, aunque al principio sí había estado nervioso. Notaba que cuando Adrián tuviese más dinero disponible para sí sería un fanático de los autos, porque amaba el suyo y siempre estaba comentando de algún otro modelo que quería.

Se inclinó hacia mí y me besó. Recibí gustosa su beso hasta que escuchamos el claxon de un auto detrás de nosotros. Me puse un poco nerviosa, pero hice el mismo procedimiento que llevaba haciendo esos días para arrancar el auto. Nos encontrábamos en una calle solitaria y con algunas curvas para que yo aprendiese a tomarlas mejor. Solo falta aprender a estacionarme... y sí, creía que eso sería lo que más me haría sudar.

Frené, de nuevo, a un lado de la carreta, poniendo la emergencia y dejando el auto listo para Adrián. Cambiamos de asiento. Yo me dejé caer en el lugar que solía pertenecerme con un suspiro. Mi novio movió su muñeca para organizar el reloj en ella antes de comenzar la marcha. Reí al observarlo manejar. Preferí reírme antes que tirármele encima porque se veía demasiado atractivo manejando, mucho más usando el reloj que yo le había regalado.

Me dio un vistazo de reojo, confundido.

—¿De qué te ríes?

—Río de pena —dije—, porque ya me tienes que llevar a casa y como que se me antojó algo.

Miró la hora en su muñeca.

—Tienes razón, es tarde... pero podríamos pedir algo en tu casa. La condición era que te llevara temprano, no que nos separamos a esa hora.

Reí de nuevo, divertida de que pensara que quería algo de comer y no a él.

—No quiero comer, sigo llena de la cena de ahora —dije. Sus ojos se abrieron con sorpresa, comprendiendo a lo que me refería. Escondió sus dientes entre sus labios, pensativo, pero terminó por negar.

—No me quiero arriesgar a otro castigo, hemos estado muy bien estos últimos días.

Hice un puchero, mirando hacia un lado. La mano de Adrián paró en mi pierna para llamar mi atención.

—De saber que te ibas a negar no hubiera tomado la clase de hoy —susurré, medio en broma y medio en verdad. Tomé la mano de mi novio, entrelazando nuestros dedos. No se quitó de mi agarre ni siquiera para meter los cambios del auto.

Luna creciente (Precuela Cantos a la Luna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora