CAPÍTULO 64| Belén

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Quería que todos se fuesen de mi casa. La espalda me dolía, los pechos me pesaban, mis pies estaban hinchados y yo solo quería encerrarme en la habitación a comer mucho postre de nata de leche hervida.

Ese se había convertido en mi mayor antojo. Según el médico, mi dieta era lo que no me hizo tener antojos muy extraños o desagradables y lo agradecía porque no quería recordarme comiendo un perrito caliente con fresas o algo más asqueroso.

Miré a Adrián, pero él no me devolvía la mirada. Acariciaba mi espalda mientras conversaba con Kyle y Miranda. Poco a poco mis ojos se cerraron por el cansancio de llevar encima a todo momento un vientre de casi ocho meses de gestación.

Llegó un momento en el que dejé de escuchar la conversación porque me quedé dormida en el sillón al lado de Adrián. Supe de esto cuando él me despertó porque por accidente dejé caer mi cabeza en su hombro.

Carraspeé al ver la mirada de nuestros amigos en mí.

—Lo siento...

—Creo que lo mejor será que Kyle y yo nos vayamos. Debes descansar ahora más que nunca.

Intenté sonreírle y permití que acariciara un poco mi vientre cubierto por el vestido mágico que hacía meses atrás fue un regalo.

Debía admitir que sí funcionaba, me aliviaba un poquito los malestares del embarazo cuando eran muy fuertes, solo que los ocho meses se acercaban y ya se me hacía difícil incluso moverme por mí sola.

—Saben que los quiero, ¿verdad?

—Claro que sí, pero también quieres descansar y lo entendemos —dijo Kyle poniéndose de pies y tomando la mano de su pareja.

Les sonreí avergonzada mientras iban hacia la entrada en compañía de Adrián. Al volver, mi esposo tomó mi cuello para alzar mi cabeza y dejar un besito en mis labios.

—Vamos a la cama, entonces. —Intentó levantarme, pero hice fuerza para quedarme sentada.

—En realidad, quiero algo más. —Me miró con sospecha. Sonreí, porque lo único que le había pedido durante más de una semana a la noche había sido una cosa.

—¿Quieres tu postre de nata? —Asentí y en esa ocasión sí me dejé ayudar para ponerme de pie.

Parecía que los bebés parecían ya haberse ido a dormir porque todo por allá adentro estaba en calma, muy diferente a horas antes y durante la mayor parte del día. Desde el vientre podía decir algo: o serían muy inquietos o amarían pelear porque parecía que todos los días se daban puño y pata en mi vientre. Algunas veces se hacía molesto, cuando no estaba recostada y dispuesta a «jugar» con ellos.

Al hacer mi paso por la habitación de ellos no pude evitar entrar, como casi cada noche. Sus cunas ya estaban armadas, también mi silla al lado de la venta, la mesa para cambiarlos y todo lo demás. Todo estaba listo y organizado para la llegada de dos bebés que yo suponía que nacerían en tan solo una semana más.

Debía hablar con Adrián, lo sabía desde antes, pero lo confirmé cuando mi postre apareció frente a mis ojos.

Sonreí y lo tomé, permitiendo así que sus manos se aventuraran por mi vientre y su boca llegara a mi cuello. Extrañaba esos días de antaño cuando me levantaba para besarnos o podía moverme como si fuese una muñeca, ya no podía hacerlo por mi vientre crecido.

—¿No ibas a dormir? ¿Quieres que te lea un rato? —Negué.

—Quiero que hablemos. —Me giré en sus brazos para hacerle frente. Su mirada se apagó al ver la seriedad en mi rostro—. No podemos seguir postergando esa charla, ya solo falta una semana.

Luna creciente (Precuela Cantos a la Luna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora