CAPÍTULO 23| Belén

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Había un ambiente tenso en el auto en el regreso a casa. Mi padre estaría enojado y estaría en casa porque era fin de semana. Adrián tomaba mi mano con fuerza, no la soltaba ni siquiera para meter los cambios del auto.

—Sí, chiquita, tenemos el celular, pero una llamada al escondido no basta para mí.

—También tenemos la cena. Cuando lleguemos lo primero que hay que decir es que acepto el castigo que me impongan, pero que el lunes a la noche saldremos ambas familias.

Él suspiró. Los planes que teníamos que hacer para no sentirnos tan mal con mi castigo eran ridículos, pero esperaba que funcionaran.

Llegamos a casa. Adrián se bajó conmigo, tomando mi mano en todo momento. Yo entré con mis llaves a un lugar silencioso y lúgubre hasta que unos pesados pasos se escucharon en las escaleras.

Cerré los ojos y me di la vuelta para encontrar a mi padre, sus cejas casi juntas, labios apretados y mirada furibunda.

—Antes de que digas algo, papi, déjame decirte que tomaré el castigo que me impongas. Te lo dije ayer, pero también tengo una invitación para ti y mamá para el lunes a la noche... es importante, entonces levántame el castigo ese día, por favor.

Se lo pensó. Puse la carita con la que lograba conseguir todo con él hasta que suspiró y miró a Adrián de una forma horrible. Agradecí ser su hija y tener su amor para que no me mirara como si quisiera matarme.

—¿Este es el ejemplo que le das? Pensaba que serías más responsable.

—Papi, fui yo quien le dijo que nos quedáramos —mentí a medias. Abracé a Adrián por la cintura, recostando mi cabeza en él.

—No lo defiendas —gruñó.

—Señor Saavedra, de verdad siento que la situación esté así por mi culpa. Acepto que la tengo, pero no podía negarle a Belén nada... por eso le pido que acepte nuestra invitación el lunes y que no sea muy duro con Belén.

—En este caso estoy de acuerdo con mi esposo. —Mamá apareció en las escaleras, atándose una bata a la cintura, mirándome directamente—. Pensaba que cuando cumplieras dieciocho serías una chica más responsable, pero en cuanto pudiste te rebelaste. Pensaba que te había dado la confianza suficiente para que no hicieras ese tipo de cosas. ¿Quedarte toda la noche fuera como si fueras una mujerzuela sin casa? —preguntó indignada.

Me quejé, entendiendo su enojo, ¡pero las cosas no eran como decían!

—¡Solo me dejan salir hasta las ocho de la noche! ¡Y no estaba de fiesta o en andanzas, solo estaba con mi novio a quien conocen de años! Hace poco ni siquiera tenía permiso de salir sola a la ciudad ¡y estudiaré allá!

—¡No tenías permiso porque para todo hay una edad, Belén! —gritó mi madre, dejándome en silencio—. Si lo hacemos así es porque te intentamos cuidar mientras aprendes a manejarte en el mundo sola. Eres inteligente y que hayas cumplido dieciocho no te da la madurez suficiente como para creerte una adulta —miró a Adrián, seria—. Te pido que nos dejes a solas con nuestra hija. Ya sabes que está castigada hasta nuevo aviso y no puede recibir visitas.

Mi novio suspiró. Me giré hacia él, pidiéndole con la mirada que no me dejara sola y no se fuera, pero solo besó mi cabeza y se despidió de mis padres con la mayor educación.

Mi madre se fue hacia la cocina, enojada, y mi padre la siguió.

—Quiero tu teléfono en mi habitación de inmediato —ladró él, pidiendo el objeto que yo misma había sacado en mi pelea con Adrián y que luego había vuelto a conectar.

Suspiré y asentí.

—No pueden castigarme por todas las vacaciones. Necesito ver a Adrián, además comenzaría a enseñarme a manejar la próxima semana.

Luna creciente (Precuela Cantos a la Luna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora