CAPÍTULO 19| Belén

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Mi madre había salido a atender un parto luego de dejarme en casa con Miranda. Me encontraba sola porque mi amiga se había ido, dejando a mí sola con una carta de Adrián que decía lo mismo que me dijo en persona.

Estaba probando nuevos peinados cuando el teléfono comenzó a sonar en el primer piso. Me quejé, arrepintiéndome de haber sacado el que tuve en la habitación. Corrí por las escaleras hasta que tomé el teléfono de la cocina.

—¿Bueno? —Era de noche y papá había ido por mamá, por lo que supuse que serían ellos. Me equivoqué. Los vellos de mis brazos se erizaron al escuchar un sollozo detrás de la línea.

—Belén, Adrián olvidó llamarte ¿no? Mi hijo viene hacia acá, pero lo traen muy herido —volvió a llorar, incrementando la preocupación que se había implantado en mi corazón con la primera frase—. Me dijeron que está inconsciente y que la herida que tiene no deja de sangrar. Te necesitamos. Creo que ustedes dos están enojados, pero eres la encargada de él, necesito que estés aquí para cuando lleguen.

Evité decirle que había renunciado a mi cargo.

—Voy para allá, señora Lee —dije en tono bajo, preocupado, antes de salir corriendo para tomar mis cosas, mi maletín de mi habitación y las pomadas que se habían preparado hacía poco.

Tomé un poco de todo antes de salir corriendo por mi bicicleta. Pedaleé a todo lo que daban mis pies y mi bici, llegando justo en el momento en el que bajaban a Adrián de un auto alargado, en una camilla improvisada.

Respiré por la boca al ver su camisa ensangrentada y rostro pálido. La falta de movimiento me hizo saber que no era una herida hecha por el cuerpo de algún vampiro. Le di la maleta a alguien, sin notar quién, para revisar a mi chico. De la herida salía mucha sangre, aunque intentaban taponarla.

Eso no era algo que yo pudiese curar, necesitaba un médico de verdad... o un hechicero.

—¿HAY ALGÚN GUARDÍAN? —grité, tomando el trabajo del chico que había estado taponando la herida. Abandoné ese trabajo por un segundo para romper su camisa, que se rompió muy fácil para mi gusto—. ¿Por qué Adrián está usando ropa humana? —pregunté a Marta, quien veía todo llorando. Ignoré el hecho para concentrarme en lo importante. Frente a mí y mientras movilizábamos a Adrián a una habitación en el primer piso para no perder tiempo, un guardián se materializó frente a mí—. Busca a Nahsary, dile que en la familia hay una emergencia y necesitamos de su ayuda.

Sin decir más desapareció de nuevo. Dejamos a Adrián en la cama y comencé a pedir algunas plantas para intentar detener lo que más se pudiese la hemorragia, pero veía que la herida era profunda, porque no se detenía. Fue entonces cuando yo comencé a llorar, sintiendo su pulso debilitado y viendo su piel muy pálida como para ser sano.

Al ver que me estaba alterando de más, hice que todos los que me acompañaban salieran de la sala. Yo no sabía suturar, apenas había estado aprendiendo de Nahsary cuando dejó de enseñarme por irse. Necesita magia, necesitaba que cerraran esas heridas o necesitaba de la medicina humana que la hechicera conocía.

A medida que pasaban los segundos yo me desesperaba más y más. Las mangas de mi camisa estaban llenas de sangre y debajo de Adrián también había más. Sollocé cuando sentí que no lo lograría, pero justo en ese momento apareció la hechicera.

Me dejé caer en un sillón acomodado en la recámara, llorando.

—Deja de llorar, niña. Un buen médico deja esas cosas para cuando todo haya pasado. —Asentí y sequé mis lágrimas, pero seguía preocupada por Adrián. Ella me miró con toda la calma mientras se acercaba a la cama—. Ve a prepararte una infusión para tus nervios y vuelves. Cerraré la herida y podrás seguir trabajando tú.

Luna creciente (Precuela Cantos a la Luna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora