EPÍLOGO

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La hechicera tuvo que camuflarse en el entrenamiento al aire libre entre los dos jóvenes. Alan Lee, mayor conocido por ser el licántropo con más fuerza, logró derrotar a Kirian McCall en menos de un suspiro.

Mag conocía muy bien las razones de eso: ya la familia alfa no estaba capacidad en fuerza para liderar desde que el legado de ese nacido en luna azul años atrás los abandonó.

Ese día tenía un propósito muy claro, su amiga se lo había encomendado y por primera vez en diecisiete años volvía a pisar la manada McCall y no para bien. Los tres hechiceros conocían muy bien la historia y lo que se tendría que desarrollar. El licántropo pelinegro no podía quedarse más tiempo dentro de ese lugar, pertenecía a la manada con la que tenían límite, esa en donde estaba la adolescente castaña con la que se debía encontrar.

Salió de su escondite viéndose como una muchachita. Sentía incluso algo de pena por Kirian, porque perder a su compañera sería algo que lo llenaría de rabia y dolor, pero era necesario. Siempre se tenía que arriesgar algo o alguien por el bien común, lo había aprendido hacía muchos siglos atrás.

—Creo que Alan hace trampa —dijo en cuanto estuvo a solas con el castaño, quien solo la miró y siguió su camino.

—¿Qué trampa va a hacer? —preguntó tosco, pero Mag sabía que era solo una careta. En realidad estaba preocupado por lo que su padre diría de él.

—Escuché que quiere pedir el liderazgo de la manada —mintió ella necesitando ese incentivo que lo llevara a actuar—. Ya te quitó tu lugar protagónico y ahora quiere quitarte tu lugar. Tu padre estaría muy decepcionado.

Con eso obtuvo la atención que quería. El licántropo no vio en esa joven algo más que conocimiento y necesidad de ayudar.

No dijo nada más, solo dejó a la hechicera en ese lugar y se fue a su casa.

Kirian no podía decir que no sentía rencor y odio por ese chico que se llevaba incluso la atención que su familia le debía dar a él. Desde que creció solo escuchaba «Alan hizo tal cosa», «Alan es tal otra» y estaba cansado, cansado de todas esas comparaciones y de que su entramiento solo consistiera en que el otro hombre lo tirase una y otra vez a la colchoneta.

Por esa razón le dijo a su padre que debían hacer algo y con la entrada de su hermana se formó una idea en su cabeza. Si Alan pensaba quitarle ese puesto, sería mejor que su familia quedase también en el poder y así todo sería más fácil para ellos.

Chelem creyó que era una buena idea eso de intentar casar a su hija menor con el hijo mayor del hombre que una vez consideró su mejor amigo, pero sabía que el joven se opondría a eso. Su hija no tendría problemas con estar con el mayor licántropo, la conocía, también la había criado él para que pensara solo en la riqueza y el poder, no en el amor.

Mientras tanto, el pelinegro no tenía pensado siquiera tomar el liderazgo. Hacía un año que trabajaba con su padre y tenía la ilusión de encontrar a su compañera y estar con ella. Sí, había hecho algunas cosas algo promiscuas y sus padres estaban enojados con él porque se dejaba influenciar por John, ese amigo que desde hacía años Belén odiaba.

Alan era un buen chico, solo que comenzó a juntarse con las personas incorrectas. Cada que iba a una fiesta se liaba con alguna chica, humana si era posible para no tener tantos problemas luego, pero también trabajaba, estaba pendiente de sus estudios y de la manada, así que no entendía cuál era el problema que tenía Kirian con él.

Belén se encontraba trabajando en su jardín cuando escuchó que alguien llegaba detrás de sí. Por el olor reconoció a Chelem, así que solo se irguió y esperó a que su líder hablase, pero lo que salió de la boca de él solo logró cabrearla.

Luna creciente (Precuela Cantos a la Luna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora