Mis ojos no podían dejar de ver el cuerpo acostado en el sofá. Solo una manta la cubría, su mano se había deslizado fuera y casi que tocaba el suelo. Dormía con la boca abierta, lo que me causaba un tanto de gracia, y también había quitado el cabello de su camino por lo cual este caía por el reposabrazos hasta el suelo. Amaba ese cabello, me gustaba mucho que Belén siempre decidiera dejarlo de ese largo porque se le veía muy bien.
Pero, así como amaba su cabello, odiaba el hecho de que Miranda se hubiese quedado en mi casa también porque eso había implicado que Belén decidiera irse a dormir a ese incómodo mueble antes de acostarse en el lado disponible de mi cama.
Unos golpes en la puerta me hicieron correr mi mirada de mi amiga.
—Adelante.
Justo en quien pensaba se hizo presente. Miranda me miró con vergüenza dibujada en su rostro.
—Buen día... Solo... pasaba a decir que debo irme, ¿puedes decirle a Belén que le pasaré los apuntes de hoy en la tarde?
Asentí, sin decir más. Sonrió con los labios apretados, sonrojándose, antes de volver a cerrar.
Belén y yo no iríamos a estudiar. Era casi una regla que cada que yo salía lastimado como la noche anterior, ella faltaba por estar a mi cuidado. Esa era la ventaja de estar dentro de la protección: todo funcionaba con las reglas licántropas, no con las humanas, así que solo era un aviso necesario para hacerle saber al director y a los profesores que faltaríamos.
Al sabernos solos, me levanté. No me sentía mal, de hecho, me sentía muy bien, aunque no fuese algo que admitiría a Belén. Me gustaba que me cuidara, lo amaba, y también amaba tenerla a mi lado todo el tiempo posible.
Pasé mis brazos por debajo de su cuerpo, alzándola. Se quejó en sueños, pero su cuerpo se amoldó al mío en el corto camino a mi cama.
La dejé dormir mientras me duchaba. Debía ir a hablar con el alfa, ¿cómo era posible que no llamaran a Belén en un primer momento? No la podían cambiar sin mi autorización, ella era quizá la persona que más conocía de medicina licántropa luego de los hechiceros y no permitiría que la cambiasen. Las razones iban más allá de solo la salud, eso en realidad se convertía solo en una excusa para verla por más tiempo. Ese día, por ejemplo, podía asegurar que la tendría solo para mí luego de ir a hablar con Chelem y su padre.
Encontré a Belén sentada en la cama con expresión adormilada. Sonreí, acercándome a ella para besar su mejilla
—¿Cómo te sientes? —preguntó en voz baja, analizándome.
—Cansado —mentí, sentándome en el borde de la cama para poner mis zapatos—, y me duele un poco el costado.
—No deberías salir entonces. —Oculté mi sonrisa.
—Debo ir, Bel, pero volveré pronto.
—Deberías ir luego, cuando te sientas mejor. —Lo pensé. No sería muy creíble salir si se suponía que estaba mal ¿no?
Me quité de nuevo los zapatos y la camisa. Escuché su carraspeo por mi acto, pero solo sonreí.
Volví a la cama. Ella se levantó para rodearme y comenzar a revisarme. Sonreí de nuevo, sabiendo que me sentía muy bien, pero teniendo que fingir. Contraje mi cuerpo cuando tocó por mis costillas, donde se suponía que me dolía. Frunció el entrecejo, yendo hacia su bolso.
—Creo que tengo un poco de fiebre, deberías ponerme compresas frías —hablé. Ella me dio una mirada.
—No tienes fiebre, Adrián.
Cuando volvió a acercarse a mí para corroborar sus palabras, halé de su mano para tenerla más cerca. Una exclamación salió de su garganta al sentir el movimiento, pero solo sonreí.
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Luna creciente (Precuela Cantos a la Luna)
Hombres LoboBelén Saavedra no creía que su amor por Adrián Lee fuese correspondido, después de todo ella era solo una chica diminuta, débil mientras él era parte de la segunda familia más importante en su manada. Adrian sabía que su compañera en algún momento a...