CAPÍTULO 22| Adrián

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Aunque Belén me había dicho que no podía hacerlo, descansé sobre su pecho cuando terminamos de hacer nuestro en mi cama. Su piel húmeda de sudor me recibió y mi cabeza de inmediato fue apresada por una manos suaves y tiernas que acariciaron mi cabello.

Luego de dos veces más haciéndolo resultaba mejor de lo que había pensado que sería. Belén había tenido razón: no hubiera intentado tomar práctica con otra mujer cuando ella mucho mejor en el tema.

Todavía faltaba como una hora para que mis padres llegasen a casa, así que solo me dediqué a acariciar el costado de mi novia mientras sentía cómo el sueño me alcanzaba. Belén soltó una risita nerviosa cuando acaricié su pezón con mi nariz, aprovechando la posición. Alcé mi rostro lo suficiente hasta tenemos ojos mirando los suyos.

—¿Quieres otra ronda antes de que lleguen tus padres? —Sí, lo quería, pero había un inconveniente: no tenía más condones.

—De quererlo... sí, pero no tengo más condones —avisé, volviendo a recostarme con resignación de que ese día solo tendría una vez con ella. Ya no era traumático, incluso ella se veía desesperada en el juego previo por mí. Ya no le dolía y sabía que no lo hacía porque cuando me adentraba en ella solo suspiraba o gemía.

Soltó una respiración con fuerza que sentí en mi cabello. Cerré mis ojos, tranquilo con el olor que desprendía su piel y agotado. Claro que, si ella me decía que podíamos tener otra ronda de sexo, sacaría fuerzas de donde fuese para hacerlo.

Me quedé dormido sobre ella, relajado por la actividad y por mi compañía. Belén me daba mucha paz, canalizaba todo lo negativo que hubiese en mí en segundos, más desde que descubrí que era mi compañera.

Habían pasado dos semanas más desde que había vuelto conmigo. Dos semanas en las que seguía sin sentir un cambio en mi olor. Intentaba tener paciencia, más que todo porque de igual manera ella era mi novia, estábamos juntos en una relación, así que estaba tranquilo.

Unos minutos después desperté por Belén llamándome, diciéndome que mis padres llegarían pronto y debíamos vestirnos. Me quejé, porque de verdad estaba muy cómodo y no quería cambiar mi posición, pero una cosa era hacer el amor sabiendo que estábamos solos a saber que mis padres estaban en casa. Mamá se volvería loca de saberlo, aunque para mí fuese muy obvio que lo hacíamos. No desaprovecharía una casa sola teniendo una novia tan bella y sexy como la mía. Una que, por cierto, parecía no cansarse de mí.

Nos vestimos en medio de una charla ligera sobre lo que haríamos al día siguiente: su cumpleaños. Yo no eran especial como ella como para decir que le prepararía un desayuno sorpresa y se lo llevaría a la cama, pero había usado uno de mis días libres para comprarle algo que pensaba convertir en una tradición. La llevaría a cenar, por supuesto, a un restaurante bonito de la ciudad.

Ese día, antes de llegar a casa, la había llevado de compras con lo que había ahorrado para los teléfonos celular que al final me regalaron mis padres. Ella solo eligió un par de cosas, un suéter que juró que sería el indicado.

La llevé a casa antes de que mis padres llegaran. Estacioné frente a su casa para asegurarme de que entrara y no le pasara algo. Me incliné hacia su asiento para besarla, aprovechando que tenía el techo del auto puesto porque de otra me hubiese intimidado su padre. No la dejaría de besar, pero igual me intimidaba.

—Te veo mañana, mi vida.

—Estoy feliz porque sé que donde me vas a llevar venden vino caliente y quiero mucho una copa.

Reí. Belén tenía una un gusto por los vinos. Los buenos vinos. Al ser menor no es que pudiese tomar mucho, pero siempre se robaba un par de copas en fechas especiales, como Navidad o Año Nuevo, dos festividades que también estaban prontas a llegar.

Luna creciente (Precuela Cantos a la Luna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora