"Princesa de las flores"Regulus
Cuando era un niño, pregunté a mis padres cuál era el mejor amor, mi padre dijo que no hay nada como el primer amor. Mi madre por otra parte respondió: "no hay nada como el amor de dos niños".
Por supuesto, esta pregunta fue motivo de muchos debates entre ambos.
Mamá se justificaba diciendo que el sentimiento de dos niños es tan inocente y puro como ellos. Papá decía que dos pequeños no sabrían como amar por mucho que quisieran, pues sus mentes son tan inmaduras que no entenderían el significado de tan complejo sentimiento.
Yo solo me limitaba a escuchar. Quizás papá tenía razón, pues yo no entendía qué era amar. No sabía cómo se sentía, ni mucho menos sabía hacerlo.
Pero entonces la conocí a ella.
Llegó al palacio junto con su padre después de que su madre los abandonara. Recuerdo ese día como si hubiese ocurrido apenas unos momentos antes. Ella con un lindo vestido violeta, su cabello castaño atado en dos colitas; una en cada lado, dejando caer en sus hombros esos sedosos tirabuzones. Todo en ella se apreciaba tan elegante y tierno, digno de una princesa. Y es que eso era.
Yo, por otra parte, estaba cubierto de lodo y pétalos de camelias blancas. En ese momento nada en mí tenía apariencia de un príncipe, pues volvía de cabalgar. Apenas dí un par de pasos dentro del salón cuando mi padre me escuchó.—Argus, hijo, ven aquí —llamó —. Hay unas personas que quiero presentarte.
Me acerqué nervioso. Ella era la niña más bonita que jamás había visto. Era sorprendente.
—¡Por los dioses del Olimpo! —se sobresaltó mi padre al verme sucio. A pesar de sus gritos, no pude quitar la vista de la pequeña princesa frente a mi —¿Qué te ha ocurrido?
—Me caí cabalgando sobre uno de los jardines, padre.
—Esas no son formas de presentarse ante la realeza, Argus, debería darte vergüenza —reprendió.
—Déjalo, Celdres, es un niño, ellos siempre se ensucian. Además, no tendría forma de saber que estaríamos aquí.Abogó el hombre que acompañaba a la pequeña. Se parecían mucho, ambos de piel sonrosada, los mismos ojos castaños, la misma nariz chata. Lo único que cambiaba era el cabello, si bien tenían el mismo color, el de él era lacio, se veía a pesar de estar sujeto en una cola de pato. Además, lucía una perilla.
La niña se acercó a mí y, con sus suaves y delicadas manos, apartó de mi oreja una camelia apachurrada.
—¿Te dolió? —preguntó, en un tono de voz suave.
—No... No, me he caído cientos de veces —seguramente no fue muy listo de mi parte responder eso.
—Le hablaba a la flor.
—Ah... Sí, por supuesto.Mis mejillas se sonrojaron y al parecer eso le hizo gracia, pues comenzó a reír con delicadeza.
¡Cielos, qué risa tan hermosa! Todo en ella era perfecto.
—Pobrecilla, mira como la has dejado —las yemas de sus dedos rozaron los pétalos de la flor. Qué ganas de ser esa flor.
—No creo que le importe mucho, solo es una flor.
—No seas insensible, las flores también sienten, sienten tanto como nosotros —me miró con dureza.
—Yo también me lastimé.Hice una mueca de dolor cuando me llevé una mano a un costado de mi mejilla, señalando el golpe que me había hecho hace apenas unos momentos.
—Dijiste que no te dolía.
—Que no me duela no cambia el hecho de que me haya herido de gravedad.
—Solo es un pequeño golpe, no es para tanto.
—Oh, claro que lo es —dije, ofendido.
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DAHARA: La guerra de los dioses ( Los condenados #1)
FantasyA veces el destino juega como quiere.