Capítulo 49

154 19 5
                                    

"Que lluevan flores"

Dahara

La oscuridad comenzó a desvanecerse y a tomar aquellas formas familiares de las que tanto había estado huyendo. De un momento a otro estaba de vuelta en Haddad. Pero no todo era igual que antes, pues había once sombras perfectamente ocultas en alguna parte. Las pude ver porque sentí sus miradas escalofriantes sobre mi.

Era de día. El sol resplandecía en lo alto de la aldea, iluminando de dorado las cabañas y los campos de cosecha. Los niños corrían y reían de alegría mientras jugaban por todas partes, cubiertos de lodo y sudor. Algunos aldeanos araban la tierra de los campos, otros preparaban la comida, y unos cuantos lavaban y tendían ropa. Se les veía tan felices, como a una verdadera familia. Sus sonrisas resplandecían con emociones genuinas y sus ojos brillaban con libertad.

Sin ser consciente de hacerlo, me giré para ver a Regulus, pero él no estaba. No se le veía por ninguna parte.

—¿Regulus?—llamé, ansiosa.

—Aquí estoy—respondió desde algún lado—. No te asustes.

—No te veo.

—Y yo a ti tampoco—escuché pasos detrás de mí, eran tan conocidos que sabía que se trataba de él—. Pero te puedo sentir.

—Yo también puede sentirte.

Las sombras que estaban ocultas comenzaron a revelarse. Se acercaban a nosotros poco a poco, arrastrándose por el suelo de tierra.

—¿Puedes ver lo que yo veo?—pregunté.

—Estamos en la aldea—su voz ahora se escuchaba a mi lado derecho—. Puedo verla, pero tus temores y los míos no son los mismos.

La sombra más pequeña se puso de pie y comenzó a tomar la forma de un Mack-glaa con mirada oscura a pesar de sus ojos de fuego.

Sus pasos, ahora apresurados, me hicieron temblar, mi corazón se aceleró tanto que lo creí capaz de salirse de mi pecho y romperse en el suelo. Estiré la mano para tocar a Regulus, y cuando lo hice la aldea desapareció, trayendo de nuevo la oscuridad.

Regulus me abrazó.

—Tranquila—susurró. Acarició mi cabello y mi espalda en un abrazo reconfortante y seguro—. Todo está bien.

—Yo lo vi—murmuré, con la cara enterrada en la curva de su cuello.

—No es real.

—Él estaba ahí.

Rompió el abrazo para sujetar mi cara con ambas manos. Sus ojos brillaban tanto que rompían la oscuridad que nos rodeaba. Tan hermosos y cálidos como el otoño, y tan fulgurantes como el mismo sol. Solo pude concentrarme en ellos.

—Escucha—su aliento de menta se mezcló con el mío—, nada de lo que veas ahí es real. Se supone que no debería decírtelo sino que lo descubras por ti misma, pero no quiero que te asustes de más.

Rodeé su cintura con mis manos, temiendo que las tinieblas lo apartaran de mi. Teniéndolo así de cerca, escuchando su voz o el sentir su fresco y envolvente aroma bastaba para acribillar mis miedos y generarme paz.

DAHARA: La guerra de los dioses ( Los condenados #1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora