"Grimorio"
Dahara
Ese día se sentía distinto al resto. Pese a que había iniciado con un radiante sol, a mitad del día el cielo fue cubierto por completo con nubes casi negras. Se trataba de uno de esos días en los que sientes un vacío interior que no se debe a nada en concreto. Días que parecían tan comunes que te hacían pensar que quien estaba mal eras tú.
Ya que los ventanales eran demasiado altos y yo estaba algo pequeña, fui a la biblioteca por los libros más inútiles que vi y los usé como escaleras para poder ver al exterior. Diaval había salido a pasear hacía unas horas y aún no había vuelto. Deimos se había encerrado con Regulus para escribir las misivas a los reinos vecinos en busca de paz. Draur tenía cosas vampíricas que hacer. Decir que me sentía sola era poco y estaba de más.
Qué día tan deprimente.
Pensé en dar una vuelta por el reino en compañía de Annie, pero el clima no se prestaba. La tormenta que se acercaba ni siquiera me dejaba un poco de valentía para salir a disfrutar de los jardines. En ese momento me arrepentí por dejar salir solo a Diaval, o por no acompañarlo. Esperaba que volviera pronto, y mientras no lo hacía decidí ir con Deimos y Regulus, aunque me aburriera más.
La puerta del despacho estaba entreabierta, por lo que pude escuchar parte de una intensa conversación que tenían.
—Solo, por lo que más quieras, tómatelo con calma—suspiró Deimos, quien se escuchaba un poco frustrado.
—Me lo estoy tomando con calma—le respondió Regulus.
—¡No! Para nada. Eres demasiado intenso cuando te enamoras, Argus.
¡Vaya! El imbécil se había enamorado de alguien. ¿Quién sería la pobre desafortunada? Me daba igual. Aunque el día anterior había descubierto que Regulus podía llegar a ser interesante, eso no le quitaba la estupidez.
—¡Yo no soy intenso!—no lo podía ver, pero podría jurar que por su tono de voz estaba ofendido, con el ceño fruncido y los ojos entornados.
—¿Que no eres intenso? Parece que la madre naturaleza acaba de sangrar en los jardines.
—¿Hablas de las flores? Esas son pequeñeces. Detalles diminutos.
—¡Dejaste al reino entero sin flores rojas!
—Sí tienen flores rojas, solo que están aquí.
Escuché unos pasos andar de un lado a otro, acercándose y alejándose unas cuantas veces mientras suspiraba pesadamente.
—Tú no lo recuerdas, porque nunca te acuerdas, pero cada vez que te enamoras termina mal.
—Yo no... jamás terminó mal.
—Terminas peor que mal.
—Me niego a aceptarlo—bufó.
—¡Le hiciste una estatua de oro y luego la mandaste a quemar solo porque se fue! ¡Ni siquiera sé cómo le hiciste para lograr desintegrarla!
—No lo recuerdo, así que no ocurrió.
Su plática interesantísima sobre los romances fallidos de Regulus comenzaba a cansarme, por ello me animé a tocar la puerta para interrumpirlos.
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DAHARA: La guerra de los dioses ( Los condenados #1)
FantasíaA veces el destino juega como quiere.