Capítulo 36

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"Todas las flores rojas del reino"

Regulus

La lluvia se estrellaba contra el cristal del ventanal, provocando un sonido relajante que a mí no me relajaba en nada.

Todo estaba yendo bastante mal y eso me ponía histérico.

A pesar de que Dahara estaba viva no podía evitar sentir aquella culpa feroz por haberla asesinado. No esperaba que se rompiera el hielo. Tampoco que se ahogara. Se suponía que ella controlaba las aguas y era inmortal.

Pero bien lo dijo Deimos: ten cuidado con lo que deseas.

Él había salido hacia un rato para checar que todo estuviera bien. Yo, por otra parte, no tenía ganas de levantarme de su cama. Su lugar se había enfriado, pero aún conservaba su aroma tan masculino. Por mi mente se paseaba el recuerdo de su piel cálida y desnuda contra la mía a la hora de dormir.

¡Carajo! Hacía tiempo que no pensaba en él de esa manera.

Pero no podía evitarlo. Deimos provocaba cosas en mí que ninguna otra persona podía. Si bien Dahara despertaba en mi un deseo más similar a la ternura, Deimos me llevaba al otro extremo. A lo salvaje.

Tan solo de recordarlo me puse duro.

¡Mierda!

No quería que llegara y me viera así. Pero como dolían las malditas erecciones si no les dabas lo que pedían.

Podía hacerlo rápido. Meter mi mano bajo las mantas y acariciar mi...

La puerta se abrió.

—Dice Diaval que abrió los ojos y luego se volvió a dormir—me quedé helado cuando sus ojos observaron con intensidad mi erección bajo las mantas—. ¿Te ayudó con eso?

—No... es, em, ya sabes...—me puse una almohada encima para cubrirla—cosas matutinas.

—Te despertaste hace horas, dudo que eso sea matutino.

Se acercó con lentitud a la cama, desabotonando de manera provocativa los botones de su uniforme.

—Has estado estresado estos días, déjame ayudarte—insistió.

Cómo podía negarme cuando me hablaba con aquella voz tan baja y sensual. Ni siquiera quería negarme.

Deseaba que él entrara en mí y yo en él.

Me humedecí los labios mientras veía cómo se desprendía de su uniforme.

Dejó caer su saco en el suelo, haciendo que sus medallas emitieran un sonido titineante al golpearse entre ellas. Se arrastró sobre mi, lanzando a un lado la almohada que estaba usando para cubrirme, dejando a la vista mi erección.

—Espero que estes consciente de lo mal niño que has sido—mordió mi labio inferior—, por lo tanto, debo castigarte muy duro.

Me tomé la calma suficiente para quitarle la ropa restante que me estorbaba. Él hizo lo mismo conmigo. Cada prenda innecesaria terminó en el suelo frío de la habitación. Mi cuerpo desnudo se erizó ante el clima gélido que penetraba en el lugar.

Deimos me besaba de manera arrebatada, necesitada. Sus labios húmedos y carnosos dibujaban líneas de besos por todo mi cuello. Sus dientes apresaron el lóbulo de mi oreja. Mis manos recorrieron sus hombros anchos y firmes, luego su espalda y por último su abdomen bien definido. Su piel era tan suave que parecía seda.

Me parecía ridículo que llamaran a Apolo el dios más bello de todos cuando estaba claro que Deimos lo superaba por mucho. Esos ojos grises que te miran de manera intensa, su cabello negro como la noche y su cuerpo escultural no tenían comparación alguna. Deimos era perfecto en todos los sentidos.

DAHARA: La guerra de los dioses ( Los condenados #1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora