Capitulo 30

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"Relatos de dioses"

Dahara


Me dolían las piernas. Y las caderas. Y el vientre.

Ni una semana del entrenamiento duro de Regulus me había causado tanto dolor como el que sentía en ese momento. Me pareció extraño que no haya venido a joderme para que me despierte temprano e inicie con el día de entrenamiento. Seguro es porque también está dolorido.

A quien quiero engañar. Es obvio que no me quiere ver después de lo que hicimos. Me pregunto cuánto tiempo tardará esta vez en hablarme, ¿dos semanas? ¿Un mes? Tal vez si hablo con él de forma casual pueda evitarme la incomodidad de ser ignorada.

Inicié mi camino hacia su dormitorio que ahora está más cerca del mío. Toco la puerta con violencia pero nadie responde.

—Regulus—llamé—. Regulus, abre que no te voy a morder—silencio—. No si no quieres.

Nadie respondió. Los guardias que la custodiaban me miraban de reojo.

—¿A caso salió?

—No, mi reina. Nadie ha salido ni entrado.

—Que raro—por la posición del sol asumí que era más de medio día—. Voy a entrar.

Abrieron las puertas para mi, pero antes de que pudiera poner un pie dentro, una mano huesuda me detuvo del brazo.

—¿A dónde piensas ir, bruja asquerosa?—Elie me fulminaba con la mirada—.

Me solté de su agarre con brusquedad teniendo como consecuencia unos rasguños en mi brazo. Le solté una bofetada en cuanto vi un par de gotas de sangre corriendo por mi piel.

—Te cuidado con la forma en la que me hablas—le apunté con el dedo—. No se me olvida lo que me hiciste.

Me regresó el golpe de la misma forma, impactando su palma en mi mejilla.

—Se te está olvidando tu lugar aquí, bruja.

—A quien se le está olvidando es a ti—otra bofetada para ella—. No seas igualada.

Los guardias no sabían cómo reaccionar, pues se trataba de la reina, que era una bruja, o la mucama de confianza del rey.

—Tengo más derechos aquí que tú.

—¿Qué eres? ¿Su amante? No te equivoques, tu rey no me dio el título que ahora tengo. Será mejor que me dejes en paz si no quieres acabar...

—¿Muerta?—sonrió—Argus no te lo permitiría.

—Veo que le tienes mucha confianza.

—Crecimos juntos.

—Que lastima por él.

—No está casado conmigo—su sonrisa se amplió. Su voz dejaba un regusto entre la lastima y el sarcasmo—. Yo no soy la que lo hace infeliz.

—Me da igual si es infeliz o no, solo déjame en paz.

Me di la vuelta para entrar pero nuevamente me jaló. Esta vez fue mi puño el que impactó en su nariz.

DAHARA: La guerra de los dioses ( Los condenados #1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora