Capítulo 34

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"Eclipse lunar"

Dahara

—Quédate quieta y todo pasará rápido.

Quise abrazar a mamá en el momento en el que escuché su voz. Tan cálida como siempre, llena de dulzura y amor.

Cada vez que acariciaba mi mejilla tenía el presentimiento de que tras sus dedos dejaría un rastro de brillos dorados. Abrazar su cuerpo, tocar su suave piel, se sentía como estar en casa, en un lugar seguro lejos de los monstruos y sus creadores. Pero mamá siempre estaba con él desde que Celdres murió, a donde quiera que él fuera ella lo seguía. Mi madre era valiente, pues no le temía al monstruo de Mack-glaa.

Y ahí estaba ella, dándome consuelo para poder enfrentarlo.

—Solo dolerá un poco. Nada que no puedas resistir—aseguró.

Hacía unos momentos había dejado de respirar. La capa de piel me cubría de pies a cabeza. Aún así pude sentir las caricias de mi madre.

—Es por tu bien, mi cielo.

No quería hacer ruido. No quería moverme ni nada. No quería enfurecer al monstruo con mi inquietud y desatar su ira. No quería que me tocara otra vez.

Sus garras arrancaban el rastro de brillo que dejaban las caricias de mamá, abrían mi piel hasta hacerla sangrar. Sus dedos gruesos de color asqueroso me quemaba cuando me rozaban.

Quería huir. Quería escapar, salir corriendo como la maldita cobarde que era, pero a cualquier lugar al que fuera él estaba allí. Siempre me encontraba.

El único lugar seguro que tenía era mi mente, lo que había dentro de ella.

Pero entonces cerré los ojos y lo vi ahí, de pie junto a mis sueños. Destruyendo el mundo que construí. Llenándome de pesadillas.

Algo pesado se atascó en mi garganta cuando sus garras apartaron la capa que volví mi escudo. Sentí su respiración fría en mi cuello y sus ojos clavados en mi.

Una de sus garras arañó la tela de mi vestido, creando una apertura en mi pierna.

—No seas cobarde y mírame—su aliento se adentró en mis fosas nasales.

No llores.

No te muevas.

No respires.

Sostuve el temor que me tenía presa y lo apresé bajo las palabras de calma que mi madre me decía. Até mis temores con cadenas y los sumergí en el océano de mi mente. Pero ellos sabían nadar.

Sollocé cuando sostuvo con brusquedad mi cara para obligarme a verlo. Me arrepentí al momento. Sus grandes y negras garras me abrieron los ojos de forma violenta.

—¡Ya déjame!—grité.

—No puedes pelear contra mi. Yo soy más fuerte que tú.

—¡Vete! ¡Vete! ¡Vete!—lloriqueé soltando patadas en todas direcciones.

—Yo siempre voy a estar contigo para cuidar que hagas las cosas bien.

DAHARA: La guerra de los dioses ( Los condenados #1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora