Capítulo 28

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"El diario de Merlín"

Deimos

Desde que tengo uso de razón he pensado que los dioses son un grupo de idiotas arrogantes que creen tener el control sobre todo. Creen que saben todo y que pueden hacer lo que se les plazca solo por ser dioses, pero se equivocan.

Nadie debería de servirles, nadie debería escucharlos ni implorarles por sus vidas, pues apuesto a que están más seguros solos que en compañía de un dios.

Sí, yo también soy un dios, pero yo no era un idiota que cree que la primera opción es la única y la mejor.

Y por sus idioteces estaba aquí.

—¿Exactamente qué buscamos?—la voz antigua y grave de Draur se oye desde la penumbra.

—Lo que sea que nos ayude.

—Con esas especificaciones facilitas el trabajo.
Ni siquiera yo sabía qué era lo que buscábamos.

—Algo que nos diga cualquier cosa sobre Dahara y la guerra de los dioses.

Desde que se llevaron a Dahara, el Ekha había perdido su magia, pues el único ser mágico que había aquí se había marchado con toda.
Los árboles eran tan corrientes como cualquier otro. La única luz visible era la de la luna y algunas estrellas, los animales eran iguales que en cualquier otra parte. El Ekha ya no era la nación de los ocultos, solo era un lugar más entre otros tantos.

A medida que avanzábamos me parecía cada vez más que estar aquí era una pérdida de tiempo. Podría estar evitando la guerra desde Halaác ahora mismo.

No lamento tanto ser un dios, gracias a eso Draur y yo podemos ver perfectamente en la oscuridad. Draur más que yo, ya que es un vampiro. Eso nos facilita las cosas, además de que en caso de haber algo o alguien aquí nuestros pasos apenas son perfectibles. Es como si camináramos sobre plumas y no sobre ramas y hojas secas.

—¡Oye, guapo!—gritó Draur desde la cima de una colina verdosa.

—Baja la voz—me acerqué a él apresuradamente—. ¿Qué ocurre?

—Creo que encontré algo—señaló con la cabeza a un punto frente a nosotros.

Bajando la colina había un grupo de cabañas de aspecto abandonado. Bajamos hasta llegar al lugar. Ninguna de las cabañas era normal. Cada una era de un color distinto y desvaído. Morado, rosa, azul, amarillo, naranja, rojo y verde.

La verde era aún más distinta. Tenía un sin fin de frascos llenos de especiad colgados desde el techado, su puerta tenía símbolos pintados en dorados y sobre ella había tres letras del mismo color: M&M.

—La casa de Merlín—susurré.

—O de Morgana.

—Espero que no.

En el interior de la cabaña brillaba una intensa luz plateada. Entré con cuidado al lugar, todo estaba perfectamente ordenado; frascos lleno de especias, esqueletos de animales y algunas cosas viscosas, ojos en almíbar, libros, velas y otras tantas cosas más. Había una cama en donde cabían dos personas con una mesita a un lado que tenía una vela a la mitad.

DAHARA: La guerra de los dioses ( Los condenados #1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora