"Y si hay un guardián..."
Regulus
Aquellos que aseguran que caer en lo más profundo del abismo es lo peor que te puede pasar, es porque seguro su cielo no está podrido y cubierto de veneno.
Las nubes también asfixian.
Ese entorno perfecto y pulcro que te pintan cuando eres niño, ese supuesto "paraíso" al que van los muertos, todo eso es mentira. Los dioses solo quieren ser servidos, alabados, quieren subir su ego tan alto como las estrellas y tan profundo como el mar. Te usan a su antojo y, cuando mueres, te desechan como a una miserable porquería.
Yo estaba en el cielo, según los que me veían, y me estaba ahogando.
Y si me estaba ahogando era porque Dahara presionaba una almohada sobre mi cara mientras me maldecía una y otra vez.
—¡Menudo idiota!—aporreaba la almohada contra mí cuando logré apartarla de mi cara. Detrás de ella Diaval sostenía en lo alto un afilado cuchillo, esperando a ser usado—¿Ya despertó la doncella durmiente?
Lo último que recordaba de la noche anterior era un dolor punzante que me atravesaba la sien. Un golpe grave, pero nada mortal. El dolor había cesado. De repente pensé que quizás seguía desmayado o dormido y que ni Dahara ni Diaval estaban ahí, pero entonces Dahara me metió un puñetazo en la cara tan fuerte que me hizo abrazar la realidad. No solo la abracé a ella, sino también a Dahara.
—Estás aquí—inhalé el olor de su cabello tan fuerte como me fue posible mientras ella trataba de librarse de mi. Diaval se me echó encima en su ayuda, pero, tan pronto como se acercó, lo apretujé contra mí, uniéndolo al abrazo—. No puedo creer que estén aquí.
Dahara olía un poco a alivio y angustia. La mezcla perfecta para describir la sensación de estar en el ojo de un huracán sin siquiera saberlo.
—Claro que estamos aquí, eres un desastre tú solo—los dedos de Dahara presionaban contra mis hombros. Ambos se removían bajo mi peso.
—El golpe lo enloqueció—Diaval desprendía un leve olor a menta fresca.
—Ya estaba enloquecido desde antes.
—Argus, ya suéltalos—con un trozo de hielo envuelto en un trozo de tela en una mano y una inyección en la otra, Deimos entró de forma despreocupada.
—¡Maldito rompehogares!—la almohada se estrelló en su cara antes de caer al suelo—¿por qué me abandonaste?
Ni siquiera le importó. Siguió caminando como si nada, como si hubiese estado aquí todo el tiempo del mundo, eso me puso a hervir la sangre.
—Ponle esto en la cabeza—le extendió el hielo a Dahara. Ni siquiera tuve que mirarla mucho para saber que pensaba aventármelo. Deimos levantó la inyección un poco y le sacó el aire hasta que un par de gotas del líquido amarillento resbalaron por la aguja brillante y amenazadora—. Extiéndeme tu brazo—me dijo.
Antes de que diera un paso hacia mí yo ya estaba desmayado otra vez.
Me despertó una punzada en una de mis venas, el líquido frío que me recorrió todo el cuerpo desde adentro, el éxtasis que me embriagó segundos después. Al abrir los ojos había dos Deimos parados frente a mi cama, usaban un traje negro con relucientes medallas en su pecho, y el rostro sereno bañado con la luz del día.
ESTÁS LEYENDO
DAHARA: La guerra de los dioses ( Los condenados #1)
FantasíaA veces el destino juega como quiere.