"El príncipe"
Dahara
Lo primero que pensé cuando vi a Regulus cargando aquellas coronas, viéndose tan imponentemente precioso, fue quiero comerme a besos a ese sujeto y mío, mío, mío. Lo que pensaba en ese momento, cuando algo me jaló al fondo de la oscuridad y me cubrió la boca con una fría mano, era ¿por qué demonios no me lo comí a besos?.
—Silencio—ordenó, con una voz perturbada y asustada.
Con una facilidad impresionante, aquel sujeto me arrastró lejos de Regulus, haciendo caso omiso a mis súplicas acalladas y mis feroces intentos de liberación. Y como último recurso, no se me ocurrió otra cosa más que fingir un desmayo.
Al dejar caer mi cuerpo entre aquellos brazos ajenos, momentos después de escuchar a Regulus llamarme, el sujeto me soltó la boca y acercó su cabeza para observarme.
—¿Estás bien?—preguntó, con un susurro.
Eché mi cabeza para atrás, tomando impulso, y después estampé mi frente contra la suya, haciéndolo retroceder hasta golpearse contra una mesa rota, provocando que ésta se terminara de destrozar y emitiera un ruido estrepitoso.
Fui tras el llamado de Regulus luego de liberarme de mi captor, pero apenas y pude dar un par de pasos cuando me sujetó por el talón y me arrastró con él. Escuché a mi esposo acercarse con sigilo, pero ni eso ni mis intentos por querer gritarle que se fuera fueron un impedimento para que el tipo tirara de él, trayéndolo con nosotros.
Nos llevó a rastras hasta lo que parecía ser un rincón muy oscuro, cubriendo nuestras bocas con firmeza, pero sin llegar a lastimarnos, casi parecía que quería ocultarnos. Su pecho subía y bajaba bajo mi espalda casi tan rápido como los latidos de su desenfrenado. Supe que Regulus también lo había notado cuando lo sentí quedarse quieto.
Desde lo lejos de acercaba alguien, con pisadas tan pesadas que obligaban al suelo temblar, imitando el sonido de los rayos con cada paso y el azotar de una tormenta. Era caótico y aterrador.
—Tu espada—le susurró a Regulus, con voz inestable—, sácala.
No esperé a que respondiera, desesperada por el pavor que me hormigueaba en el alma, estiré mi mano por encima del abdomen húmedo y pegajoso del sujeto, y a tientas busqué la espada de Regulus, pasando mi mano por su cuerpo hasta dar con ella.
Cuando finalmente encontré la espada, la desenvainé y se la entregué a nuestro captor, pero éste no la tomó.
—Envíala lejos de aquí—pidió—, lo suficientemente lejos como para que se vaya, y lo bastante cerca para que la vea.
Al escucharlo decir más palabras, pude reconocer aquella voz. Se trataba de Ayzak. Hice lo que me pidió y envíe la espada al extremo más alejado de la callejuela. Ayzak nos levantó del brazo y nos jaló de manera apresurada por una puerta trasera que daba a unas escaleras deterioradas piso a bajo. La luz escaseaba más ahí que en la parte de arriba, el hedor a humedad y a cerveza era abundante y se mezclaba con el aroma metálico de la sangre de alguien.
—Por aquí—dijo Ayzak, señalando un estrecho pasillo al final de las escaleras.
No había nada que pudiera guiarnos por las penumbras, ni una chispa o algo que le diera luz a nuestro camino. Regulus se adelantó, tirando de mi mano para no perderme, y nos guió a través de la oscuridad. Ayzak sujetó mi otra mano, estaba fría y temblorosa, y su agarre era tan débil que temí que se soltara. Regulus soltó un gruñido, pero no me pidió que me apartara.
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DAHARA: La guerra de los dioses ( Los condenados #1)
FantasiA veces el destino juega como quiere.