09. Déjame amarte

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—Chicos, ¿qué vamos a hacer para Navidad? —inquirió Sungmin. Usualmente los chicos tenían que hacer algún especial musical para presentar en la iglesia el domingo más cercano a Navidad. A Cein se le ocurrió que Gyeong podía tocar un villancico en el violín, pero cuando se lo sugirió, ella contestó:

—A menos de que mi papá me obligue, ya no pienso hacer nada por la iglesia.

—¿En serio? ¿Ni siquiera sabiendo que lo haces mejor que nadie?

La verdad es que solo había escuchado un par de sus canciones, pues ella se las había enviado por audio, pero nunca la había visto tocar. Le hubiera hecho una broma acerca del halago, pero temía ponerlo nervioso. El saber que había escrito la carta le hacía sentir cierta condecendencia.

—No quiero tener ningún vínculo con este lugar. Para mí, solo estoy de visita.

—¿Por qué odias tanto la iglesia? —preguntó un poco temeroso por su respuesta debido a la experiencia de las reacciones que le provocaba al hacer preguntas de ese tipo.

—¿Tú no? A ti también te obligan.

—...Sí, pero, también me han obligado a ir al psicólogo y al colegio, y logré sobrellevarlo sin estresarme.

—Es que... me molesta que en parte la razón por la que sigo aquí es mi culpa —él imaginaba que ella se refería a que no e atrevía a confrontar a su padre, pues era similar en el caso de él, y no le sorprendió cuando ella le contestó precisamente eso, y con tono de broma agregando—. Le temo más a mi papá que a Dios.

En cualquier otro momento Cein se hubiera reído, pero lo que veía era a una niña resentida con ella misma al tener el valor de enfrentarse a las consecuencias, mas no a la causa, y ella tenía bastante carácter para enfrentarse a cualquiera, menos a su padre.

—Yo también. Mi papá es muy estricto, y según él, no es bien vista la muestra de afecto entre padre e hijo —al escuchar a Cein decir eso, hizo una cara de asombro. ¿Cómo un padre podía poner ese tipo de excusa para no abrazar a su hijo?

—Qué mierda —ella quería además preguntar si sentía que le hacía falta el cariño de su padre, pero no le pareció prudente ya que se estaría metiendo con su parte emocional.

Faltaban dos semanas para Navidad. Cein sólo por curiosidad le preguntó qué le parecería si le daba un regalo y ella en broma le respondió algo que lo puso emocionado y algo nervioso—. Obvio, Gato, ¿por qué no habrías de darme uno? Yo sí te voy a dar... —Gyeong tendía a ser coqueta a veces.

Entonces ahora Cein se encontraba en el centro comercial, buscando algunas cosas para completar el regalo que le daría el jueves 21 antes de entrar a la biblioteca. No le importaba si lo que ella había dicho era broma y en realidad no le daría nada, le bastaba con darle algo y ver su reacción, y si era posible, que le diera un abrazo. Por semanas había pensado el regalo con ese fin.

"¿Qué merece un abrazo?", se preguntó muchas veces, y era posible que ninguna de las cosas que pudiera comprarle que sabía que le gustaban —ropa, anillos, discos o miniaturas—, le darían tal recompensa.

Pero un día antes de preguntarle si quería un regalo, dio con la respuesta. El apodo que ella a veces le ponía, Gato.

Gyeong no tenía mascotas, pero quería una. Su papá le había dicho que le compraría un gato algún día, pero nunca sucedió. De todos modos ella prefería que fuera un gato abandonado pero ahí su padre se opuso diciendo que transmitían enfermedades.

Cein pensaba regalarle un gato de la tienda de mascotas; sin embargo, un viernes, cerca de la iglesia, cuando iba de regreso a su casa, escuchó un maullido en alguna parte de esa zona. No era muy fuerte, es más, parecía que el animalito ponía toda la fuerza que tenía en lograr que alguien lo escuchara. Pronto el chico siguió el sonido, hasta que se encontró con un gatito de no más de dos meses —muy parecido a un Siamés, pero mezclado con un Tabby—, debajo de un pedazo de cartón. Tal parece que se había escondido allí porque en ese vecindario vivían muchos perros y el felino se había refugiado debajo de ese cartón por algunos días.

Cuando lo agarró, se dio cuenta de lo liviano y pequeño que era, cabía en su mano. Casi se le sale una lágrima al imaginar lo que el gatito tuvo que haber pasado todo ese tiempo solo, en el frío y sin comida, pero por suerte ahora estaba con él. Se lo llevó a su casa y lo primero que hizo fue darle un poco de agua en un platito de plástico. Hasta eso, pensaba qué le daría de comer. Fue a la cocina pero no encontró nada. Sabía que lo usual era leche o atún, pero ninguna era una opción recomendable y él lo sabía.

Lo bueno era que había una tienda no muy lejos de su casa, entonces dejó al gatito con un poco más de agua en el platito y salió para comprarle la comida. Sus padres no estaban en la casa, usualmente salían los viernes de tarde y llegaban de noche, así que no se iban a encontrar con la sorpresa de que había un animalito en la casa.

Él fue a la tienda y compró una bolsa de croquetas para gatitos y leche desnatada —según había visto en internet—, y rápidamente regresó a su casa a preparar la comida como creía que se la debía comer el gato. Pronto le llevó el plato al cuarto y lo vio comérselo todo, sin exagerar, por lo menos en quince segundos. Realizó el mismo proceso y con el segundo plato ya se veía más satisfecho.
Después salió de su casa con una bandeja y puso algo de arena que encontró cerca. Sabía que tenía que ir al centro comercial a comprar lo que necesitaba, pero por ahora le tocaba improvisar. Había dejado la "caja de arena" cerca de la ventana de su cuarto y pacientemente mientras escribía, esperó a que el pequeño felino sintiera que debía hacer sus necesidades, para enseñarle dónde. Así tuvo que hacer hasta el día siguiente, cuando el gato aprendió a hacerlo solo.

Como tenía que trabajar en la tarde, se alegró de que para el medio día el pequeño ya no necesitaba su ayuda. Sólo le faltaba llevarlo al veterinario, pero para eso tendría que esperar al día siguiente.

—Me voy. Te llevaría conmigo pero eres un regalo para Gyeong, así que no puede verte ahora —le explicó al felino antes de salir del cuarto.

Al día siguiente que salió de la iglesia, fue directo al centro comercial. Y entonces allí estaba, buscando las cosas que comprar para el gato. Ya a punto de salir del establecimiento, vio detrás de una vitrina de un local de joyería, unos anillos con piedritas brillantes y ambos anillos se juntaban en uno, pues eran anillos de pareja. Le parecieron hermosos y tenía el dinero, pero no los compraría sino hasta después, cuando la relación fuera en serio.

Blood, Sweat & TearsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora