10. Solamente un día

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Para el miércoles 20, Cein ya se había encariñado con el gato. Sólo lo había tenido una semana, pero como éste le hacía compañía cuando no podía dormir de la emoción y la incertidumbre por la reacción que tendría Gyeong, terminó por imaginar que el gato era como su hijo. Era algo enfermo para él considerarlo algo así tan pronto, al menos sabiendo a quién imaginaba como la mamá del gatito, pero lo pensó bastante y no estaba muy alejado de la realidad: le daba de comer, limpiaba su caja de arena, y hasta lo había llevado al veterinario pagando todo con su salario.

Cuando llegó el ansiado jueves, Cein fue hasta la biblioteca con una caja de zapatos con el gatito adentro. A la caja le había hecho unos pequeños agujeros para que pudiera respirar y estaba decorada de tal forma que pareciera una caja de regalo. Al ver a Gyeong de lejos, llevó la mano donde sostenía la caja detrás de su espalda para que fuera sorpresa.

—Gato, ¿qué haces aquí afuera? ¿Me esperabas? —él siempre se emocionaba internamente cuando lo llamaba con ese apodo, le hacía sentir que ella le tenía cariño.

—Sí, la verdad es que quería darte tu regalo de Navidad —dijo de frente, sin pensarlo mucho, y ella sonrió emocionada, viendo que él le extendió una caja, sin soltarla, solo sosteniéndola frente a ella—. Ábrela.

Gyeong con cuidado retiró la tapa de la caja y vio al pequeño gato asomarse con curiosidad y soltar tiernos maullidos.

—¡Oh...! ¿En serio? ¿Para mí? —la chica sonrió agradecida y enternecida con el detalle. A él le emocionó ver sus ojos iluminados y sabía que no hubiera acertado con otra cosa. La niña agarró al gatito, que inmediatamente comenzó a treparse a su hombro.

—¿Cómo lo conseguiste?

Cuando el chico le explicó que lo encontró abandonado, ella se mostró un poco indecisa entre si podía quedárselo, pues su padre no le dejaría quedarse con un gatito callejero. Sin embargo, tenía la suerte de que Cein pensaba mucho las cosas, fuera por precavido o por ansioso, le servía.

—No te preocupes. Ya lo llevé al veterinario... —él siguió contándole todo lo que ya sabía hacer el gato y que no había problema si se lo llevaba. Incluso, le hizo saber que le había conseguido todo lo que ella iba a necesitar. Y por un lado a la chica le parecía más cómodo, así como un lindo gesto de parte de él, sin embargo, también le parecía muy extraño todas las molestias que se estaba tomando por ella. Pero, en eso recordó la carta. Siempre pensaba en la carta cuando el chico salía con un comentario muy halagador, cuando la quedaba mirando sin darse cuenta, y cuando se esmeraba en los detalles. Si no hubiese sabido de la carta, ya hubiera hecho un chiste sobre lo excesivo que le parecía siendo que sólo eran amigos.

Pero, por ahora sonrió muy agradecida y se apresuró a darle un abrazo. Intentó además, darle un beso en la mejilla, pero justo Cein había movido su cabeza, haciendo que el beso fuera en los labios. Hubo una reacción distinta de parte de cada uno. Él estaba sorprendido, avergonzado y emocionado al mismo tiempo, mientras que para ella fue algo cómico, y quería que quedara así.

—Perdón... —comenzó el muchacho, tan nervioso que ni podía mirarla a los ojos, pero ella lo interrumpió.

—No pasó nada... ¿ok? —ese tono firme pero comprensivo siempre le hacía sentir tanta seguridad, y aun más su mirada tierna mientras abrazaba al gatito fuertemente esperando que el chico abriera la puerta para entrar a la biblioteca y recoger las pertenencias de su nueva mascota.

—Ah, hola. ¿Ya te vas a llevar al gatito? —el bibliotecario se dirigió a Gyeong-hui cuando ella entró a su oficina junto a Cein. El chico había guardado las cosas allí con permiso del señor. 

Al Sr. Lee le gustaban los animales, especialmente los perros y gatos. Había tenido varias mascotas en su vida, desde perros, gatos y conejos hasta pericos y un pato, pero siempre se refería a su perro Kimchi (por el pelaje rojizo) que había tenido hasta hace cuatro años, y a Mina, una gata hasta hace dos, como sus favoritos. Ambos murieron por causas naturales y el Sr. Lee se había quedado solo. Cuando era joven no pensó que le afectaría estar por su cuenta. No pensó en casarse ni tener hijos, aunque sí tuvo varias parejas a lo largo de su vida. Pero la única mujer con la que hubiera pensado en fomar una familia fue una que conoció hace 40 años; ella era maestra de escuela que había llegado de Japón, pero terminó por solo ser ilusión ya que no estuvo con ella más de un año cuando fue asesinada por error a causa de las manifestaciones y huelgas que se dieron a cabo en ese tiempo. Por eso, el hombre prefirió la compañía de las mascotas, eso mitigaba su soledad ya que no era muy social y sabía que el cariño que le podían dar los animales era genuino. No había pensado en conseguir otra mascota después de que los suyos murieron, simplemente porque no se le había ocurrido. Además, curiosamente todos los animales que había cuidado en su vida le habían sido regalados, empezando por Hana, una cachorrita raza Spitz japonés, que había sido un obsequio de la mujer que amó.
Ahora que había conocido a Cein y entablao amistad con él, no se sentía tan solo, pues era como un hijo para él. Y alguna vez se lo comentó:

—¿Sabes? Si hubiera tenido un hijo con mi querida Kyomi, estoy seguro de que hubiera sido como tú.

La relación que tenía ese hombre con Cein era, en serio, como si fueran padre e hijo. De no haber sido así, el chico no le hubiera confiado al hombre tantas dudas y certezas. Una de las certezas, que estaba enamorado de Gyeong-hui, y la duda, cómo declarársele y estar seguro de que acepte.

—¿Puedo cargar al gatito un momento? —preguntó el señor y Gyeong lo permitió con una sonrisa. Le bastaba todo lo que le había contado Cein de la clase de persona que era para que ella también terminara por encariñarse.

—¿Cómo se llama?

—Um... la verdad es que todavía no lo he pensado.

Ese día Gyeong no se pudo quedar a pasar el rato con Cein porque debía dejar al gatito en su casa y lograr adaptarlo. No podía estar ahí en la biblioteca porque no se permitían animales, así que el muchacho la acompañó a llevar las cosas a su casa y por primera vez entró en esta, aunque fuera solo para indicarle cómo y cuándo cambiar la arena y cómo prepararle la comida. Después de eso se despidió y caminó solo hacia la puerta.

—¡Espera! —alcanzó a decir ella con un ademán, aunque luego desapareció de la vista de él. Esperó unos segundos allí en la entrada mientras se colocaba los zapatos, y pronto ella llegó para darle una cajita negra de terciopelo. Entonces, él la abrió y vio el collar de plata con un dije de signo piscis, puesto que ese era su signo zodiacal.

—Pensaba dártelo mañana en la reunión, pero fue mucho mejor así.

Muy emocionado con el detalle, se apresuró a ponerse el collar allí mismo.

—Me gusta muchísimo, gracias... pensé que habías dicho de broma que me darías algo.

—¿Y por qué no lo iba a hacer? Eres mi amigo —aunque esa respuesta no le confirmaba si quería ser algo más que eso, al menos le quedaba claro que le gustaba tenerlo cerca y que podría sentir algo si decidió darle un regalo donde se notaba que recordaba su fecha de cumpleaños. Él pensaba que si no funcionaba su plan de conquista y terminaban siendo amigos, al menos siempre estaría con ella. Aunque sí imaginaría, como ahora, cómo sería si al menos por un día ser su novio. Haría todo lo posible por aprovecharlo, y luego podría morir feliz.

Pero de todas formas, tendría que arriesgarse, al menos invitándola a salir.

—Muchas gracias... Bueno, tengo que regresar a la biblioteca. Hasta mañana.

Sin embargo terminó por solo decirle eso. No creía que era por indecisión, sino que no quería parecer desesperado. Además de alguna manera le alarmaba imaginar que él se estaba apresurando al pensar que ella sentía algo por él sólo por un regalo de navidad. Así que mejor lo haría para cuando acabaran las festividades, quizá como resolución de Año Nuevo.

Blood, Sweat & TearsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora