20. Este es un hechizo que me castigará

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Tener relaciones se les volvió una rutina. Por tres semanas, todas las tardes que pasaban juntos era para eso. Gyeong le confesó a Cein que su primera vez no había sido con él, aunque ella nunca le había dicho lo contrario pero él lo asumió. La verdad era que aunque la chica no fuera del todo promiscua, sí se había involucrado sexualmente con algunas personas, sobre todo con dos, sus ex-novios, y no se enorgullecía de ello; una porque el primer hombre era de la misma edad de su padre que la llamaba sólo para encontrarse en un motel, y otra porque el segundo era un novio del colegio que la humilló y dio paso a algo que la estaba atormentando actualmente. Así que le contó a Cein que tuvo relaciones sexuales con un par de personas antes que él, y no quiso entrar en detalle por el momento.

Entonces, como ella sabía más del tema, se encargó de enseñarle a Cein, y se dedicaban a perfeccionar técnicas y posiciones. Él diría que esas semanas de lujuria habían sido como un estado de coma despierto. No pensó que una mujer pudiera hacerlo perder el control y la razón. La describía como una prisión donde lo había encerrado sin que él se diera cuenta. La cárcel de sus besos, atrapado a merced de ella, sin querer servir a nadie más que su amada. No podía creer lo mucho que la deseaba en todos los sentidos y las cosas que haría por ella si se lo pidiera.

Con cada encuentro se sentía más sumiso a ella, especialmente cuando Gyeong se volvía algo cruel en la cama y lo provocaba hasta hacerlo llegar casi al máximo, y luego lo dejaba justo antes de terminar, sin permitirle llegar a disfrutar por completo; y él obedientemente no hacía nada para evitarlo, solo la dejaba molestarlo hasta que por fin sentía la compasión de dejarlo liberarse.
Cein le permitía absolutamente todo; si antes lo pensaba dos veces antes de acceder a algo, desde que descubrió que el sexo era como un caliz con el mejor vino después de pasar semanas en el desierto, no había nada que considerara. Todo lo que ella le decía era ley. Él estaba consciente de su obsesión, pero no quería salir de allí, del caliz no sólo bebía vno, sino veneno, y lo sabía, pero en su sed y desesperación, lo bebía de todas formas.

A Gyeong le gustaba sentir que tenía el mando. Era la primera vez que tenía a alguien que la amaba y deseaba a tal nivel que la obedecía, la respetaba y que le dedicaba tiempo y paciencia para comprenderla. Pero ella no buscaba aprovecharse de él, aunque a veces sí lo pusiera a prueba para saber de qué era capaz. Eso lo hizo hasta que se dio cuenta de que no había cosa que él no hiciera, y en cierto modo la alarmó. Incluso cuando tenían sexo, él sabía que cuando ella dejaba que él la desvistiera, significaba que él estaba al mando, pero aún así le pedía permiso con la mirada antes de intentar cualquier posición. Era tal la veneración que no se permitía a sí mismo maltratarla como parte del juego; no agarraba su cabello para jalarlo, o siquiera le daba nalgadas como ella siempre le pedía. No se atrevía.

—Mi amor, no quiero golpearte —siempre le decía cuando ella lo sugería. Le parecía adorable de parte de él, aunque algo le decía que simplemente no sentía la motivación para hacerlo. Sin embargo, como se lo decía con tanta culpa por desobedecerla, ella desistió de su sugerencia.

Para Cein era una ley, no permitir que nada le pasara y que nadie se metiera con ella, y si era posible que no la miraran. Y esa vez que dejó a Gyeong en su casa después de perder la virginidad, se encontró con Jun de regreso, y no dudó en enfrentarlo y preguntarle porqué había dicho las cosas que ella le había contado. Es más, amenazó con reconstruirle la cara a golpes si se volvía a repetir.

Por esa actitud ella también le advertía que no reaccionara de forma tan intensa si ella le contaba sus problemas, o no se los volvería a confiar.

—Oppa... si te cuento algo, ¿prometes no alterarte? —le dijo una tarde en la cama, mientras buscaba sus prendas para vestirse.

Blood, Sweat & TearsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora