37. Señor, sabes que estoy cansada

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Entre tantas cosas que Gyeong había vivido, sintió el tiempo con Cein como el más corto, casi efímero. Quizá porque finalmente se había animado a ser quien era, o porque sabía que en su compañía siempre tendría a alguien que la escucharía y respetaría. Todo eso se fue con él. Había regresado a su vida antigua, donde se filtraban las desgracias de su tiempo con Cein. La primera, ¿qué pasó con Sungmin? A ella también la habían interrogando, y no pensó ocultar lo sucedido. Si ya estaba metida en un problema, lo diría todo, empezando por el chantaje de Sungmin con los videos del ex-novio de Gyeong.

—¿Sungmin te forzó a hacer algo?

—Muchas cosas...

El principal problema de Gyeong con su familia no fue el que no la ayudaran, era el que no le creyeran. Si al final decidió hacer lo que le daba la gana, era porque sus padres terminarían pensando lo peor de ella.

—Está mintiendo —dijo el Sr. Kang cuando ella dio su testimonio—. Yo conocí a ese muchacho.

Quizá el problema era que el Sr. Kang siempre quiso tener sólo un hijo, o dos varones.

—Yo lo conocí de mente y cuerpo. ¿Te parece poco? —soltó Gyeong, dirigiéndose a su padre—. Yo sé que cometí errores con chicos que no me convenían, pero no merecía eso.

Sin embargo, no tuvo mayor trascendencia. Su padre se había quedado procesando la historia que su hija había dado de Sungmin, así como el incidente del colegio y el robo del dinero. Claro, ella no había sido culpable en cuanto al asesinato, y era menor de edad, por lo que la sentencia sólo fue de servicio comunitario. De camino a casa, Gyeong lo pensó mucho, hubiera preferido ir a la cárcel y ver a Cein, y cumplir su sentencia con él. Pues, la sentencia que tenía ahora, no era con la iglesia, sino con la iglesia, y con su familia.

El Sr. Kang entró a la casa agarrando a su hija del cabello y empujándola en la entrada. Ella se levantó y él procedió a darle una bofetada que la desestabilizó.

—¿Sabes lo que todos van a decir ahora? De haber sabido que andabas con puterías me hubieras servido para pagar las cuentas.

Ella no se movió de donde estaba, sólo podía llorar, y en eso se le estaba yendo toda la energía y ganas de vivir. "Cein...", repitió entre lágrimas, cubriendo su cabeza, quedándose en posición fetal. Lo extrañaba... ¿por qué no huyeron?

Después de varios minutos que finalmente se levantó y fue a su habitación, notó que alguien había puesto seguro desde afuera. Seguro había sido él, pero ya no le importaba y se sentó en el suelo, apoyándose a la pared. No tenía ni ánimos de agarrar la guitarra, pero pronto se acordó de algo importante.

—Ziggy...

La chica se levantó y se apresuró a salirse por la ventana. Su papá todavía no sabía de eso, curiosamente nunca lo había sospechado. Pero, ella igual era cuidadosa para disimular. Caminó hasta la parada de bus y en el viaje fue pensando solamente en su gato. Ya no podía dejarlo en su casa, pues temía que le sucediera algo, y en cambio donde Cein pronto habría problemas al no ser ocupado por nadie. Cuando llegó, ya pasadas las 7 de la noche, no tuvo que llamar a su mascota y él fue enseguida hacia ella. El día anterior se habían llevado a Cein y el gato se había quedado solo. No se podía quedar, pues era área restringida bajo investigación. Pero, pensó que de pronto quedarse esa noche allí no le haría daño a nadie.

Aunque los recuerdos con Cein eran algo amargos, pues siempre había un trasfondo de desgracia, le confortaba estar allí en silencio. Los recuerdos eran amargos en su mente, pero por fuera Cein hacía lo posible por hacerla feliz. Ziggy fue la primera prueba de lo mucho que le importaba su felicidad, y eso la hacía sentir mucha culpa, porque todo lo que estaba pasando Cein era culpa de ella. Hubiese sido mejor si no se hubieran conocido.

Era extraño igualmente, todo el esfuerzo que Cein puso, y toda su inocencia a pesar de la vida que había vivido. A Gyeong sólo le bastó darle un beso y una explicación rápida para que él se convenciera de que ella estaba saliendo de su depresión, cuando no hacía más que adentrarse a ella, pero no frente a él. Las primeras noches que se escapó de su casa fue a buscar a los vagos del colegio que siempre se reunían en la misma discoteca todos los días. Ella les había escrito y en cuanto supo dónde estaban, fue a dicho lugar para volver a intercambiar lo que ella quería, por lo que ellos querían. Quería olvidarse de pensar.

Curiosamente Cein jamás se dio cuenta de que ella estaba bajo el efecto de algo, pero tenía mucho que ver el hecho de que cuando estaban en la cama, Cein no pensaba en nada. Pero quedaría en ella, nunca se lo contaría. Pero, sí quería escribirle una carta.

Esa noche no durmió y sólo se quedó jugando con Ziggy, pues, de pronto sería la última vez que lo vería. Ya sabía con quién lo iba a dejar. Y la mañana siguiente fue lo primero que hizo, para luego regresar a su casa. Cuando entró a su habitación por la ventana, trató de abrir la puerta, pero esta seguía cerrada. 

Así fue algunas noches, hasta que sus padres accedieron a dejarla salir de su cuarto, pero bajo la supervisión de ellos. 

—¿Esto es humillante. No puedo ni caminar en mi propia casa?

—¿Qué te hace pensar que tienes el derecho? No se puede confiar en ti.

Él insinuaba que le podría robar dinero como ya lo había hecho, pero ella pensó que no era lo único de lo que debían tener cuidado.

Por orden de la iglesia, Gyeong no podía entrar como los demás, y sinceramente no le afectaba. Es más, se estaba acostumbrando a no ir, hasta que su mamá entró a la habitación un día: "Vístete, vamos a la iglesia". No era muy común, pues no era domingo, y además era de tarde. Sin embargo, al llegar vio de qué se trataba. Una intervención. Se sentarían a juzgarla en grupo. Ella miró a cada uno de los miembros que conformaban esa reunión. A algunos los conocía bien, sobre todo a las amantes de su papá.

La chica lentamente caminó hasta la silla designada para ella y se sentó, mirándolos a todos con un semblante de burla. Esa tarde dejó que hablen, que la humillen, y que escupieran todas sus faltas, pero cuando terminaron, no se quedó callada, aunque no se supone que podía opinar.

—Hay un pasaje que dice: "Quien esté libre de pecado que lance la primera piedra"... —los miembros se miraron entre ellos, algunos con vergüenza, mientras que a otros no les importó—. Sé que me odian, yo también me odio, pero también tengo una ira contenida hacia ustedes. Yo conozco a varias personas de aquí que han sido infieles, y otros que han robado a la iglesia como yo. Y quiero saber con qué derecho vienen a decirme que soy yo la que está mal.

Gyeong demostraba una vez más, lo poco que le importaba meterse en problemas, y más en ese momento, pues, ya no tenía que esconderse del papá. Como último acto para decepcionarlos les confesó que se había hecho un aborto recientemente, y volvió a mencionar al culpable con una convicción que muchos de los miembros sintieron lástima.

Con ese sueño realizado, regresó a su casa esperando todos los golpes que su padre quisiera darle. Ya no le importaba. Pero no lo hizo. El hombre se había escondido, avergonzado de pensar que su hija sabía demasiado de él.

Cein solía hablar mucho de su abuela, ni siquiera mencionaba a su madre, sino a esa mujer de avanzada edad a quien dejó olvidada. Le contó sobre ese pueblo, y Gyeong sintió que cualquier cosa que le recordara a Cein la haría sentir acompañada, así que salió en dirección a esa ciudad.

El chico solía dar detalles como si fuera audiolibro, y describía las cosas de una manera tan bella que ella parecía saber dónde estaba a pesar de nunca haber estado allí. Hizo el mismo recorrido del que él habló, y se vió de frente con ese puente donde Cein lanzó su cuchillo. Eso también se lo contó, y ella siempre quiso entender el motivo, y cuando vio el agua correr, entendió a qué se refería. Parecía una corriente que limpiaba, que se llevaba todo, y se sintió mejor de sólo mirar esa corriente de agua.

Blood, Sweat & TearsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora