35. Debes dar lo que tomas

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Cein quería pensar que lo peor ya había sucedido. No quería creer que algo más podría suceder después de toda la desgracia que estaba atravesando. No lo creía justo, ¿por qué ellos? No le parecía bueno que ellos por defenderse pagaran las consecuencias.

El chico había hecho lo posible por cuidar de Gyeong por los problemas que presentó luego de salir de la clínica, y aunque la vio recuperada después de unos días, el estado de ánimo que se traducía a depresión era la parte que más le preocupaba. La chica ya no podía ni fingir con su familia, y sabía que ellos pronto harían preguntas, y de pronto encontrarían que Cein tenía que ver en eso.

—Mi amor, ¿segura de que no quieres nada? —le preguntaba él constantemente, y ella recostada en la cama de Cein, siempre negaba con la cabeza.

—¿Crees que cuado morimos nos encontramos con los seres que perdimos? —también solía hacer ese tipo de preguntas al azar, y si Cein era sincero consigo mismo, estaba al pendiente de ella por esa razón más que nada. No sabía a dónde quería llegar con esas preguntas, o más bien, no lo quería pensar.

—Deberías traer a Ziggy. Te haría sentir mejor tenerlo cerca mientras yo trabajo. O, puedes acompañarme a la biblioteca.

—No quiero ver a nadie...

No sabía si algún día ella saldría de ese estado, y más que nada le causaba impotencia el no saber qué hacer. Las palabras ya no eran suficientes para hacerla feliz.

—Me voy a quedar contigo... —ella repuso que él tenía responsabilidades, y Cein sólo supo responder—. Mi mayor responsabilidad es mi prometida —mientras se hacía un lugar en la pequeña cama y le daba un beso en la cabeza para finalmente descansar. No importa lo mal que estaban las cosas, dormir junto a ella cambiaba la infelicidad por paz.

Cuando despertó, la chica ya no estaba allí, se había ido a su casa, o al menos así lo comprobó Cein cuando le llegó el mensaje de que ella ya estaba en su casa. Había sido una sugerencia, pero le alegraba que lo tomara en serio. Ella sabía que él necesitaba saber dónde estaba.

El transcurso de la semana no fue distinto, aunque poco a poco notaba una mejora en su actitud, y se le hizo más evidente cuando la niña comenzó a hacer afirmaciones acerca de lo que habían pasado, buscando el lado positivo o lo que podían aprender de esas experiencias.

Aunque lo dejaba intranquilo ver el cambio abrupto de actitud, no era capaz de preguntárselo, por miedo a que decayera. Había leído que era común que pacientes con depresión salieran de su estado sólo con el propósito de vivir por última vez antes de irse. Algo dentro de él estaba convencido de que Gyeong sí sería capaz de hacerlo.

—Hagamos pizza,  ¿qué te parece? —le sugirió una noche. Gyeong se escapaba de su casa con más frecuencia, y pasaba las noches con Cein. Pero, nunca avisaba, sólo salía de su casa e iba al departamento de Cein. Había días que no iba, pero él sabía de las coartadas que inventaba ella para hacer ver la situación lo más natural posible. Además, desde hace días ya había movido a Ziggy donde él para que viviera allí.

—Mi amor, quiero preguntarte algo... —contestó, ignorando su pedido—. ¿Hay algo que no me hayas dicho?

—Acerca de...

—No sé. Es sólo que me intrigaba saber qué piensas. Quiero que estés bien... —la chica lo calló posando su dedo sobre los labios de él, y le contestó: "Estoy bien", antes de besarlo como no lo hacía desde hace tiempo. Cein no pudo contenerse, le urgía el contacto físico con ella, y se dejó llevar cuando lo empujó para que se recostara y procediera a hacerle todas las cosas que extrañaba. Pero el amanecer fue el que más le gustó, cuando la vio dormida junto a él y con la silueta descubierta. Recién en ese momento se puso a pensar que no concluyó nada la noche anterior, y lo más probable era que en ese momento no pudieran hablar, pues ella tendría que irse pronto.

Aunque dos noches después Gyeong le respondió a Cein todas las dudas que tenía, y él supo que no debía preocuparse.

—Pero, te agradezco haberme acompañado mientras me sentía mal, y todas las veces que me sentí sola, en realidad. Creo que ahora dependo de ti, ¿no? —no era un simple comentario, ella en realidad dependía de él. Cein era como ese amigo imaginario que siempre estaba de acuerdo y siempre estaba ahí. Tenía una personalidad, y parecía tener una voz, pero sólo era la de ella diciéndole qué hacer—. A veces me pregunto si eres real —bromeó. No era como si no lo hubiese pensado, pero sabá que simplemente había sido el destino quien la hizo encontrar a un chico tan irreal, en el buen sentido como en el malo.

—Yo me pregunto lo mismo —pero para Cein era algo más fuerte. Él en serio a veces no podía creer la suerte que tenía de ser besado por aquella deidad, por tener el honor de amarla y ser parte de ella.

—Por cierto, nunca te desesperaste por desvestirme todo el tiempo que no habíamos tenido relaciones —eso era una prueba. Cein en realidad la había mirad varias veces con la intención de desvestirla, pero, como siempre...

—Tú no me lo pediste —no le echaba la culpa de no habérselo propuesto, sabía que eran momentos difíciles para ella, y a él le daba temor tomar el primer paso por la misma razón—. Claro que te he tenido ganas, pero, no dependía de mí.

—Oh... eso explica tu desesperación anteayer —el chico no sólo se había dejad hacer, sino que él también tuvo su turno, y ella notó en esa faena cuánto había acumulado él en esos tiempos de crisis—. Pero, te voy a compensar.

—¿En serio? —preguntó emocionado. No era que no le creyera, pero le parecía curioso que la chica se pusiera esa responsabilidad cuando él no lo había comentado con esa intención. Y no lo decepcionó, todas las tardes y noches que se quedaba lo hacían al menos una vez. La mayoría de las veces eran descontroladas, pues era común de ella, era su gusto, y ella guiaba. En realidad cuando guiaba Cein eran las veces que hacían el amor. Él sentía que así la apreciaba y admiraba más, además, no se agitaba mucho y podía decirle lo mucho que la quería.

Cuando regresaron a la iglesia después del robo, Cein se mostró intranquilo, pensando que habían hecho algo mal y los descubrirían, pero siempre le sorprendió la manera en la que ella manejó las cosas, y al final cuando vio el tema olvidado la semana siguiente, supo que su preocupación era infundada. Sin embargo, un mes después, sólo bastó un:

—Hay testigos —para que a Cein se le fuera la sangre del cuerpo.

Blood, Sweat & TearsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora