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La semana ya ha pasado. Hoy es jueves y, por lo tanto, me encuentro en el auto de camino a la casa de campo de la familia De Jesús.

Tengo que admitir que aunque la idea de una fiesta en honor a un matrimonio no deseado con un hombre del que lo único que sé es su nombre y apellidos no me agrada, estoy ansiosa de salir de casa y poder respirar algo de aire fresco.

Durante todo el camino estoy mirando por la ventana y escuchando música desde mis auriculares, aprovechando que mis papás me han devuelto el teléfono. A mi lado está Daisy, que como en todos los viajes que hacemos nos acompaña. Mis papás van en un auto diferente que va unos metros por delante del nuestro.

Después de alrededor de dos horas llegamos. Nos estacionamos delante de una casa bastante grande, desde luego mucho más grande que la nuestra. Me quito los auriculares y el conductor se baja para abrirme la puerta y poder bajar. En la entrada de la casa está la familia De Jesús al completo, esperándonos con una sonrisa que mis papás devuelven. Yo, sin embargo, me limito a mirar al suelo deseando que todo esto acabe pronto y pueda refugiarme en algún lugar de este enorme lugar.

- Que alegría que ya hayan llegado - dice Noemí entusiasmada y acercándose a abrazarnos.

- Pasen. Hagan de esta como su casa - dice Carlos una vez todos nos hemos saludado.

Entramos a la casa y hay que admitir que si la casa ya impresiona desde exterior, el interior lo hace mucho más.

- Es hermoso - dice mi mamá sin dejar de sonreír.

- Me alegra que les guste - vuelve a hablar Noemí - Zabdiel, ¿por qué no le enseñas a T/N su cuarto y los alrededores?

- Una gran idea - comenta mi mamá y yo ruedo los ojos

- Por supuesto. Sígueme - me dice y comienza a subir las escaleras.

Llegamos al piso de arriba y giramos hacia el lado izquierdo del pasillo hasta detenernos enfrente de una puerta. Zabdiel la abre y entra haciéndome una señal de que le siga.

- Aquí es donde dormirás estos días

El cuarto era algo sencillo. Todos los muebles eran de madera. Pegada a la pared izquierda está la cama con sabanas blancas y cojines de color marrón, naranja y blanco sobre ella. A los pies hay un banco con toallas preparadas y al otro extremo de donde nos encontramos hay una ventana con vistas al jardín.

- No es mucho, pero... - empieza a decir Zabdiel

- Es precioso, muy acogedor - le interrumpo y sonríe ante mis palabras

- Ven, te voy a enseñar el resto

Salimos del cuarto y volvemos al pasillo que nos ha llevado a este. Salimos fuera de la casa y vamos al jardín que se ve desde la ventana que he comentado anteriormente, en este hay una piscina. La rodeamos y seguimos por un camino hasta llegar a una especie de granja.

- Este es mi lugar favorito y estoy seguro de que algún día llegará a ser el tuyo - dice Zabdiel después de estar durante todo el camino sin decir nada.

Abre la puerta y como antes se hace a un lado para que pase. Dentro hay dos caballos, uno blanco y otro marrón con una mancha blanca justo encima de la nariz y que le llega hasta las orejas.

- Es hermoso - digo mientras me acerco a acariciarle con cuidado de no asustarles

- Hermosa. Ambas son yeguas. Ella se llama Estrella - dice acariciando a la de color blanco - la que acaricias tú se llama Hera.

- Me gustan los nombres - sonrío en su dirección y él hace lo mismo

Zabdiel recibe un mensaje de sus papás para que volvamos a la casa y así hacemos. Esta vez conversamos, mayoritariamente, de historias de Zabdiel de cuando han venido aquí a lo largo de los años y de los caballos.

Una vez llegamos a la casa subimos a nuestros cuartos y nos preparamos para la cena. Me baño y me cambio. Me pongo un mono de tirantes con el escote cruzado y de color beige que lo conjunto con unas sandalias blancas.

Cuando salgo del cuarto, Zabdiel sale del de al lado y bajamos ambos hacia la sala donde nos esperan nuestros papás. Al llegar todos se giran para mirarnos.

- Cada vez que los miro me parece que hacen una muy bonita pareja - exagera mi mamá y yo me aguanto las ganas que tengo de rodar los ojos.

- Gracias - sonríe Zabdiel amablemente y al acercarnos a la mesa aparta la silla para poder sentarme, acto que agradezco con una sonrisa.

Durante la cena nuestros papás no paran de hablar de los diferentes planes que hay que hacer para la boda y para la fiesta de dentro de dos días. Hablan de esperar al año que viene, ya que el invierno llegará pronto y prefieren que la celebración sea en primavera y además para ese entonces ya seré mayor de edad. Para eso no queda mucho, pues en poco menos de un mes será mi cumpleaños número 18, algo que siempre he ansiado, pero ahora solo es un cumpleaños y un año cualquiera.

Cuando ya hemos acabado de comer y nuestros papás están hablando entre ellos, Zabdiel me hace una señal para que le siga. Nos levantamos y salimos al jardín para sentarnos en las sillas que hay enfrente de la piscina.

- Esa cena fue... - comienza él

- Intensa - acabo su frase y ambos reímos. De un momento a otro para de reír y se queda mirando al agua con un semblante serio y de pena.

- ¿Sabes? Me di cuenta de que nunca te llegué a pedir disculpas por todo lo que está ocurriendo

- No tienes por qué disculparte. Tú eres tan víctima como yo en todo esto.

- Ya sé, pero de alguna manera me hace sentir culpable. Puede que sea porque soy el adulto  y debería estar haciendo algo al respecto - bromea, aunque ambos sabemos que hay algo de verdad en sus palabras

- Golpe bajo - bromeo - igual, dame un mes y ahí estamos iguales - reímos

- Mis papás buscaban que esto sucediera desde hacía mucho tiempo. A veces me hace pensar que siempre fue este mi destino y función en el mundo - suspira haciendo que la seriedad vuelva a la conversación - al menos me alegro de que me hayan emparejado con alguien tan hermosa tanto en el exterior como en el interior como lo eres tú - me mira y yo no puedo evitar sonrojarme.

- También pienso lo mismo. Créeme cuando te digo que conocí muchos idiotas en mi vida, así que me alegro de que no vaya a acabar con uno de ellos - sonrío

- No sé si tú sientes lo mismo, pero creo que en algún momento podríamos llegar a construir algo precioso. Con el tiempo - dice mirándome a los ojos.

- Siento lo mismo - le confirmo mirándole igual que él a mí.

Nos quedamos un tiempo en silencio, ambos mirándonos a los ojos para luego desviar nuestras miradas de nuevo al agua.

El tiempo pasa, y ya de madrugada, cuando nuestros papás ya se han ido a dormir, nosotros seguimos hablando al pie de la piscina. Lo único que se oye son nuestras voces y risas. Este tiempo nos sirve para conocer más cosas el uno del otro y de nuevo agradezco que entre todo lo malo que me está sucediendo últimamente de lo mejor que me esté ocurriendo sea a él. Lo malo de todo esto es que cierto chico con rulos y ojos color café no se me va de la mente provocándome un dolor que estoy segura de que no se desvanecerá pronto.

EL GUARDIA | Joel PimentelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora