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La abuela

Me pesa el alma, me pesa el cuerpo, me pesa todo... los días pasan y los siento tan vacíos, tan... fríos.

Las lágrimas salen sin parar y Fang limpia cada una de ellas sin permitirme ocultar el rostro entre las sábanas, hasta que llega el momento en el que me levantó de la cama y me quedo en el balcón de la habitación, cierro las puertas detrás de mí dejando a Fang dentro de la habitación y él rasca la puerta, pero lo ignoro una vez me acerco a apreciar la vista, a disfrutar un poco de la brisa sin importar que mi piel se erice. Quería estar sola, quería llorar y que nadie me limpiara las lágrimas, ni siquiera Fang. Quería mirar el cielo oscuro para que este apacigüe las ganas que tengo de matarme porque ya no puedo más...

Me siento sobre la cama de Fang que siempre dejo afuera para cuando él quiere estar aquí a disfrutar del sol por las tardes. Me abrazo las piernas y recargo la espalda en la pared para mirar el cielo.

Las lágrimas aparecen de nuevo.

Todo se volvió una pesadilla, un maldito infierno en donde Roger se creía mi padre ahora que el mío murió, en donde mi madre no ponía límites y tampoco demostraba que yo le importaba, un lugar en donde Mara se estaba regocijando sobre mi dolor y yo no tenía fuerzas como para enfrentarlos, mucho menos a la familia de Roger que hablaban como si nada hubiese pasado.

Volteo a ver a Fang que estaba tumbado cerca de la puerta sin apartar su mirada de mi, sonrió de lado al verlo, era lo único que me quedaba de papá y de Hannibal. Por él y por Tangie era que yo seguía aquí, luchando contra todo lo que me atormentaba.

En un solo día he pasado por cosas horribles. Mi novio que creí que podría confiar y creí que me amaba tanto como yo a él, me ha violado en el mismo día en el que asesinaron a mi padre y a Hannibal. Mismo día en el que casi pierdo a mi mejor amigo y mismo día en el que vine a quedarme con mi madre y su maldito esposo.

Aunque yo ya no quiero seguir en esta casa que solo me hace la vida de a cuadros al igual que se lo hacen a Fang al no permitirme sacarlo de mi habitación porque supuestamente es peligroso. Fang necesitaba aire fresco, necesitaba sentir el césped bajo sus patas, necesitaba correr a toda velocidad por el jardín, olfatear nuevos olores, volver a olfatear olores que ya conoce y hacer sus necesidades y no estar dentro de mi habitación y solo disfrutar del sol por las tardes desde el balcón.

Ni siquiera yo podía seguir aquí porque sentía que traicionaba a papá al dejar que Roger me mangonee a su antojo. No tenía fuerza para enfrentarlo, pero sí que puedo pedir ayuda.

La abuela.

Me levantó con rapidez y entro a la habitación provocando que Fang me siga, cerciorándose de no quedarse atrás para que no lo deje solo de nuevo en la habitación.

Agarro mi teléfono y tecleo el número de la abuela y a pesar de que es bastante tarde como para llamar, ella aún así me atiende la llamada.

— ¿Qué pasa, mi niña? — Mi corazón y mi estómago se encogen al escucharla. La última vez la había visto en el funeral de papá y fue ella quien me abrazó con fuerza cuando vio que mis piernas estaban a poco de desfallecer de solo ver como empezaban a enterrar a mi papá.

— Abuela — Habló con la voz rota. Me muerdo los labios con fuerza para evitar sollozar, pero es imposible, la barbilla me tiembla y mis ojos se han empañado por las lágrimas al recordar ese momento.

— ¿Qué tienes, te paso algo? — Pregunta demasiado preocupada que hasta el tono adormilado de su voz se ha desvanecido.

— Te necesito — Rompo en llanto — Quiero estar contigo, abuela, por favor.

Atracción PeligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora