Capítulo 2: Encuentro.

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Capítulo 2: Encuentro.

En el reino de Dumbroch, una astuta pelirroja de ojos azules, llamada Mérida, galopaba en su caballo Angus; mientras disparaba a las dianas con su arco, sin fallar un solo tiro. De repente, al frente suyo, apareció una luz; lo que provocó que Angus se asustara y frenara de golpe, haciendo que Mérida se caiga.

—Auch, Angus, ¿por qué frenas...? ¡Una luz! —exclamó, a la vez que acercaba su mano para tocarla, pero la luz desapareció con el tacto; y en su lugar apareció un camino de luces—. Hay que seguirlas, mamá dice que te guían a tu destino.

Subió a Angus y salió al galope persiguiendo las luces. Estuvieron una hora haciéndolo sin parar, y de igual manera no encontraban nada; pero Mérida estaba decidida a seguir.

—Un rato más, Angus. Si no encontramos nada regresamos —le dijo Mérida a Angus, notando el cansancio del animal.

Después de unos quince minutos, vieron que la vegetación había cambiado y la tierra era arenosa.

—Debemos estar cerca de una costa —comentó analizando su alrededor. Pasó por unos arboles y del otro lado estaba el mar, era un gran acantilado con vista a toda la costa.

—¿Qué es eso de ahí? —murmuró Mérida intrigada, mirando un bulto negro en la playa—, tengo que bajar. —Ató a Angus de un árbol, y comenzó a descender lentamente; era muy empinado y alto.

Después de veinte minutos, de ardua tarea, logró bajar; y caminó hacia la cosa negra que allí se hallaba, desplomada en la arena.

—¿Esto es un dragón? —El dragón al ver a Mérida dio un gruñido, y abrió sus alas mostrando un chico, de cabello castaño y ojos verdes, en estado inconsciente.

—¡Oh por dios! —exclamó Mérida acercándose al chico, un sentimiento de preocupación se había alojado en su interior—. ¡Está vivo! —Al ya estar cayendo el sol, se dispuso a buscar un lugar para pasar la noche; y en la barranca, por la que había descendido, encontró una cueva—. Perfecto. —Agarró a Hipo de los brazos y lo llevó a las rastras a dicho lugar.

La chica pelirroja, mostrando sus habilidades de supervivencia, hizo una fogata y "pescó" algunos peces con su arco, los que cocinó. Por un rato se mantuvo vigilando, pero el sueño le ganó y se durmió en la entrada de la cueva.

En la mañana siguiente, con el sol ya casi saliendo, Hipo se inquietó un poco, sin despertar de su sueño; sus expresiones daban indicios de que experimentaba una pesadilla.

Estaba en la arena de entrenamiento de Berk, solo veía niebla y a gente gritar; de repente todo se volvió más claro.

—Mátalo, Estoico —gritaba la gente, Hipo no entendía nada; miró sus manos y estaban encadenadas, se dispuso a mirar hacia atrás, y vio a su amigo Chimuelo encadenado, a punto de ser ferozmente ejecutado por el hacha de su padre.

¡No lo maten! —gritó mientras empezaba a llorar—, por favor, no lo hagan.

—¡Sigue siendo el mismo débil de siempre! —decía una mujer—. ¡Pescado parlanchín! —gritaba otro.

Fuera de su mente, Mérida ya había despertado. Ésta observaba como se movía mucho, y transpiraba sin parar.

Debe estar teniendo una pesadilla —dijo Mérida, afirmando lo que sus ojos habían predicho desde un inicio, mientras que lo sacudía con fuerza para que despertara de su mal sueño—. ¡Despierta, estás teniendo una pesadilla! —le gritó, en su oído, de forma aguda e infantil.

—¡No lo maten! —gritó Hipo, mientras se sentaba de golpe; lo que a la chica le provocó un susto y la hizo caer de espaldas al suelo—. ¿Estás bien? —preguntó, con clara culpabilidad, mientras la ayudaba a levantarse.

—Sí, no te preocupes —contestó a la vez que limpiaba el polvo que se le había adherido.

—¿Dónde estoy?, ¿quién eres?, ¿qué pasó? y, ¿dónde está Chimuelo? —preguntó Hipo de forma rápida, provocando una risa de parte de la chica.

—Te voy a contestar en el orden en el que me preguntaste: estás en el reino de Dumbroch, Escocia; me llamo Mérida, soy una princesa —contestó a las dos primeras, Hipo la miró con sorpresa, ya que tenía un arco en la mano, y eso no parecía de una princesa—; y, por último, no sé qué pasó, yo te encontré tirado en la arena con un dragón negro.

—¡Chimuelo! —exclamó, cambiando de un rostro pasivo a uno alertado—, ¿le hiciste algo? —preguntó de forma acusadora, si algo lo enojaba era que dañen a su amigo.

—Oh, no, no, él está bien; si quieres verlo está allí fuera. —Sonrió, señalando la entrada de la cueva.

Los justicieros de dragones (mericcup)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora