Capítulo 16: Envidia.

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Capítulo 16: Envidia.

—¿Qué se siente no tener nada? —dijo Jorge a Fergus que se encontraba encerrado en una celda y todo golpeado—. ¿Qué se siente? —reiteró la pregunta y le dio una patada en el estomago, dejándolo sin aire.

—No sé, porque aún tengo algo —dijo Fergus furioso—, tengo esperanza, sé que Hipo y Mérida volverán el reino a lo que fue —habló convencido.

—¿Estás tan seguro? —dijo Jorge y Fergus se sorprendió—, llegaron rumores de que unos jinetes de dragones atacaron una cárcel para dragones —aclaró y Fergus se tranquilizó.

—¿Y eso qué? —preguntó Fergus—. Pueden ser otros jinetes, y si lo fueran... ¿cómo los piensas atrapar? —dijo desafiante y recibió otra patada en el estomago.

—Ya mandé a barcos y a mis mejores hombres para ahí —dijo Jorge riendo como desquiciado, le dio un último golpe en la cabeza y Fergus quedó inconsciente.

En roma todos se preparaban para la cena, las mesas estaban llenas con mucha comida y bebidas. Se encontraban todos en sus lugares esperando a que llegaran el rey Hans y la nueva invitada, Bella. Por la puerta del castillo entró el rey con la mencionada chica del brazo, se sentaron en la mesa de la familia real y todos empezaron a comer.

—¿Te gusta roma? —preguntó Hans con voz insinuante.

—Sí —dijo Bella de forma cortante, pero recordó su cometido, que era enamorarlo—. Digo, sí, es muy hermoso —repitió esta vez simulando admiración.

—Pero no más que usted —piropeó galante.

—Gracias —dijo con voz coqueta—. Esto será más fácil de lo que pensé —inquirió bella en su mente.

—¿Quieres dar un paseo por el jardín? —ofreció Hans extendiéndole la mano, y Bella aceptó con gusto. Se levantaron de la mesa y se fueron a un hermoso jardín muy bien cuidado, con muchas flores de todo tipo y alumbrado con la tenue luz de unas elaboradas antorchas. Anduvieron paseando por un rato y luego se sentaron en un banco para mirar las estrellas.

—Es mejor que volvamos al castillo —dijo Bella.

—Sí, es lo mejor —dijo Hans, se levantaron y la llevó a su habitación—. Mañana hablamos, señorita —se despidió y se fue.

—Qué tonto eres, Hans —se burló Bella tirándose a la cama—. Te voy a encontrar Hipo, tú, Mérida, y papá, van a pagar por lo que me hicieron —amenazó Bella sonriendo, a sabiendas que no podían oírla.

En el nido Valka había llamado a todos a la mesa para discutir sobre la misión del próximo día, la cual se jugaba a algo más arriesgado

—Los Bog-Burlands tienen más vigilancia que la que atacamos —advirtió Valka.

—Pero si la atacamos de noche con Chimuelo pasaría desapercibido —sugirió Hipo.

—Pero no pueden ir ustedes solos — dijo Grum.

—Ustedes nos cubrirán desde arriba de las nubes por si pasa algo —dijo Mérida segura del plan.

—Está bien —se rindió Valka—; pero con una condición, prométanme que no se van a arriesgar.

—Lo prometemos —dijeron Mérida y Hipo al unisono. Y todos se empezaron a retirar a lo que estaban haciendo, pero Hipo detuvo a Mérida antes de que ésta se fuera—. Ponte esto —dijo Hipo entregándole una venda, con una amplia sonrisa en su rostro.

—¿Para qué? —preguntó Mérida con un peculiar brillo en sus ojos.

—Es una sorpresa —dijo Hipo sonriéndole de igual manera, Mérida se puso la venda en los ojos y le dio su mano a Hipo, quien la tomó. Subieron a Chimuelo y remontaron vuelo. Después de veinte minutos de viaje, en los cuales Mérida no paró de preguntar si habían llegado, llegaron a destino.

—¡Llegamos! —dijo Hipo aterrizando con Chimuelo en una colina.

—Por fin —pronunció Mérida con alegría y Hipo la ayudó a bajar—. ¿Puedo destaparme los ojos? —preguntó sonriente.

—No, todavía no. —La guió a una zona mas elevada—. Ahora sí puedes. —Mérida se destapó los ojos y se asombró por lo que veía.

—Wow, es hermoso. —Había una tela en el piso para sentarse, también una canasta con comida y estaba todo rodeado de flores azules y rojas, se veía un hermoso paisaje, todos los arboles del monte de abajo estaban en pequeñas islas que formaban un archipiélago y tenían las hojas amarillas y de un tono rojizo.

—Siéntate —pidió Hipo a Mérida señalando la tela, Mérida se sentó y los dos miraron el atardecer abrazados, no se necesitaban palabras para expresar sus sentimientos, ambos se giraron, se quedaron mirando a los ojos, y se besaron, cuando se separaron Hipo se paró y se fue.

—¿A dónde vas? —preguntó Mérida desde su lugar.

—Espérame ahí —dijo Hipo y se fue a buscar algo a Chimuelo que se había quedado alejado durmiendo; cuando volvió traía una caja muy decorada y un ramo de flores, se sentó al lado de ella y le abrió la caja dejando ver un hermoso collar de oro con algunas gemas—. ¿Lo quieres?, es para ti.

—¿De dónde lo sacaste? —preguntó con asombro y se dio la vuelta para que Hipo le ponga el collar—. ¿Y por qué sería el regalo? —indagó curiosa a la vez que una sonrisa se posaba en su rostro.

—Se lo compré a Johan y le hice algunas modificaciones —dijo Hipo y Mérida rió—. Y, ¿preciso un motivo para regalarle a mi novia un regalo? —preguntó simulando sorpresa.

—No —dijo Mérida coqueta y lo besó—. Gracias. —Tras decir estas palabras, en muestra de agradecimiento, le dio un fuerte abrazo.

—Gracias a ti, por estar conmigo —dijo Hipo con la frente pegada a la de Mérida—. Te amo —dijo y le dio un beso.

—Yo igual, Hiccup Haddok, yo igual —dijo Mérida y le dio otro corto beso.

Los justicieros de dragones (mericcup)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora