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Lo único que podía hacer, mientras besaba a Penelope con delicadeza, con una mezcla de ligera pasión y fracciones de desesperación, era consumirse a través de ella.

No sabía que tan delicioso podía ser besar a Penelope  Featherington y no es que alguna vez se lo hubiese imaginado, o hubiese pensado en sus carnosos labios, sin embargo, creía, en ese momento, que nunca se había sentido tan bien en un lugar como ese.

Podíamos pensar que, simplemente, sería un beso, cosa de nada, pero Colin, en definitiva, no iba quedarse conforme. Apretó las mejillas de Penelope más de lo que podían decir sus acciones y comenzó a caminar, ella retrocedía, pérdida también, y el señor Bridgerton se detuvo hasta aprisionar su cuerpo contra un librero.

Sí. En sus viajes había besado mujeres pero, en esa noche, todo estaba diferente, porque con otras lo hacía por la lujuria que corría en sus venas, en esa ocasión, lo hacía por un deseo incontrolable y una sensación demasiado grave y eufórica que no dejaba de aporrear su corazón.

La respiración de Colin aumentaba, el pulso de Penelope era muy galopante. Su sexo, el de Colin, comenzaba a hincharse, el cosquilleo ahí abajo no era nada decente y él lo sabía, no obstante, estaba dispuesto a perder el control por ella y pagar las consecuencias, no le importaba nada, solo Penelope, solo Penelope, su Penelope.

¿Suya?

Alejó el rostro súbitamente y reparó los labios hinchados de la señorita. Su mente pensaba más rápido de lo que trotaba un caballo.

Suya.

¿Por qué no? Él quería, lo admitía sin prejuicio, que ella lo deseara y que ella supiera que él la deseaba tanto o más que cualquier otra cosa.

Ahí, en la biblioteca familiar. No importaba que habría después. Ese momento sería suyo, de los dos.

Penelope también deseaba todo lo que él quisiera hacerle en ese momento, era una indecente y ya no había más remedio, Colin la ponía así, y lo admitía, deseaba ser tocada, por él, adorada por su boca, por todo lo que él tenía.

—¿Qué pasa? —preguntó ahogada la señorita Featherington, entre sus fantasías más desesperadas.

Colin puso sus manos entre su cabeza, mordió sus propios labios.

—Eres hermosa, no sé por qué nadie más lo ve.

Penelope desvió la mirada, ya estaba en la realidad, entendió que seguía en la biblioteca de los Bridgerton y recordó qué la había llevado ahí.

—No debiste besarme, Colin. No debiste, así no deberías buscar mi perdón, es una falta de respeto.

—¿Qué?

Se quedó helado con las declaraciones de ella. Quería agarrarla de los hombros, sacudir su cuerpo y gritarle que su deseo por besarla era más grande que su antojo de viajar a otros lugares.

—Penelope, te besé porque lo deseaba, ¿sabes qué satisfacción tengo porque yo he sido tu primer beso? Creo que así debe ser, así lo quiso la vida.

No quería alegrarse. Penelope no quería porque ahí vendrían las ilusiones y la confianza.

—Entonces se trata de ego —dio por hecho.

—¡No! —exclamó —. Se trata de que he querido, lo he deseado, sigo deseándolo y si no estuvieras hablando, seguiría pegado a tu boca como una lapa.

—¡Colin!

De inmediato, y con el corazón asustado, Colin se alejó de Penelope, por el llamado de Benedict.

Colin lo maldijo tanto o más que una bruja cualquiera. Penelope acicalo su cabello y empezó a restregar sus manos por el rostro.

Estaba terriblemente despeinado y ella no tuvo tiempo de decírselo. Se sentía muy azorada.

Incluso, no se habían dado cuenta de unos libros que tiraron por el impacto al momento de chocar en el librero.

—¿Interrumpo?

Colin taladro con la mirada a su hermano, el menos favorito del momento.

—Sí, lo haces —dijo sin pena.

Benedict entró y con él detrás venía una doncella.

Saludó con su dulzura habitual a Penelope y anunció.

—Mamá ha dicho que no puedes tomarte estas libertades hacia  Penelope y me mandó con una doncella para chaperona.

Todos en su familia lo tenían cansado. ¿Por qué siempre tenían que arruinar todo?

Bufó de mala gana y la doncella hizo reverencia. Se quedó en una esquina.

Penelope se sentía pérdida. Es que, por favor, su amor de toda una vida la había besado y ella aún no lo entendía del todo,  los labios hinchados, la sensación de ricura y el vestido arrugado, no eran suficiente prueba.

¿Será posible que los cuentos de hada se apiadaran de ella? No, no, no.

Ella ya estaba poniendo mucho para superar algo imposible. Sería una trastada si retrocediera hasta ese punto.

Que Colin la haya besado no significa nada, que Colin le haya dicho hermosa no significa mucho. ¡Qué la cuelguen si se cree todas esas cosas, podían ser realidad y todos sabían que la realidad casi nunca era bonita!

—Deberíamos volver —dijo Penelope. Benedict seguía ahí.

—O Benedict debería de irse.

—¡Colin!

—¿Qué? No es tan bueno, hay que prescindir de sus servicios.

Penelope puso los ojos en blanco y Colin se empezó a reír. Los gestos que ella hacía de verdad que eran divertidos y dulces.

Las miradas hacia Penelope fueron ajenas del propio Colin, y si antes, como amiga, la adoraba con los ojos, en ese momento besaba el suelo que pisaba.

—Oh, ahora yo soy el malo, hermano. No me hagas...

Colin advirtió con los ojos que iba arrepentirse. Sí, Benedict también adoraba bromear con su hermano.

—Aprovechando que estoy aquí, señorita Featherington ¿y ya han averiguado dónde está realmente el Barón Featherington?

—Por desgracia, no. Y es triste y penoso, la sociedad quedó muy devastada cuando se enteraron que huyo con todo.

Lord  Featherington quedó marcado ante la sociedad por engañar a todos. No podían creer que se hubiese aprovechado de las mujeres Featherington y de los demás.

Colin se sintió muy agradecido por Mondrich, lo hubiese perdido todo sin su aviso. Lord Featherington huyó al día siguiente y todos quedaron devastados cuando Portia lo anunció y Colin habló con cada caballero para explicar la situación.

—¡Oigan, oigan!

Hyacinth entró de pronto asustando a todos. La niña corrió hasta ser el centro de atención de los de adentro.

—¿Qué sucede, Hyacinth?

—¡La reina y Lady Danbury han dado un anuncio muy pero muy delicado e interesante!

—¿Cuál? —Preguntó Penelope, sintiendo algo pasarle por la espina.

—¡Quien atrape o diga quién es Lady Whistledown, recibirá veinte mil libras! Cada lacayo del palacio ha venido a decirlo.

Penelope se puso tan pálida que Colin la sostuvo.

—¡Pen!

Pensó: Dios mío, estoy en peligro, no puede ser posible.

Nadie se resistiría a una jugosa cantidad de veinte mil libras. Su vida dependía de un hilo, en esos momentos, y la de su familia.

—¿Penelope, estás bien?

Hyacinth le tomó las manos y Benedict buscó una silla.

Con veinte mil libras de por medio, Lady Whistledown era presa de muchos cazadores. Prácticamente era la solución a la vida de cualquiera y sus seres queridos.

Cortejando A Penelope Featherington Donde viven las historias. Descúbrelo ahora