21

3.8K 259 87
                                    

—No la entiendo, señorita Featherington —dijo Fife, fingiendo divagar.

Penelope podía dejar que las personas pensaran que era una tonta, a conveniencia, sin embargo, estaba cansada por el descaro de la sociedad.

—Si mal no recuerdo —dijo Penelope en sonrisa, iluminando su rostro con la dignidad que solo una mujer de alto calibre debía manejar —. Usted estaba ahí, lord Fife, no finja que no sabe de lo que hablo, fue usted quién insistió en preguntar si el señor Bridgerton me cortejaba a modo de burla.

Colin, como era de esperarse, no sabía a qué quería llegar Penelope, y no le importaba si lo iba atacar a él, con tal de poner a Fife en su lugar. Porque él ya estaba moliendo sus dientes con la desesperación que le causaba el pelmazo a su lado.

Fife miró de reojo a Bridgerton. Cerró sus puños con tal furia que la tela de sus guantes por poco se se deshace, Colin reía, disfrutaba de la situación.

¿Cuál era la verdad? La siguiente: claro que había visto de lejos a la señorita Featherington y en ocasiones la había oído de cerca, le atraía, no sabía por qué, tal vez por el misterio en sus ojos, los secretos en sus expresiones o las pocas respuestas que solía darle a la sociedad, pero le gustaba. No se acercaba a ella por vergüenza, porque no era tan guapa y no estaba al nivel de un hombre de título, según sus pensamientos.

Cuando observó una cercanía tan cuestionable entre el señor Bridgerton y ella, supo que podía perder cualquier oportunidad con la señorita Featherington, y su plan, porque tenía uno tan maligno, dependería de un hilo, así que aprovechó aquella noche para pinchar a Colin con preguntas a modo de burla para que Penelope, la cual yacía al alcance de su campo de visión, se decepcionara de él y perdiera toda esperanza.

Así pues, cuando decidió llevar a cabo un plan, ella apareció con una nueva imagen. Un cambio atractivo al nivel de un noble. No iba desaprovechar su oportunidad, sabía que Albansdale estaba detrás de su presencia, pero también se conocía el mismo, y si había conseguido que una dama se metiera con él al armario, lograría embaucar a Penelope Featherington.

—Le aseguró, señorita Featherington, que ha malinterpretado  las cosas —insistió Fife —yo...

—Y yo le aseguro —dijo Penelope, con paciencia —. Que ningún acto de cortejo me hará cambiar la opinión que tengo de usted.

Estaba cansada de callar, de soportar, de ser una sumisa. Impondría sus deseos por sobre los demás, mientras fueran los correctos.

Una flama de orgullo apareció en el pecho de Colin, y sin percatarse de sus movimientos, le ofreció el brazo a Penelope, con la intención de escoltarla adentro mientras los demás invitados ingresaban a su alrededor.

Penelope observó a Colin.

—No gracias.

—Pen...

—Ya deja de insistir, Colin. Déjame en paz.

Lo miró una última vez y entró por su cuenta. Sin darle explicaciones a nadie. Colin compuso su brazo y aclaró la garganta. Fife seguía a su lado.

—Bridgerton.

—Fife.

Fife se burló con superioridad, mientras sus manos descansaban en su espalda.

Miró a Bridgerton, tenía el semblante destruido, el de alguien que se daba cuenta que cuando una copa se rompe, no vuelve a tomar su forma original, ni con la mejor cinta del mundo.

—De verdad creí que no le gustaba, Bridgerton.

Colin apartó su expresión y le dio paso a una más seria y potente. La única capaz de romper su burbuja era Penelope, nadie más.

Cortejando A Penelope Featherington Donde viven las historias. Descúbrelo ahora