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Siempre estuvo ahí, desde aquella sonrisa, desde esa expresión de pena al causar su caída, floreció en cada encuentro agradable y se manifestó por cada letra que leía con entusiasmo. El amor podía hacer misterioso, terriblemente complicado y poco usual, pero si había algo en ese sentimiento cuando uno descubría que lo sentía, era intensidad.

Una intensidad posesiva, agradable, rigurosa e incluso poderosa. Esa intensidad no era cuestionable, simplemente te hacía llevar la locura al extremo por el cariño inmenso hacia la otra persona, siempre y cuando fuera sana, buena, dulce.

Así pues, sintiendo todo eso y muchas cosas  más, que Colin no sabría cómo etiquetar, lo decidió. Haría la competencia, lucharía, no le importaba si debía enfrentarse a hombres con título o riquezas más grandes que las suyas, él haría lo posible por Penelope Featherington.

—¡No entiendo porque me sacaste! —se quejo Colin, sentándose en el sillón delante del escritorio del despacho. Su hermano, el mayor, se dejó caer frente a él, exhausto.

—Colin, no necesitamos más escándalos. Agradece que lady Whistledown no publicó tu numerito de ayer —dijo el vizconde.

Benedict se sentó junto a su hermano menor, pensativo.

—¡Es algo extraño! No es que me suela importar lady Whistledown, bueno, sí, me gusta leerla, pero, ¿por qué no dijo nada sobre el encuentro agresivo de Fife y Colin?

—¿Eso importa? —discutió Anthony moviéndose en la silla —. Hay que agradecer y no preguntar y ya está —ordenó.

—¿Por qué Penelope no me escucha? —discutió Colin, dolido.

—¿Colin?  —exclamó Anthony como si fuera el más inteligente del trío —. Dios mío si que eres un egoísta.

—¿Qué?

—<<¿Qué?>> —repitió incrédulo.

—Eres un desconsiderado. Penelope tiene sus razones para estar como está. No puedes venir, solo porque se te antojó pedirle disculpas y esperar que te acepte y casarse —pausa —. ¡Pues no!

—Yo... Tienen que hacer algo...

—¿Qué haremos por ti, hermano? Ayudarte, eso sí pero, Colin, tú ya debes enfrentarte a lo que quieres, deja de huir a todo, porque no soy yo ni Benedict quien tendrá el honor de casarse con ella, sino tú, si te acepta.

El menor de los tres empezó a jugar con la manga de su camisa de lino.

—Es que, ¿y si ella de verdad no me quiere? Lo acaba de decir pero, no le creo.

Anthony, con muchísimo pesar, le dijo lo siguiente:

—Esas serán las consecuencias de tus acciones y tendrás que aprender a vivir con ellas.

—Creo que siempre la he amado —susurró  —. Pero no entiendo por qué no pude verlo.

—Más bien no quisiste —garantizó Benedict, con su característica forma de esclarecer aquellos sentimientos típicos de un hombre sensible —. Tus ojos decían lo que tú no querías entender.

Sus lamentos eran demasiado grandes y sus arrepentimientos lo dañaban. ¿Cómo pudo decir esas palabras aquella vez? ¿Cómo pudo herirla así? Dios, la amaba y uno no podía dañar a la persona que amaba.

—El caso es ...—dijo Anthony golpeando el escritorio con su índice — que debes enfrentarte a los resultados de tus acciones. Tú puedes querer mucho una cosa, Colin, pero si una señorita te dice no, es no.

—Jamás obligaría a Penelope a hacer algo que no quiere —contestó ofendido.

—Ayer hiciste algo impropio de un caballero y los Bridgerton no ponemos en peligro la reputación de ninguna dama, cuidamos su honor y el nuestro. Estuviste mal, muy mal y no te doy una paliza porque eres más grande que yo.

Cortejando A Penelope Featherington Donde viven las historias. Descúbrelo ahora