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Colin terminaba de ajustar su pañuelo cuando tocaban la puerta. Pidió que pasaran y se extrañó de que fuera Eloise y no Benedict como él esperaba.

—¿Ocupas algo, hermana?

Eloise, descuidadamente, se sentó en la cama con sus manos en el regazo. A todo eso, Colin no escrutaba la posición de su hermana, se ocupaba de guardar sus diarios en el escritorio.

—Sí —dijo Eloise, cortante.

—¿No irás al concierto? —preguntó su hermano cerrando el cajón.

—¿Para regresar sin oídos?, no gracias —guardó silencio un rato —. Ocupo que me prestes dinero.

Colin volteó a ver a su hermana, ahí fue cuando observó, disimuladamente, las yemas de sus dedos. Llenos de tinta.

—¿Y lo de tu asignación? —preguntó como si no la hubiese visto con interés.

—Me la he gastado —contestó Eloise alzando la cabeza —. Por favor, préstame un poco, haré cualquier cosa por ti —insistió la señorita Bridgerton juntando las manos con anhelo.

Realmente, le daría el dinero que quisiera a Eloise, pero ya que ella insistía en dar algo a cambio, aprovecharía.

Se sentó junto a ella y la miró con determinación.

—Te lo regalo si me dices por qué tú y Pen no son las mismas.

Eloise puso los ojos en blanco.

—¿Por qué no entiendes que cada una se está concentrando en sus cosas? ¿Y de cuando acá te importa lo que sucede conmigo?

Colin achicó los ojos.

—En realidad pregunté más preocupado por Pen que por ti.

Eloise le obsequió una mueca y le golpeó el hombro.

—Pues no es asunto tuyo.

—¿Afirmas entonces que sucede algo?

—Es más fácil sacarle el dinero a Anthony que a ti —bufó Eloise poniéndose de pie y abandonando rápidamente el dormitorio de su hermano.

Colin se quedó pensativo y cayó en la cuenta de que nunca le había prestado atención suficiente a Eloise. ¿Por qué andaba tan llenos los dedos de tinta? Solo había una explicación.

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El vestido de Penelope sentaba bien a su figura, el color azul resaltaba su cabello y estimulaba el tono de sus ojos. Azul claro, mientras su peinado permitía que mechones rizados acompañaran sus facciones. Muy guapa, demasiado elegante y grácil.

Sin duda alguna, más premio de lo que nadie nunca sabrá. Una mujer con astucia e inteligencia, que se valió de mucho para crearse un capital propio sin depende de nadie, solamente de su cerebro.

Lady Danbury se sentía orgullosa de ver a la señorita Penelope Featherington garantizando una noche espectacular por su imagen. De alguna manera, siempre estuvo observando a esa muchachita tímida, identificándose con ella.

—¡Qué ansiosa estoy por oír el concierto! —expresó Edwina dentro del carruaje, junto a Penelope. Lady Danbury iba frente a ellas.

Penelope la miró con pesar, preocupada por los oídos de la pobre criatura.

—Bueno, señoritas, ustedes deben saber que nada de lo que resulte esta noche está en mis manos —dijo la condesa.

—Esa si que es una declaración de lo más simpática —comentó Penelope y casi no la oyeron.

Lady Danbury señaló a Pen con su bastón, casi arrancando su mano, dicho sea de paso.

—Conmigo puedes alzar fuerte la voz, Penelope. Yo no soy parte de esos que prefieren ver a oír.

Penelope se sonrojó, entonces Edwina la alentó.

—No temas de decir lo que piensas, Penelope. Mientras sea algo bueno o sea para defenderte, déjalo salir.

—Palabras acertadas, Edwina —acordó la condesa —. ¿Y cómo va esa búsqueda de marido?

Penelope la miró a los ojos. Pocas personas se atrevían a hacerlo por mucho tiempo, ya sea por intimidación o irritación.

—Es muy difícil procesar que últimamente llamó la atención de muchos, y si no fuera por mi madre, ya los hubiese rechazado. ¿Cómo podría prestarles atención cuando ellos no lo hicieron conmigo y solo cambiaron de opinión porque yo lo hice con mi imagen?

Lady Danbury se sintió orgullosa, no entendía la razón.

—Estás en todo el derecho de rechazar a personas que te han conocido desde tu primera temporada y nunca te han volteado a ver, uno siempre debe darse su lugar.

—Es lo que digo, sé que soy una mujer, pero no valgo menos que cualquier otro hombre. Tenemos sexos distintos pero al fin y al cabo, somos humanos, que es lo mismo.

Lady Danbury empezaba a disfrutar de la compañía de la joven frente a ella. Lo cual era raro, generalmente no soportaba a las jovencitas casamenteras, esas que solo hablaban de un enamorado sin prestar atención a lo demás.

Cuando llegaron a la residencia donde se llevaría acabo la velada musical, Penelope, de primera mano, pudo escrutar a Colin Bridgerton charlando con lord Fife, se notaba la tensión en los hombros del primero y la diversión en el segundo.

Lady Danbury bajo del coche como si nada, dándole una mirada expectante a su nueva amiga, Penelope.

—Toma el tiempo que desees —le dijo mientras Edwina bajaba.

—¿Quieres que te acompañe, Penelope?

Ella negó a Edwina, pensativa.

—No. Solo quiero esperar que se vayan, no deseo encontrarme con ninguno.

—¿No es Colin Bridgerton tu amigo?

—No.

Lady Danbury entró con Edwina. Penelope intentó encontrar fuerzas suficientes, ver a lord Fife le provocaba nauseas.

Cuando bajaba del coche, logró escuchar a Colin.

—¡Por favor, Fife, no me tome como tonto, usted quiere algo más, ¿acaso no cree que yo sé que ha tirado su honor por la borda con más de una dama? ¿Cree que yo no sé sobre las libertades que desea tomar con la señorita Featherington?

Penelope se detuvo en seco. Fife miró con superioridad a Colin.

—Usted no sabe nada de mí, Bridgerton. No es mi culpa que esté enamorado de ella y que, por sus declaraciones muy públicas, la haya perdido.

Penelope casi se echa a reír. ¿Colin enamorada de ella?

—El señor Bridgerton no está enamorado de mí —ambos caballeros miraron a la dama. Colin se atragantó con su propia saliva al ver lo hermosa que estaba. Nuevamente se reprendió por ser tan ciego.

Esa piel que brillaba a la luz de la luna, sus ojos haciendo juego con el ambiente de la hora, sus labios cargados y sus... —tragó saliva y buscó apartar la vista de su escote —. Sintió un pinchazo en la espina, una corriente que lo atacaba con necesidad.

Ambos caballeros hicieron una reverencia, Penelope no se molestó en devolverla.

—... Él no estaría enamorado de mí ni en sus más locas fantasías, lord Fife —comentó Penelope con orgullo, provocando un rubor intenso en Colin y consternación en el rostro de Fife.


Cortejando A Penelope Featherington Donde viven las historias. Descúbrelo ahora