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—¡¿Qué significa esto?!

Antes de que cualquiera pudiese detenerlos, Portia Featherington lo había hecho. Penelope solo pudo tener sosiego para preguntarse que hacía su madre ahí. Cuando, no hace menos de dos horas, la dejó en su casa y hay que recalcar que para ella, no había invitación.

Aunque, no le extrañaría que se hubiese valido de algunas cosas para meterse al concierto. Y también estaba, ¿Quién diablos habría querido asistir a ese infierno auditivo?

Penelope se encontraba azorada, avergonzada y dichosa. Se odiaba por ese último sentimiento, ¿cómo podía sentirse así gracias a Colin?

—¡Colin! —exclamaron Anthony y Kate.

Colin se pasó los dedos por la barbilla, sus labios estaban hinchados, húmedos. No se arrepentía, por el momento.

Portia en verdad estaba enojada, frustrada más que nada. Una cosa era buscar la supervivencia de sus hijas, e incluso conseguir marido a Prudence porque ella así lo deseaba pero otra era aprovecharse de quien no lo deseaba.

Lady Featherington avanzó por sobre Anthony y tiró de una Penelope muy consternada, preguntándose qué sucedía.

—¿Usted cree señor Bridgerton que puede aprovecharse de Penelope? ¿Cree que porque no hay ningún hombre que nos respalde dejaré que abuse de su poder por su anatomía humana?

Colin realmente se sorprendió. Jamás en su vida hubiese visto a Portia Featherington tan enojada y decidida a matarlo.

—Madre...

—¡Cállate Penelope, es culpa de él, te ha comprometido, deshonrado!

—Lady Featherington —llamó Kate, intentando mediar —. Nos pueden oír.

Se volvió a la vizcondesa y su esposo.

—¡Yo responderé! —objetó Colin decidido rodeando para que lo viesen todos, pero él únicamente veía a Penelope.

—¡Colin! —Benedict lo quiso tomar y el mencionado no lo permitió.

—¡Ya basta! —exigió —. Penelope...

—No me quiero casar con Colin Bridgerton —dijo Penelope, fuerte y claro —. Nadie hablará de este incidente porque si pasara, ambas partes saldrían perjudicadas.

—Penelo...

—Confío en los Bridgerton —aseguró Penelope mirando al vizconde —. Son tan buenos que no me querrían dañar.

Portia estaba escandalizada. ¿Es que su hija se había vuelto loca? Penelope estaba tan fresca, tan decidida.

—¿Por qué estás tan demente? ¡Te acaba de mancillar!

—Y yo a él, es lo mismo. No me quiero casar con él.

No me quiero casar con él.

Era la segunda vez que Penelope decía esas palabras. Y el dolor era  más grande para Colin. Buscó su mirada. ¿Por qué no lo aceptaba?

Le atraía, la deseaba. Casarse con ella era una idea preciosa y sensata. Que fuera la señora de Colin Bridgerton era una idea magnífica.

Kate se acercó a Penelope, tomándola de las manos.

—Penelope, Colin debe proteger tu honor, te ha comprometido, no puedes...

Penelope no quería ser cruel pero ya estaba cansada de que le dijeran que hacer. Sacudió la cabeza.

—No. Dije que no —murmuro con dulzura .

—Penelope  —pronunció Anthony acercándose —. Tiene que hacerse responsable.

—Fue un beso, no fueron acciones... —se calló. Entonces, la leona saltó.

Mirando a Colin que veía a su hija, se poso frente a él, con la cara orgullosa y llena de dignidad.

—Rechazamos su propuesta de matrimonio, señor Bridgerton y le agradeceré que sea discreto —lo miró con desdén —, si no quiere conocer la capacidad de supervivencia que uso para cuidar a mis hijas, más le vale hacerme caso.

Y entonces, se llevó de un tirón a Penelope. Claro que iba consternada y se preguntaba por qué un Bridgerton besó a su hija. Debía admitir que había perdido una buena tajada, pero le daba igual, tenía los fondos suficientes para defenderse y proteger a las suyas, sin importar cuan poderosa era la familia del vizconde.

—¡Quédate quieto! —gritó Anthony ante la desesperada actitud de Colin.

El tercer hermano sostuvo los hombres del vizconde y lo sacudió.

—¡Debo ir a buscarla! ¿No lo entiendes? Necesito decirle, necesito decirle...

—¡¿Qué?! ¡¿Qué?! ¡¿Qué?!

—¡Qué la amo!

Y entonces entendió cuál era aquella sensación que quería surgir, aquel malestar que lo incomodaba. Era amor, y hasta ese momento que su corazón habló se dio cuenta.

Un rayo que desterro mil sensaciones por segundo y le dio paso a la más fuerte, apasionada, leal y poderosa. Aquel enamoramiento había surgido por cada una de sus sonrisas y por cada una de las de ella.

Con cada apretón de manos en el baile, y con cada mirada. Entendió que más allá de sus deseos carnales, existían sus deseos instrumentales, tocando melodías al ritmo de su voz.

Quitó suavemente las manos de Anthony y aclaró la garganta. Se alejó y miró a su familia.

Sonrió.

¡Sí! Colin Bridgerton sonreía.

Y...

Sus ojos brillaban. Como si decir aquellas palabras le hubiesen dado placer y armonía, sentido a su vida.

Edwina y Kate se miraron. Benedict no sabía si necesitaba golpear a su hermano.

—Todo este tiempo... ha sido ella. Siempre fue ella...

—Colin creo que no estás...

Retrocedió dos pasos, felizmente brincó. Al parecer, amar a Penelope Featherington le sentaba de maravilla.

Esa libertad le estaba moliendo los huesos pero de satisfacción. Eso era, todo ese tiempo, eso fue siempre.

El brillo era notorio. La pasión aumentaba con su pulso.

Se había enamorado de ella y hasta ese momento el mismo pudo oírse. Su cuerpo se lo exigió.

—La amo. La amo. La amo. Buen Dios, la amo.

—La amas y ella a ti no —recordó Anthony. Colin Bridgerton bajo rápidamente de su nube.

Todos miraron al vizconde.

—Mentira no es.

Kate lo golpeó.

—No me ama —susurró.

—Y le volvió la ceguera —comentó Benedict con su característica sonrisa chueca.

—¿De qué hablas? —preguntó ceñudo, Colin.

Kate le sonrió.

—¿En serio no lo notas? —no hubo respuestas —. Para ella, siempre has sido tú, te ve de la misma forma que tú la ves.

—Sí —acordó Benedict —. Es impresionante cuánto puede decir una mirada —en voz poética.

—Pero... le he hecho daño. Y no quiere casarse conmigo, no...

La vizcondesa se acercó a su hermano.

—Te vamos ayudar —prometió sosteniendo sus hombros.

—Puedes...

—¡No le va a regalar un caballo! —masculló Benedict a Anthony. Se rieron y Colin, especialmente desprendió una sonrisa.

Esa era Penelope y eso era amor y se iba agarrar a él con las dos manos.

Mientras todos reían, con esperanzas y preocupados también por Penelope, muy seguros de que nadie más sabría sobre el asunto.

Fife descansaba al otro lado. Una situación no se iba a desaprovechar así. ¿No? Su lado manipulador se lo suplicó.

Cortejando A Penelope Featherington Donde viven las historias. Descúbrelo ahora