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—Madre, por Dios, no hacemos nada malo —insistió Colin mientras su madre se ponía frente a él, evitando que pudiera ver a Penelope.

No deseaba perderla de vista. Más que nunca debía cuidarla, protegerla, asegurarse de que ella siempre estuviera bien.

Era su deber pero él lo veía como una tarea preciosa, una elección, algo que le encantaba hacer. Sería su mujer, en todas las formas que existen, más le valía asegurarse de ser un buen protector.

—Escucha, sé que estás en la etapa donde tu amor necesita tener evidencias, lo comprendo hijo, sin embargo, lamentablemente, la sociedad es muy escandalosa en cuanto al cariño físico, te pido, no, te exijo que respetes a nuestra familia y a la de Penelope.

Colin asintió a regañadientes pero no prometió nada porque no se creía capaz de quedarse quieto. Penelope era una sirena, una criatura que debía admirarse por su belleza.

En ese momento, observó de reojo como un destello rojo salía por una puerta colateral. Su madre seguía mirándolo, sonriendo alrededor para que nadie pensara que estaban discutiendo sobre su poco control de enamorado.

Él deseaba detener esa charla, porque le urgía ir por Penelope y meterle un poco de sensatez en la cabeza. No le gustaba nada que se saliera del salón sin compañía, con tanto hombre alrededor.

Era la casa Hastings pero, no podía fiarse de cualquier patán disfrazado de buen mozo...

—¡Colin!

Violet se volteó inmediatamente cuando Eloise exclamó y la regañó con la mirada, esa que le decía, constantemente, que así no se comportaba una señorita.

Eloise no quería ser una malcriada con su madre, pero ocupaba hablar con Colin.

Así pues, le pidió un segundo a su amada madre para que los dejara solos. Intrigado, Bridgerton observó a su hermana.

—Tengo que decirte algo que escuché —empezó Eloise, mirando alrededor de la habitación, parecía que buscaba a alguien —. Lord Fife dijo que...

Dios era el único que sabía por qué Colin, al oír ese nombre, sintió un calambre anudado en su estómago. Fue el empujón perfecto para pasear sus ojos sobre las cabezas de los invitados, no entendía que hacía, bueno, su instinto sí.

Dejó de oír a Eloise y avanzó dos pasos al no ver el rostro del desgraciado de Fife. La música ya no cruzaba a sus oídos, el cotilleo no tenía relevancia, por ahí solo entraba la voz de Penelope.

Arrastró a Eloise porque presentía algo en lo más profundo de su ser y corrieron en busca de Simon. Él los ayudaría a buscar a Penelope, porque no conocía muy bien la casa.

—No creo que haya ido a otra habitación ubicada arriba o al otro lado —decía Simon, apresurando el paso —. Encargué a los criados que todo lo demás fuera cerrado a excepción de los baños y los balcones.

Revisaron los primeros balcones, hasta llegar al más alejado, Colin corría muy nervioso y asustado. Si Fife...

No, no. Él jamás permitiría que él le hiciera daño o que la comprometiera. Antes muerto, y antes de eso, huía con ella para casarse.

Y entonces, cuando corría, escuchó el grito de Penelope y lo supo. Luego de eso, él ya no sabía lo qué hacía y cuando menos acordó, sostenía a Fife en el piso dándole una paliza mientras Eloise huía con su amiga.

Lo levantó del cuello y lo empujó en contra de la pared de concreto, alzando su rodilla para golpear su estómago, Simon intentó detenerlo, lo que consiguió fue que le gritara: ¡si fuera Daphne harías lo mismo, no te metas!

Cortejando A Penelope Featherington Donde viven las historias. Descúbrelo ahora