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Lord Albansdale se sentó junto a Penelope, a la luz de la luna, por un parque cerca de la entrada colateral de la casa de Lady Danbury. Los acompañaba Felicity, una doncella, y a lo lejos, Portia Featherington, vigilando y rezando que fuera lo que ella soñaba.

Lord Albansdale tenía una sensación de frialdad en su rostro con una mezcla de amabilidad, Penelope lo consideraba un misterio andante, sus posturas eran más recatadas que las de cualquier otro caballero.

Su espíritu la hacía sentirse cómoda y feliz. No muchos lograban aquello.

—Señorita Featherington, yo, no soy un hombre muy divertido y no tengo el talento de socializar muy bien que se diga —confesó; el brillo en sus ojos la ponía nerviosa —. Debo admitir que me ha costado frecuentar su casa, porque tenía muchísimo miedo de... aburrirla.

Sus palabras lograban conmover los sentimientos de la dulce Penelope. Se sentía importante.

—Pero, tampoco me voy a dar por vencido por tonterías como esa.

—Entiendo.

Lord Albansdale se tomó un momento para captar el rostro de Penelope. Sin duda alguna era la mujer que necesitaba a su lado.

Le atraía, le hacía sentir que era una mujer única y le divertía, aunque sentía que no le mostraba quién era verdaderamente.

—Y por eso —siguió —, estoy aquí, pidiéndole su permiso para que me permita estar cerca de usted, oficialmente, como un pretendiente.

La señorita Featherington se tomó un momento, para analizar toda la palabrería de lord Albansdale.

Se sentía adulada pero, no por la vanidad llegaría lejos con algo que sabía que podía terminar mal y dañaría a terceros.

—Es usted muy bueno —susurró, él la escuchó bien —, pero debo ser sincera con usted.

El mayor se sentía fatigado. Respiró profundamente.

—Es el primer pretendiente que he tenido, y eso que ya llevo, oficialmente, tres temporadas en el mercado conyugal.

Eso no la dejaba bien vista, según las normas de la sociedad. Penelope alzó los ojos.

—Estoy... —su impulso se cortó.

Abrirle los sentimientos a alguien que no conocía y que era hombre, no era muy razonable de su parte.

Eso creyó.

Albansdale puso sus manos sobre las de Penelope, dándole el apoyo que necesitaba para seguir.

Inclinó su rostro y beso el dorso del guante.

—Confíe en mí, no voy a traicionar esos ojos.

Penelope asintió.

—Lord Albansdale no puedo aceptar que sea mi pretendiente, porque no quiero causarle falsas esperanzas y luego herirlo, no sé si podría corresponder a sus intenciones, no es que no me quiera casar, al contrario, lo deseo —cerró los ojos, Colin vino a su mente. El novio que siempre había querido —pero...

—Su corazón pertenece a otro —dedujo amablemente, lord Albansdale.

La menor asintió y lo miró con pesar.

—Y si pertenece a otro, y usted sigue soltera, si me permite opinar, es porque es ciego, ¿verdad?

—No —replicó Penelope, para su sorpresa —es solo que... Nadie está obligado a corresponder a los sentimientos de otra persona.

Albansdale sintió un pinchazo en su corazón, el deseaba ser ese al que Penelope le guardaba amor.

No la amaba, sería muy pronto y superficial ese sentimiento, en tan poco tiempo, pero sí quería enamorarse de ella y todavía más al ver la sinceridad y profundidad con la que rechazaba sus sentimientos por el bien de los mismos.

Cortejando A Penelope Featherington Donde viven las historias. Descúbrelo ahora