Capítulo dos

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Natalie se encontraba sobre un sofá cama pequeño, a su lado, estaba su hermano menor de tan solo ocho años. La privacidad que tenían se limitaba a una cortina beige, pero aún así, el hombre al otro lado podía escucharlos. Ella observó la silueta del hombre, este parecía estar en la cocina preparando quién sabe qué.

—Mira, Lucas. Me encontré un peluche. Se parece al señor Thompson ¿no lo crees? Solo que tú osito era blanco y éste es café ¿Quieres que juguemos un rato? —trató de animarle, sin embargo, el niño no se inmutó.

Lucas siempre fue un niño extrovertido, de esos que no se quedaban quietos ni por un segundo. Se reía de cualquier cosa (por muy tonta que fuera) y sin duda sabía cómo alegrarles el día al resto de la familia, pero ahora... luego de lo que pasó... ha cambiado. Lucas casi ni habla, no sonríe y ha perdido mucho peso. Su piel ha estado pálida por muchos días, se ve decaído y sin ganas de nada.

—Venga, vamos... Juega conmigo, hermanito —insistió ella forzando una sonrisa, pero ya podía sentir que sus ojos se llenaban de lágrimas.

Ver la venda de su muñón, en donde antes estaba el resto de su brazo, le partía el corazón. Una furia repentina la invadió pero se contuvo, apretó los puños y dejó que las lágrimas le recorrieran las mejillas.

—Naty —susurró él con esfuerzo. Tragó saliva y se pasó la lengua por los labios para humedecerlos un poco. Natalie alzó las cejas sorprendida y su furia desapareció, hacía mucho que no escuchaba la dulce voz de su hermanito.

—Dime. Dime lo que desees. No te preocupes.

—¿Dónde están nuestros padres? Quiero a... mamá.

—Ellos están bien, Lucas. Pronto vendrán a por nosotros —sin embargo, ella no lo creyó y el niño tampoco parecía confiar en sus palabras —. Lucas ¿Recuerdas lo que decía papá siempre? Decía qué, sin importar lo que pasara, nunca nos dejaría. Decía que él nunca abandona a los que más ama, y mamá tampoco. Ellos vendrán.

—Pero nos abandonaron en el campamento —repuso. Sus labios comenzaron a temblar y al cerrar los ojos se le salieron las lágrimas.

Recordar lo que sucedió en ese lugar la ponía seriamente mal. Al hacerlo, miles de posibilidades inundaban su mente ¿Sus padres murieron? ¿Qué hubiese pasado si se hubiesen quedado en la cabaña? La cabaña... Recordó el cadáver del señor Jhon y su repentina muerte.

Se sintió enferma, con náuseas y un terrible dolor de cabeza.

La cortina que los aislaba del resto del lugar se deslizó repentinamente. Lucas se horrorizó de tan solo ver el rostro del hombre y comenzó a gritar, exigiéndole que se marchara y que no le hiciera daño. Natalie se quedó perpleja, vio como su hermano se cubría con una manta y sollozaba. El niño había entrado en pánico en cuestión de segundos. Natalie se hizo en un rincón y levantó la cabeza para observarlo. Los ojos del hombre penetraron en su mirada, notaba la frialdad a simple vista del extraño.

—¿Qué... qué quieres? Asustas a mi hermano —dijo ella con la voz temblorosa. Tomó aire y trató de mantenerse tranquila. Su padre siempre le decía que para salir de situaciones peligrosas debía estar tranquila.

—Vengo a darles comida —respondió con una voz grave, para nada agradable —. Tienes que hacer que tu hermano coma remolachas, contienen mucho hierro y puede ayudar a combatir la anemia de tu hermano. Perdió mucha sangre por... ya sabes.

El hombre dejó sobre el sofá una bandeja llena de platos. En una taza se encontraban unas fresas, en otro, había gelatina amarilla (quizás de naranja o piña) y en el tercero, las rodajas de remolacha.

Lucas se precipitó. Saltó del sofá tirando la manta al suelo y salió de la casa rodante a toda prisa, envuelto en gritos de terror.

Natalie se levantó asustada. Su hermano no podía irse. No sin ella. Corrió hacia la ventana y soltó todo el aire que retenía en sus pulmones, por suerte, Lucas no había huido hacia el bosque, sino que estaba sentado en un tronco, dándole la espalda mientras lloraba.

—Ve a por él. Es peligroso estar afuera. Esas criaturas están por doquier —le indicó el hombre.

—¿Y cómo sé que aquí estaremos a salvo? Quizás eres más peligroso que esas cosas.

—Niña no lo entiendes.

—¡No me llames niña! —exclamó enojada.

—Vale, entonces... ¿Mujer? ¿O prefieres que te llame adolescente? —resopló y se tocó la frente —. Haz lo que te apetezca. Pero que sepas que estoy dándoles un refugio, y los estoy alimentando. Entiendo la razón de su miedo, pero...

—Iré a por mi hermano —le interrumpió Natalie con el ceño fruncido.

El hombre aparentaba tener cuarenta y pico años. El cabello enmarañado tenía una tonalidad castaña pero a su vez, algunas canas ya eran visibles. Era fornido a pesar de su edad y poseía unos ojos grises, inusuales pero fríos y calculadores.

Avanzó despacio y se apartó del hombre, quien se le quedó mirando con cierta incredulidad. Natalie bajó los escalones y abrió la puerta que conducía directamente al exterior.


***

Lucas se sentía extraño consigo mismo. Nada despertaba su interés, no tenía energía y cada movimiento que hacía lo agotaba. Salió de la casa rodante con la intención de huir al bosque, pero de inmediato se sintió mareado y tuvo que sentarse en un tronco.

Todo a su alrededor giraba, se distorsionaba. Realmente no podía ver con claridad.

En ese momento, lo único que deseaba era abrazar a sus padres. Estar en su cama, abrazando a mamá mientras ésta le contaba historias divertidas de su infancia, como la vez en la que ella, a los doce años, huyó de la escuela y se embarcó en una aventura, eso le generaba mucha gracia y satisfacción, pero ahora ya no. 

Se tocó el brazo o bueno... lo que quedaba de él. El resto de su extremidad no estaba allí y eso le aterraba ¿Cómo podría jugar a atrapar la pelota con sus amigos si ni siquiera tenía dos brazos? ¿Cómo debería llamarse ahora? ¿El niño de un brazo?

Esa idea atrajo las lágrimas, que se acumularon en sus ojos.

—Lucas.

Escuchó la voz de su hermana, pero ni siquiera se giró para mirarla.

—Entiendo que todo esto es muy difícil. Es horrible, lo sé. Pero no estás solo, Lucas. Me tienes a mí —ella se sentó a su lado y lo abrazó.

Lucas ya no podía sentir su calidez. Y se sintió realmente triste. Desconocía ese sentimiento en su interior, siempre fue un niño feliz y ahora... Era un sentimiento indescriptible.

—Quiero irme de aquí —soltó y se echó a llorar —. Ese hombre me quitó el brazo. Mi bracito. ¡Naty, ya no tengo mi brazo!

Natalie lo abrazó con más fuerza. Lucas pudo sentir su corazón, estaba acelerado.

—Lo sé, Lucas. Pero no podemos irnos. Esas cosas...

Esas cosas.

Lucas recordó a las criaturas y eso lo hizo entrar en pánico. Su respiración se aceleró, le faltaba el aire.

—¿Qué te pasa? ¡¿Por qué estás así?! —su hermana gritó. Lo sacudió fuertemente para que recobrara el sentido, pero Lucas no estaba allí, realmente, estaba inmerso en los pensamientos caóticos que inundaban su mente.

Las criaturas. Recordó esas bestias aterradoras y la muerte del señor Jhon. La sangre. Las explosiones. Todo llegó a su mente.

—¡Está teniendo un ataque de pánico! —escuchó la voz de un hombre. Sintió que alguien le agarraba el brazo (el que sí tenía) levantó la mirada esperando ver a su padre, pero en realidad era ese hombre. Su miedo se intensificó. No pudo más y de repente, todo se volvió oscuro.

Estado de Emergencia [Saga Descontrol #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora