Capítulo veintiocho

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Marcus se encontraba en la enfermería del complejo rebelde. Reposaba en una silla metálica al lado de la camilla en la que Joseph, uno de los subordinados del sargento Jefferson, descansaba.

Rick también estaba allí sentado al otro extremo de la cama.

—¿Sabes algo sobre el sargento, cuatro ojos? —le preguntó Rick a Marcus.

Marcus se sobresaltó. Cada vez que él le hablaba se ponía nervioso.

—Eh...eh no. Aún nada —balbuceó en respuesta. Luego pensó en la manera en la que lo llamó "¿Cuatro ojos?" ¿Era un insulto o un apodo de cariño? Desvió la mirada de él y se sonrojó.

—Hace una hora sonó una alarma. Sea lo que sea creo que fue grave. La muchacha que me cuidaba salió corriendo y dijo que algo había pasado con el plan. Creo que algo malo sucedió —se inquietó Joseph mientras fruncía el ceño y miraba atentamente a su compañero. Rick no supo qué decirle, él tampoco tenía ni la más mínima idea de lo que estaba pasando.

Joseph, pese a no estar muy herido, seguía en observaciones por parte de los médicos del lugar (en realidad no eran médicos conglomerados, ni siquiera expertos. Solo eran jóvenes que se unieron a la causa y que les asignaron cuidar de los enfermos). El accidente, al principio si lo dejó en shock, pero no era por eso que seguía recostado, sino que al hacerle un examen físico se le diagnosticó con apendicitis, y el dolor al costado del abdomen le resultaba molesto como para levantarse. Debía operarse, eso era obvio, pero no tenían personal, ni indumentarias, e ir al hospital en la situación actual era imposible. Por lo tanto, lo conservaban en cama y le suministraban medicamentos para el dolor.

Rick por otro lado, lo mantenía al tanto de todo.

—¿Cómo va el dolor? ¿Es manejable? ¿Quieres que le pida al señor Wegner que te asigne más medicamentos?

Los ojos de Marcus resplandecieron ante la actitud protectora de Rick. Le parecía tierno la forma en la que se preocupaba por su compañero.

—Todo bien. No necesito nada más. Pero estoy muy cansado.

—Te dejaremos dormir —le dijo Rick y se puso de pie. Le dio una seña a Marcus y ambos se despidieron y salieron del cuarto.

Caminaron por el pasillo, uno junto al otro. Marcus no pudo evitar ver el pecho de Rick, el cual se marcaba ante su apretada camisa. Andaban cerca, y Marcus intentó alcanzar su mano.

Estaba nervioso, con la respiración acelerada y el corazón desbocado. Quería sostener su mano, sentir su tacto, quería sentirse amado por él.

Se imaginaba estrellar sus labios contra los suyos, sentir su calor en la cama y...

—Joder, Marcus. Basta ya de eso ¿Crees que no lo he notado? —Rick frenó en seco y se giró hacia él. Le miró con firmeza, algo en su mirada le aterró. Frunció el ceño y apretó la quijada.

—¿Qué...Qué cosa? ¿De qué hablas?

—Sé que te gusto. Lo sé por la forma en la que me miras siempre. Te quedas mirándome cuando estoy dormido y esa vez que compartimos habitación me diste un beso en la mejilla —hizo una mueca de asco —. Tío, es repugnante.

Aquellas palabras se incrustaron como dagas en su corazón. Marcus sintió como las lágrimas se acumulaban en sus ojos.

—P-pero...

—¡Pero nada! joder, tío. Ya estás viejo para esto —le increpó —. Agradece que estoy siendo amable contigo y te lo estoy diciendo de frente. Si sigues así de goloso y no controlas tus hormonas, tendré que partirte la cara. O mejor dicho, castrarte.

Rick se marchó dando zancadas y maldiciendo en voz alta.

Marcus dejó que las lágrimas recorrieran sus mejillas.

Le temblaban las piernas. Estaba asustado, y destrozado. La humillación, ese horrible sentimiento, se hacía presente y lo desmoronaba por completo. Todos había sucedido tan rápido que le costaba muchísimo asimilar lo que acababa de ocurrir.

Vio al chico que le gustaba marcharse indignado. Marcus se repudió a sí mismo por sentir atracción por un hombre.

En ese momento, quería morirse de la vergüenza.

Se volteó para regresar a su habitación, pero frenó en seco y pegó un respingo al ver a los dos adolescentes parados ahí en medio del pasillo.

Ambos chicos lo miraban con sorpresa.

—¿Cuánto tiempo llevan ahí? —preguntó con la voz quebrada.

—El tiempo suficiente para enterarnos de que eres gay —le respondió Cris, al tiempo que una sonrisa se formaba en su regordete rostro.

Matías lo empujó y lo reprendió con firmeza:

—¡Cállate! ¡No es algo por lo que burlarse! —Matías, el hijo del señor Wegner, relajó la expresión en su rostro y suspiró —. Cálmese, señor Marcus. Gusto son gustos. El amor no tiene límites ¿Sabes? Bueno, quizás sí los tenga. Joder, no sé nada de esto de enamorarse. Pero cálmate, va a pasar. Lo vas a superar. Encontrarás a alguien, hombre o mujer, que te amará.

Aquellas palabras no lo hicieron sentir bien en absoluto.

—No es normal, Matty. Este viejo estaba tratando de ligarse a un hombre muchísimo más joven que él —se burló Cris.

Marcus agachó la mirada, derrotado. Primero, humillado por quien consideraba el hombre de su vida, luego, humillado por un adolescente.

—Marcus... Veníamos a avisarte de que tu amigo Jefferson y mi padre han regresado. Están a salvo pero no traen buenas noticias —le informó Matías cambiando de tema, gesto que Marcus agradeció profundamente —. Y también, traen invitados.

Estado de Emergencia [Saga Descontrol #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora