Capítulo veinticuatro

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Natalie avanzaba por las calles desoladas del pueblo Bernon. En el aire impregnaba un hedor apestoso, quizás era por el líquido verde que emanaban las criaturas, o quizás se debía a los cuerpos en descomposición que inundaban las calles.

Las pocas farolas que aún funcionaban le fueron suficientes para guiarse en la oscuridad de la noche. Eran las tres o cuatro de la mañana, pero todo seguía oscuro y aunque podría resultar una ventaja para moverse en la oscuridad sin ser vista, le parecía aterrador.

No tenía un plan en concreto. Solo llevaba consigo la mochila de Harry, adentro cargaba con latas de comida y dos botellas de agua, además, sostenía la escopeta. Tras pensarlo durante todo el camino, decidió que lo mejor sería regresar al campamento militar, ya que allí fue la última vez que vio a sus padres.

Giró a la calle de la izquierda, continuó escondiéndose tras los autos y contenedores de basura hasta que se topó de frente con la edificación de la escuela primaria de Bernon. En el estacionamiento, se encontraba un auto y tenía la puerta abierta.

Corrió, estuvo a punto de tropezarse pero no se detuvo. Llegó hasta el auto, y sonrió complacida al ver que la llave estaba pegada al lado del volante.

—Tengo mucha suerte —se dijo así misma y se subió. Pero cuando cerró la puerta, al instante vio cómo la entrada de la escuela se abría de golpe.

Una joven casi de su edad salió corriendo despavorida y cayó al suelo tras tropezar. Comenzó a arrastrarse y luego se quedó en el suelo sollozando del pánico. Natalie agarró la escopeta, salió del auto, y corrió hacia la muchacha con el corazón desbocado.

—¿Te encuentras bien?

La chica grito. Natalie le cubrió la boca y la hizo callar.

—¡Tranquila! ¡No te haré daño!

—Estoy herida... esa cosa... esa cosa me mordió... Creí que era una ni-niña.

—¿Hay alguien más adentro? —Natalie estaba sorprendida. Creía que todos habían abandonado el pueblo.

—Hay un niño en un casillero. Está encerrado.

Natalie examinó la herida. Se trataba de una mordida profunda y sangraba demasiado pero no parecía mortal.

—¿Un niño? ¿En qué piso?

—¡¿Estás loca?! ¡Solo llévame contigo y larguémonos de aquí!

—No me iré sin ese niño ¡¿En qué piso está?!

—Segundo piso.

—Mira, sube a ese auto de allí —le indicó Natalie —, y espera hasta que regrese.

La joven obedeció. Se fue cojeando hasta el auto y se encerró en él.

Natalie por otro lado tuvo que llenarse de valor. Cruzó el umbral de la puerta y alumbró con su linterna. Frente a ella se formaba un extenso pasillo y al fondo estaban las escaleras.

—Dios mío... protégeme.

Cualquier cosa podría aparecer de repente. Debía estar atenta. Vislumbró las mochilas y resto de cosas desperdigados en el suelo, había rastro de una baba verde y algunos casilleros estaban destrozados.

Ante un extraño ruido se detuvo. Al final del pasillo vio una sombra que cruzó frente a las escaleras a una velocidad extraordinaria, pero siguió su camino por el pasillo izquierdo emitiendo una clase de gruñidos.

No podía hacer ruido o si no la atraería.

Preparó su escopeta y continuó.

Natalie conocía muy bien esa escuela, inició dos años de primaria allí pero luego se retiró porque no se sentía cómoda. Sus padres la dejaron tomar educación desde casa; fue mucho más fácil aprender frente a la computadora.

Llegó hasta las escaleras y subió hasta el segundo piso. Pero se detuvo en seco al escuchar un motor encendiéndose ¡Era el auto!

—¿Pero qué...?

Escuchó un grito desde fuera de la escuela, provenía del estacionamiento, mismo lugar en donde había dejado a la otra joven. Gritó tan fuerte, luego, se escuchó como el auto arrancaba y por último un estruendo. No sabía lo que estaba sucediendo, pero supuso que se había estrellado.

Bajó unos cuantos escalones y se asomó (aún en las escalas) por el pasillo del primer piso. Una criatura corrió hacia la entrada atraída por el ruido y salió.

Los gritos de la chica se apagaron por completo. Natalie no pudo más con todo lo que estaba sintiendo y simplemente se permitió llorar en silencio. El corazón le palpitaba a mil. Sus manos sudorosas y temblorosas estaban sin fuerza, por lo que sostuvo la escopeta a duras penas.

Apagó la linterna un momento y trató de tranquilizarse. Pero era demasiado difícil.

Estaba muy asustada.

Escucho ruidos provenientes del piso de arriba. Eran de un casillero.

El niño... debía ir a por el niño ¿Pero cómo? Estaba aterrada, no podía controlar su respiración acelerada.

¿Pero y si ese niño llegara a ser su hermano? ¿Lo dejaría allí y se salvaría? No, claro que no.

Natalie se levantó temblorosa y subió el resto de escalones. Estaba empapada de sudor y la cabeza le daba vueltas.

Otro golpe, seguido de una risilla atemorizante para nada agradable.

Cuando giró para continuar por el pasillo, se asombró al ver la sangre que salía por debajo de una puerta. Vio algo en el suelo, y supo que se trataba del dedo meñique de algún niño.

Estuvo a punto de vomitar. Pero se contuvo y siguió caminando.

Se oyeron sollozos, y ella decidió seguirlos. Cuando llegó hasta el final del pasillo y giró para continuar, se percató de que los sollozos provenían de la niña mutante de rostro deforme, esta se encontraba frente al único casillero que estaba cerrado.

Era la misma que habían visto al llegar al pueblo.

La niña giró su cabeza, haciendo crujir sus huesos. Luego, miró a Natalie, le enseñó sus dientes puntiagudos y sonrió.

Estado de Emergencia [Saga Descontrol #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora