Capítulo ocho

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Fernando Collins era el conductor del camión de bomberos 116 de la estación Ellester. Era un cuarentón en forma, alto y fornido, de piel morena y cabello negro encrespado hacia arriba.

Conducía con profesionalismo, pero los múltiples escombros de las calles eran casi inevitables, por lo que el camión se movía y saltaba bruscamente de vez en cuando.

—¡Gire a la izquierda! —le ordenó su jefe, que iba de copiloto. Fer así lo hizo, giró con fuerza el volante y el camión tomó otra dirección abruptamente.

En la calle se presentaban disturbios, pero era algo que nunca antes había visto en sus largos años de trabajo. A poca distancia, se encontraba un enorme grupo de lo que creía se trataba de pandilleros, todos iban encapuchados y llevaban consigo rifles de alto rendimiento. Disparaban al unísono a uno de esos fenómenos, el cual arrastraba a uno de los suyos hacia un callejón oscuro con la intención de devorarlo.

Fernando pisó el acelerador sin siquiera dudar, desvió el camino hacia la criatura y sin piedad alguna la atropelló. Pasó por encima de ella, y también atropelló al hombre.

—¡¿Qué crees que estás haciendo?! —le gritó uno de sus compañeros.

Fuera del camión se escucharon bramidos de furia.

—Lo... lo siento —tartamudeó aturdido. Estaba entrando en pánico. No pensaba con claridad y no midió las consecuencias de sus acciones. La pandilla se acercó al camión y comenzaron a golpear las ventanas.

—¡Salgan de ahí maricones! ¡Atropellaste a nuestro hombre! ¡Aún seguía vivo!

Se escucharon más reclamos. Luego más golpes. Uno de ellos destruyó la ventana del copiloto y agarraron a su jefe por el cuello.

—¡Larguémonos de aquí! —le espetó Rory, otro de sus compañeros. Él junto con Stacey y Kevin sostenían al jefe y golpeaban a los pandilleros que lo tenían agarrado. Fernando puso el camión en marcha y se alejó de allí a toda velocidad. Algunas balas impactaron contra la parte trasera del camión de bomberos, pero por suerte, no lograron desinflar ninguna llanta... o sino, estarían en serios problemas.

Se alejaron de esa zona.

A la ciudad habían llegado tanques y grupos extensos de militares Silurianos. Desde que llegaron esas bestias se formó el caos, fue instantáneo. Se produjeron explosiones que mayormente provenían del centro de la ciudad, en donde la situación era mucho más complicada. Con la emergencia, todos los bomberos, de todas las estaciones de la ciudad entraron en funcionamiento por obligación, y no era precisamente para apagar incendios. De alguna manera u otra, debían arriesgar su vida por el bien de los ciudadanos. Al fin y al cabo ese era su trabajo, solo que... la situación era diferente. Se trataba de unos monstruos atacando la ciudad.

La cifra de muertos era elevada y eso que el desastre había comenzado hace apenas unos días atrás. Todo se estaba yendo a la mierda.

—¿Dónde está el edificio? —preguntó el jefe, mientras analizaba el GPS.

Habían recibido la llamada de un hombre que estaba atrapado bajo los escombros de un edificio. Al parecer, una fuerte explosión destruyó los soportes y el edificio se vino abajo.

En las calles por las que iban, la gente salía corriendo despavorida.

—¡Se supone que todos deben quedarse en casa o en algún puto refugio! —bramó Rory furioso.

—Quizás se trata de gente sin hogar. Vagabundos que no tienen donde refugiarse —supuso Fernando. La gente no podía ser tan estúpida como para salir en medio de la noche sabiendo que hay unos animales que están matando personas ¿O sí? ¿La estupidez humana llegaría hasta ese nivel? Dios quiera que no...

Estado de Emergencia [Saga Descontrol #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora