Capítulo veintisiete

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Un mes antes...

Alex y su esposa forcejeaban con el conductor para obligarlo a frenar el auto. No podían, ni querían, irse sin sus hijos.

El campamento militar estaba siendo atacado. Las criaturas habían entrado y era imposible frenarlas. Fue solo un momento en el que se separaron de sus hijos y cuando regresaron a por ellos se percataron de que no estaban, los buscaron por todo el campamento, pero la horda de militares los detuvieron y los obligaron a irse a la fuerza.

Todo sucedió demasiado rápido como para asimilarlo. El auto perdió el control y se estrelló contra un árbol. Alex fue impulsado hacia adelante y se golpeó contra el tablero del carro. Algo crujió, no sabía si provenía de él o de alguien más.

—Alex... cariño.

Escuchó la voz apagada de su esposa.

—Me duele —se quejó ella inmersa en un mar de lágrimas.

Él sintió un dolor punzante en la cabeza, se había provocado un corte y la sangre le chorreaba por toda la mejilla. Se incorporó totalmente adolorido y se acercó a ayudar a su esposa.

—Tranquila... dime... ¿Qué te duele? —le preguntó y le acarició la mejilla.

Una fuerte explosión los sobresaltó a ambos.

—No hay tiempo. Debemos irnos.

—El dedo.

Alex tomó la mano de su esposa y vio que el dedo meñique estaba doblado de una forma anormal. Margaret soltó una exclamación al verlo y gritó desesperada.

—¡Calma! ¡Calma! ¡No es grave, tiene solución! —respondió Alex alterado por la reacción de ella. Le examinó el dedo. No había moretones lo que significaba que solo estaba dislocado.

Lo que seguía a continuación no iba a ser muy agradable, y menos para ella.

—Tengo que reacomodarlo.

—¡¿Qué?! ¡Ni se te ocurra, Alexander!

Intentó zafarse de su agarre, pero Alex la tomó con fuerza. Intentó agarrarle el meñique pero ella seguía moviéndose bruscamente.

—Uno —contó y tomó aire —. Dos. Y tres.

Se produjo un crujido. El dedo se había reacomodado.

Margaret, quien tenía los ojos cerrados, retuvo el aire en sus pulmones y miró su dedo. Lo movió y soltó un suspiro. Por suerte no gritó.

Salieron del auto. El capó estaba destrozado y en la ventana frontal había un enorme hueco, mismo por el que había salido disparado el conductor. El cuerpo del hombre estaba sobre el capó humeante y emanaba abundante sangre.

Regresaron al campamento, en donde todo era un caos. El humo del gas militar se había disipado, lo cual les permitió ubicarse con facilidad, pero así mismo, dejó a la vista los cuerpos magullados y devorados de algunos habitantes del lugar.

—¿Dónde crees que estarán?

—Donde quieran que estén, los encontraremos. Lo prometo —le tranquilizó Alex. Le mostró falsa tranquilidad y sonrió. Pero lo cierto es que nunca antes había estado tan asustado como en ese momento. No le importaban las criaturas, ni los enfrentamientos armados. Lo que más temía era perder a su familia.

Volvieron a la cabaña. Entraron y vislumbraron el cuerpo de Jhon. Estaba en el suelo, ensombrecido por una extraña descomposición anormal que se había apoderado de él. No había rastros de que hubiese sido devorado. Simplemente estaba muerto... Era como si, de alguna manera, hubiese experimentado una mutación.

—No están, amor. Nuestros niños no están. Los hemos perdido —se desesperó ella.

Buscaron y buscaron por todo el campamento. Se introdujeron en el bosque gritando sus nombres. Buscaron frenéticamente y no los encontraron.


Actualidad.

Atravesaron muchas dificultades. Se perdieron en el bosque, y para colmo se toparon con una criatura. Sobrevivieron, y se alimentaron de especies silvestres al son del fuego. Alex estaba acostumbrado a comer de esa manera, pero a su esposa le costó muchísimo. Estaban desnutridos, pálidos y sedientos, y a pesar de todo, aún conservaban la desesperación por encontrar a sus hijos.

Ahora vagaban por una carretera pavimentada con un sinnúmero de baches. El sol se ponía al este y les iluminaba el camino. Iban con las mismas prendas rasgadas y repletas de suciedad.

Las condiciones en las que estaban eran precarias. Nada comparado a algo que hubiesen experimentado nunca.

—Es un auto —señaló Margaret con la voz ronca. Su garganta estaba tan seca que la voz se le había vuelto más grave, más profunda.

Sin fuerza, Alex levantó los brazos y comenzó a moverlos en el aire. El vehículo pasó por su lado sin detenerse.

—¡Eh! ¡Necesitamos ayuda!

Sorpresivamente el auto se detuvo. Un hombre de estatura media, que portaba una camiseta blanca y unos pantalones de camuflaje militar se bajó de un salto y corrió hacia ellos.

—Él es... —comenzó a decir su esposa sorprendida.

Si. El mismísimo sargento Jefferson, gran amigo de Alex estaba de pie frente a ellos. Alex se descubrió el rostro, se saludaron y se abrazaron.

—¿Qué ha pasado? ¿Por qué te ves así? —Jefferson lanzó sus preguntas como era de esperarse —. Estás herido, permíteme ayudarte.

La sonrisa del sargento fue sustituida por una expresión de preocupación.

—¿Qué les ha sucedido? Señorita Margaret ¿Se encuentra usted bien?

Margaret se quitó la capucha y dejó a la vista su cabello sucio y enmarañado, sus labios resecos y algunos cortes en sus mejillas. El rostro pálido de su esposa tenía unas cuantas manchas por las quemaduras del sol.

Margaret, en respuesta, negó con la cabeza.

Jefferson soltó una exclamación y no pudo ocultar su desconcierto.

Del auto se bajó una mujer. Se acercó rápidamente frunciendo el ceño.

—¿Qué pasa, sargento? Se nos hace tarde, debemos irnos ahora.

La mujer era alta y delgada, de piel blanca y cabello rojo atado en una moña. Poseía gafas y su rostro estaba invadido de algunas arrugas. Vestía también un uniforme militar, manchado de sangre.

—Él es mi amigo, su nombre es Alex Lewis. Señorita Jones, él y su esposa necesitan de nuestra ayuda, vea por favor las condiciones en las que están —le explicó resumidamente. La mujer los analizó a ambos de pies a cabeza.

—Señor Lewis, dime qué les ha sucedido —pidió ella con indiferencia.

Su semblante serio generaba desconfianza, pero aún así, Alex decidió hablar.

—Nuestros hijos... perdimos a nuestros hijos. Luego de lo que sucedió en el campamento militar... los perdimos.

Se aclaró la garganta y agregó:

—Estamos buscando a nuestros hijos.

Estado de Emergencia [Saga Descontrol #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora